lunes, 1 de julio de 2019

Cruzada penal, no política

https://larepublica.pe/politica/1461474-cruzada-penal-politica/
La República
La mitadmasuno
3 de mayo de 2019
Juan De la Puente
El largo proceso crítico que ha liquidado a casi todo el liderazgo del país demanda politizar, en el sentido más conceptual de la palabra, la lucha contra la corrupción, bajo el riesgo de que sus reconocibles logros sean en algún momento frenados, o superados por etapas de megacorrupción.
La lucha contra la corrupción es ciertamente desafiante, y sometida a un juego máximo de presiones e intereses, lo que ha hecho que más de una vez sus avances se encuentren jaqueados por fuerzas que operan a veces en el terreno penal, otras en lo político, y por supuesto en los dos ámbitos.
A pesar de ello, en la sociedad y los poderes públicos que no forman parte de la fiscalía y el Poder Judicial predomina la idea de que esta es una cruzada estrictamente penal. En esta visión es decisivo el proceso de investigación, las evidencias, las pruebas y los plazos procesales. Alrededor de ello se han librado batallas cruciales para defender la independencia de los magistrados y la continuidad de los procesos frente a las dilaciones, una épica muy significativa respecto a los otros procesos de lucha contra la corrupción.
La prensa ha jugado en este proceso un papel precursor y determinante al mismo tiempo. Sus primeros hallazgos fueron seguidos de otros más complejos y profundos. La judicialización de la política conllevó a la judicialización de la prensa, en una dinámica antes nunca vista, elevando el papel político de los medios de comunicación. A pesar de ello, para la mayoría de medios, la demanda de ética de los gobernantes es una opción legítima de la búsqueda de la verdad, con propósitos no necesariamente políticos.
Es por ello explicable que el período más álgido de la lucha contra la corrupción coincida con el momento en que la reforma política pierde centralidad. Esta brecha, que podría denominarse como de alta demanda ética con baja demanda de reforma, debe ser analizada especialmente en referencia a los actores públicos.
La impunidad ha sacado a las calles a importantes sectores ciudadanos, pero ahora mismo sería una ilusión aspirar a que por lo menos la mitad de los manifestantes que se movilizaron contra la impunidad lo hagan para demandar reformas de la política. De hecho, la impunidad en el Perú tiene un rostro básicamente penal, asociado a la justicia.
Esta brecha es potencialmente peligrosa, especialmente si los partidos –léase programas, líderes y organizaciones– antes asociados al concepto “cambio político” se oponen mayoritariamente a los 12 proyectos de la Comisión Tuesta enviados por el Gobierno al Congreso. En ese escenario, la falta de politización de la demanda de ética pública es ahora la principal limitación de esta.

No debería esperarse que sean los fiscales o jueces los que realicen esta asociación; no es su papel, ni lo correcto. Este desafío debería ser asumido por los grupos políticos que se consideran no vinculados a los casos en curso, los militantes de base de los partidos llamados a renovarse o morir, los poderes públicos con mandatos para el cambio –especialmente el Ejecutivo– y los medios de comunicación. Para ellos, para todos, esta politización de la ética pública tiene plazos.

Temporada de liquidación sin ofertas

La República
La mitadmasuno
26 de abril de 2019
Juan De la Puente
El país estaba preparado para la prisión del expresidente Alan García, pero no para su suicidio. Esperaba su desaparición política pero no su eliminación física. El disparo que acabó con su vida hizo añicos las principales tendencias, instalando un clima de pasión extrema que acelera los procesos. Los nuevos códigos desbordan incertidumbre. El escenario se reordena con velocidad.
Como en todo drama, los símbolos nos ahorran palabras. García y su áspera carta a sus adversarios; Barnechea suicidándose ante el féretro del expresidente; el presidente Vizcarra visitando a PPK; Barata confirmando los aportes a los políticos presidenciables y las coimas. Y todos recurriendo a la historia como tribunal del presente.
La muerte de García no abre ni cierra, sino detona. La polarización julio-enero había empezado a relajarse desde cuando Vizcarra aparcó su conflicto con el Congreso, y la sociedad incrementó sus demandas de resultados, a tono de una agenda más plural. La tendencia era a la fragmentación de opciones. Ahora, la polarización ha retornado, pero con nuevas reglas de juego, la principal de ellas, la hegemonía de la política brutal. Lo que viene es una confrontación binaria, muy cerrada sobre todos los puntos de la agenda y especialmente arriba, con la cuota de extremismo que se advierte.
La muerte de García y la detención de PPK acaban de liquidar la coalición vizcarrista, ya debilitada. Esta ha sido partida en dos, colocando como divergentes al otrora dúo magistrados/presidente. Al mismo tiempo, ha fortalecido la coalición opositora conservadora, ahora briosa –y probablemente exitosa– en su reclamo contra los excesos de la prisión preventiva.
Las narrativas de celebración o ritualización del suicidio de García –con su sentido atávico y tribal de menosprecio a la muerte y al dolor– esconden la imposibilidad de movilizar a la sociedad en algún sentido. Es más, las recientes revelaciones de Brasil, que confirman la descomposición de la élite peruana, indican que como en ese país, los fiscales y los jueces peruanos son los propietarios de la lucha contra la corrupción, pero sin ciudadanos en las calles. En ese punto, ya se encuentra instalada como tendencia la liquidación de la lucha contra la corrupción.
Una conmoción social sin multitudes desafía a las teorías sobre las crisis políticas. Al juego de símbolos le falta el más importante, la emergencia de un proceso movilizador y democratizador. Lo que tenemos es una coyuntura sin contexto, quizás porque antes del suicidio de García otros habían decidido suicidarse a su modo, subestimando u oponiéndose a las urgentes reformas, lo único que ahora podría movilizar a los ciudadanos y legitimar cualquier liderazgo. No nos engañemos con el microclima de las redes sociales; ahí sobran likes y falta tecnopolítica.

