viernes, 1 de enero de 2016

Agárrate del cambio, ahora

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La República
La mitadmasuno
27 de noviembre de 2015
Juan De la Puente
La próxima semana los 5 candidatos presidenciales mejor ubicados en las encuestas sobre intención de voto expondrán en CADE 2015 los avances de sus planes de gobierno. No será un debate cara a cara pero será la primera oportunidad para compulsar los contenidos de las opciones para el próximo quinquenio.
Este primer encuentro es tan inédito como el proceso electoral mismo que vivimos. El lema de CADE “El Perú necesita cambios para seguir creciendo” contrasta con la timidez de los políticos para proponerlos. Esta brecha, entre política vacilante vs instituciones que demandan transformaciones, resume un impensado cambio de roles que la crisis política está fraguando.
En las elecciones del 2006 y 2011, el mercado se situó en una posición recelosa del cambio y fueron los líderes políticos los que impulsaron el debate sobre los ajustes al llamado “modelo” y en menor medida la reforma de las instituciones. Ahora, a pesar de un proceso crítico a cuestas, son los políticos los recelosos de las reformas y estas son sugeridas desde otros lados del escenario. Por ejemplo, las propuestas de reforma electoral fueron impulsadas por los organismos electorales a la cabeza de una colación de instituciones que integran la Plataforma por la Reforma Política y Electoral, la misma que jaló a un Congreso remolón y disgustado en las 5 normas dictadas este año.
Mientras la política parece congelada en los años 2006 y 2011, persistiendo en un debate electoral sobre estabilidad/continuidad, se acrecienta la exigencia de propuestas precisas frente a la desaceleración de la economía, la inseguridad, la corrupción y la inoperancia de la mayoría de instituciones, especialmente de aquellas relacionadas a la justicia y a la transparencia pública.
Las teorías del cambio –que enfatizan en el liderazgo de los actores y en su audacia, y la capacidad para fijar estrategias que encaren las contingencias– anotan que las crisis activan un menú de ofertas que inciden en el inicio de grandes procesos de reforma, útiles sobre todo para la primera fase que los cambios implican, es decir, la transición y sus incertidumbres.
Eso no está sucediendo. Instalar una lógica de cambio en el debate público es fundamental como una condición de vigencia de la democracia en el siguiente período. Es también necesario para evitar un carnaval populista que reemplace el horizonte de las reformas, las manosee y finalmente las paralice. En menos de 4 meses, se han presentados en el Congreso 380 proyectos de ley que podrían acabar en un frenesí de decisiones que no se inscriben ciertamente en una reforma institucional. La creación masiva  de distritos –nueve en una semana– y la posibilidad de que Ventanilla pase a ser provincia sin mayores estudios, en medio de la campaña electoral hacen prever un camino conocido: clientelismo en lugar de reformas.
¿Por qué los políticos que encabezan las encuestas no nos hablan de reforma? La primera explicación es que la campaña se ha iniciado. Este argumento suena a coartada. Siendo cierto el retraso en la elaboración de los planes a detalle, es inocultable que los discursos electorales están rehuyendo asuntos claves como la formación de un nuevo consenso alrededor del crecimiento, agotado ya este; o qué hacer eficazmente para rebajar los índices de delito e impunidad en alza, solo por citar dos asuntos cruciales.
Más allá de la vigilancia de las formas, que es también importante, la vigilancia de los contenidos se convierte en un desafío básico de la campaña. Los políticos no se están imaginando el futuro y este sí es un asunto grave para un régimen democrático que agota un ciclo de 15 años y que debe empezar otro. Es probable que esto también se deba a la total entrega de los líderes al marketing político, pero no es menos cierto que revela la falta de grandes ilusiones y de compromisos personales. No parece ser un asunto de pegada sino de llegada, es decir, de horizonte y perspectiva, una falta de apuesta a la Fortuna, Virtù y Gloria, a decir de Maquiavelo.

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