La mitadmasuno
La República
4 de diciembre 2015
Juan De la Puente
Uno de los temas que deberán abordar los candidatos que hoy concurren a #CADE2015 es el de la reforma política. La demanda de cambios institucionales ha llegado a un nivel en el que es imposible no referirse a ella, de modo que si un candidato cree que puede llegar a Palacio de Gobierno eludiendo esta respuesta, comete un grave error. Incluso podrían esquivar el tema en esta oportunidad pero no podrán evitarlo a lo largo de la campaña y además tener éxito electoral.
La reforma es el eje sobre el que girará la política en los próximos 5 años, tanto los cambios que se requieren para impulsar un nuevo ciclo de crecimiento como para atajar la severa perdida de legitimidad de líderes e instituciones. Si se trata de resumir, aun a riesgo de esquematizar, las características del próximo Presidente de la República, estas son: 1) Un presidente fuerte con un margen de maniobra suficiente para la toma de decisiones difíciles; 2) que sepa pactar a tiempo y conservar los pactos, sobre todo en el Congreso; 3) que sea capaz de llevar adelante reformas (y que no solo las predique); y 4) que culmine su mandato.
La idea de que el próximo año elegiremos un presidente que solo nos gobierne es un error, por incompleta. No solo por el hecho de que como sucede siempre elegiremos un poder (el Ejecutivo) y un contrapoder (el Congreso), sino porque en ambos casos se han revelado cambios en el actual período: el primero nos ha mostrado que puede debilitarse a niveles inéditos, mientras que el segundo nos ha enseñado que, si quiere, puede jaquear la gobernabilidad sin mucho esfuerzo. Ahí están para los incrédulos las veces en que el Parlamento votó ámbar en la investidura de los premieres René Cornejo y Ana Jara.
El nuevo presidente no solo debe gobernar. La agenda que le espera es un poco más gorda: debe gobernar pactando, reformando y en esa medida garantizar la gobernabilidad, de modo que deberá esforzarse tres veces más. Considerando tal perspectiva, las obligaciones de los candidatos con los electores son mayores y los temas que deberían abordar son más complejos y exigibles.
Una de estas obligaciones se refiere al contrapoder señalado líneas arriba. Me temo que, salvo alguna excepción, los candidatos presidenciales no están siendo responsables en la elaboración de las listas parlamentarias, una tarea que acometen con la peligrosa idea de sumar apoyos y dinero, una táctica que en el gobierno o fuera de él podría reventarle al sistema en la cara. Evitar que un grupo de piratas aborden el barco parlamentario es ahora –entiéndase bien, ahora– una obligación republicana que debe ser exigida a quienes compiten por el poder.
La gobernabilidad en los próximos años estará en el Congreso, en la calle, en los medios, en el mercado y, claro, en el gobierno mismo. En esa medida, el “yo haré” es muy importante pero nuevamente incompleto. En la línea de las reformas, el “nosotros haremos” adquiere una significación estratégica porque indica la capacidad del nuevo poder de relacionarse con otros poderes, legales o fácticos, para conseguir resultados. Solo por poner un ejemplo, no será posible reformar la administración de justicia sin pactos con el Congreso, el Poder Judicial y otros organismos constitucionales.
No estoy seguro de que todos los candidatos se encuentren mentalizados con la idea de gobernar cambiando y pactando. Sobre lo primero, las referencias a las reformas han sido escasas y en cambio se aprecia una cultura tecno-burocrática en la elaboración de los planes de gobierno; las comisiones que los elaboran son enclaves cerrados de tecnócratas sin conexión con la política. Sobre los pactos, me temo que el formato de la campaña electoral, que transcurre como una prolongación de la guerra política de los últimos tres años, no podrá ser desmontado debido a la formación de un escenario igualmente inédito en el que no se aprecia un centro político y vasos comunicantes. Es cierto, en política los enemigos pactan, pero las heridas demoran en cerrar y no sé si el país espere.
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