La muerte de Alan García es un condensador simbólico que aviva la disputa en las élites e instituciones; le da continuidad al gran período crítico (re) abierto el 2016, pero con un rasgo nuevo: ya no hay rebelión reformista ni liderazgo para el cambio. Como en los viejos tiempos, no está en disputa el gobierno o el Congreso, sino la calle.

domingo, 30 de junio de 2019

Pobreza y políticas pobres

https://larepublica.pe/politica/1448184-pobreza-politicas-pobres/
La República
La mitadmasuno
12 de abril de 2019
Juan De la Puente
Las reacciones al reciente informe Evolución de la pobreza monetaria 2007-2018, que ha elaborado el INEI en base a los resultados de la Encuesta Nacional de Hogares (ENAHO), reiteran la constante de opiniones muy diferenciadas sobre las políticas sociales, que son de plena complacencia con lo general o de pesimismo irreductible respecto a los detalles. Es cierto que a esto contribuye el INEI, que nuevamente se comporta como una oficina de imagen del Estado, resaltando las buenas cifras y ocultando las malas.
En una apreciación ponderada, deben ponerse en el mismo plano dos datos que dialogan seriamente: el 2018 se redujo la pobreza monetaria en 1,2% y por lo tanto 313 mil peruanos dejaron de ser pobres, en tanto que, en el área urbana, si bien la pobreza bajó 0,7% en números –no en porcentajes– se han incrementado los pobres en más de 200 mil en relación a los resultados del año 2016.
En este diálogo complejo entre lo general y lo específico habría que reconocer una mayor velocidad en la caída de la pobreza rural, que ha bajado 19 puntos en ocho años (de 61% a 42%) contra la pobreza urbana que apenas ha caído menos de 6 puntos en el mismo período (de 20% a 14.4%). Se puede anotar otro tanto respecto a las regiones naturales: en el período 2010-2018, por cada tres puntos de pobreza que se bajó en la sierra, solo se redujo un punto de pobreza en la costa.
Es desafiante la reducción de la pobreza en las zonas donde esta cayó sostenidamente desde el año 2001 pero que desde hace unos años evoluciona muy lentamente, la costa y el país urbano. Esta resistencia se debe a las limitaciones del financiamiento y a las múltiples formas que asume allí la vulnerabilidad social, a diferencia de las zonas rurales, con una pobreza más homogénea.
El correlato político de estos datos es más relevante de lo que se piensa, en un sentido distinto a la explicación inmediatista –y extremadamente relativa– que cree que existen más conflictos donde hay más pobreza. Los desagregados deberían incidir en ajustes de la actual política social plana, y en favor del registro de la evidencia y la sistematización de logros y fracasos, para desde ellos construir experiencias propias y exitosas. En cada caso –pobreza, pobreza extrema, anemia, desnutrición, saneamiento, producción, escolaridad– existe un registro de avances y retrocesos.
Como punto de partida debería aceptarse el fracaso relativo de la lucha contra la pobreza urbana, y asumir el desafío de reformularla a propósito de una nueva gestión en el MIDIS luego de la desastrosa y turbulenta experiencia inmediatamente anterior. La actual ministra, que fue crítica severa del programa Prospera, tiene ahora la oportunidad de mostrar avances contra la pobreza en las ciudades.

A pesar de los discursos triunfalistas, los indicadores resistentes asoman como elementos de una discusión de fondo de cara al 2021. Junto a lo urbano, nueve regiones, la mitad del territorio nacional, se mantienen en un nivel de pobreza de más de un tercio de su población, por lo menos 13 puntos por encima del promedio nacional. No se pueden negar los logros, pero la política está obligada a comprometerse con soluciones.