La
República
La
mitadmasuno
30 de
agosto de 2019
Juan De la Puente
En toda transición, incluida sus etapas críticas, hay
tantas dudas como esperanzas. En la que ahora transitamos, la duda es casi
todo. Y la debilidad también; en 30 días los principales actores se han
consumido en la fricción y juntos han consumido gran parte del optimismo. Entre
ambos le han dado forma a un bloqueo –entrampar lo ya entrampado- del que solo
saldremos con un movimiento rupturista
fuerte. No importará cuál, pero será fuerte o no serán y, lo más probable, con
la gente.
La lucha de poderes se ha agravado, bloqueando toda
negociación, haciendo de esta transición una experiencia atípica y marciana. El
deterioro de las formas alcanza ya a los contenidos. Es cierto que la economía
no ha sido contagiada por la crisis, aunque se aprecia el aumento de la
desconfianza y que el primer efecto es la caída de la operatividad de la administración pública.
El adelanto electoral es la opción más rentable para
el cambio, pero está atrapado por la falta de fuerza de las partes, tanto para
aprobarla con rapidez o para ahogarla en la cuna. Cada actor relevante realiza
movimientos muy acotados que resumen la idea de una crisis aguda procesada por
un lánguido juego de piezas. Es cierto que el Congreso ha logrado formar una mayoría interna cada vez más
numerosa contra el adelanto electoral, pero se encuentra fuertemente aislado en
la sociedad, inmovilizado por el rechazo. Por su parte, el Gobierno ha perdido
apoyos parlamentarios, aunque el presidente Vizcarra es respaldado de
modo directo como el garante de la transición.
El aumento de la retórica agresiva viene acompañado
por una cadena de vetos. El primero de estos es contra el presidente Vizcarra, contra quien se
propone una vacancia que no ha sido oficialmente aprobada, pero que se anuncia
informalmente. Podrá fracasar el intento de estos días, pero la mayoría
parlamentaria intuye que debe ser destituyente.
La mayoría respalda una salida legal, pacífica,
pactada y democrática, y vive con menos angustia que la élite la constatación
de la falta de un acuerdo entre los poderes, un acuerdo de gobernabilidad o un acuerdo para las
elecciones el 2020.
El bloqueo, no obstante, es provisional; la fricción
de las instituciones está a punto de agotarse; en la reunión entre el
presidente del Congreso y el presidente de la República se conversará, pero no
se acordará. Luego se tendrán las soluciones unilaterales sobre la mesa; no hay
espacio para la ilusión, esto no es el Perú en el mundial de fútbol (unida la
costa, unida la sierra…).
No estábamos preparados para un proceso en cámara
lenta. Pero no nos ilusionemos con un pacto
continuista y de notables. La transición evidencia, precisamente, que no
hay espacio para un pacto de continuidad en las instituciones. Tanto ha ido el
cántaro al río que solo es posible un pacto con la sociedad y que ganará quien
lo logre primero.
Vizcarra tiene la primera opción, pero no por mucho tiempo. Es él
quien ha sacado la transición a la calle con la inmediata acusación de
populista -¡qué horror!- como si este rótulo, polisémico en A. Latina y
atravesado por la desigualdad y la ideología, dirimiera un proceso que llama a
la participación. Es el viejo sueño del cambio con invierno, sin primavera, sin
flores y sin voces, entre cuatro paredes, sin la gente.