viernes, 29 de marzo de 2019

La representación degenerada

https://larepublica.pe/politica/1430733-representacion-degenerada
La República
La mitadmasuno
15 de marzo de 2019
Juan De la Puente
Un parlamento serio no tiene semana de representación. Es más, si es serio, no reduce la representación a una sucesión de actos que son, en realidad, de intermediación de demandas específicas, que ha generado los vicios del doble cobro que se denuncian actualmente.
Con las revoluciones de honda repercusión constitucional –inglesa, francesa y norteamericana– la representación se asocia al interés general y a la deliberación sin restricción imperativa por parte de los congresos que, “representando” legítimamente a la Nación, establecen los contrapesos ante los otros poderes, controlándolos y adoptando decisiones que hacen realidad ese interés de todos. En atención a esos principios, el artículo 43º de la Constitución vigente se refiere al “gobierno representativo”, y el artículo 93º dispone que esa representación es de la Nación, y que quienes la ostentan no están sujetos a mandato imperativo.
El Congreso peruano ha seguido en los últimos años un camino que ha vaciado la representación de su contenido histórico y político, transformándolo en un encargo funcional (artículos 18º, 22º y 23º del Reglamento del Congreso) basándose en una pragmática función de representación. Este proceso se inicia el año 2009 y al desarrollarse ha terminado convirtiendo al congresista en un gestor de proyectos (debilitando el papel de los gobiernos locales y regionales), un mediador de iniciativas de gasto público (violando el artículo 79º de la Constitución) y un portavoz de iniciativas legales que no siempre son de interés general.
El diálogo que expuso en marzo del año pasado el llamado “Mamani video (“Consíguete un alcalde, y una obra de 100 millones, y sentadito, facilito, sin mover un dedo, te ganas el 5%”), y los casos de corrupción en las obras públicas gestionadas por parlamentarios en el norte del país, y que cobraron cupos a los alcaldes, exponen el nivel de esta degeneración del principio de representación.
La privatización de la representación se ha adueñado del Congreso. Supera el natural contacto que debe existir entre el elegido y los electores, especialmente vigente cuando el primero rinde cuentas a los segundos, e incide en otras deformaciones del trabajo parlamentario que ahoga al trabajo legislativo, uno de cuyos efectos son las llamadas leyes declarativas, las que se titulan “Declárese de necesidad pública la construcción de…”.
Si usted pregunta por qué no se aprueban leyes de fondo en el Parlamento, o por qué no se prioriza la revisión de los códigos o reformas constitucionales, la respuesta se encuentra en gran medida en el picadillo de leyes que resumen la privatización de la representación, fácilmente apreciable en las agendas de las comisiones ordinarias y el Orden del Día del Pleno del Congreso.

Debe suprimirse este procedimiento intruso de la democracia representativa. El primero que pierde con este esquema es el mismo congresista, que atónito aprecia cómo se le esfuma la legitimidad, al ritmo en que transforma su despacho en una oficina de protocolo, comprando rifas, obsequiando instrumentos de música a los colegios, apadrinando promociones, y visitando lugares a los que probablemente no volverá.

sábado, 9 de marzo de 2019

Por qué baja Vizcarra

https://larepublica.pe/politica/1426514-baja-vizcarra
La República
La mitadmasuno
8 de marzo de 2018
Juan De la Puente
Los recientes sondeos revelan una nueva tendencia, la caída de la aprobación del presidente Martín Vizcarra, a un ritmo que probablemente se profundice en este semestre sin que implique, necesariamente, una debacle, es decir, que se instale debajo de un tercio del respaldo ciudadano.
La primera explicación de esta tendencia es estructural, en el sentido de que el apoyo a Vizcarra se estaría sincerando, corrigiendo una alta expectativa estacional de la opinión pública luego del estallido del escándalo de Los Cuellos Blancos, en julio pasado. En esta explicación, los ciudadanos –tradicionalmente desconfiados del poder– premiaron por unos meses a un líder que con firmeza y audacia suministró salidas, enfrentándose al sistema político, pero ahora amenazan con poner nuevamente distancia entre ellos y el poder especialmente por la falta de resultados.
La segunda explicación es más coyuntural. En ella, las encuestas muestran una presidencia que mantiene una alta capacidad de maniobra, pero exigida por la política cotidiana en busca de un liderazgo distinto, o renovado, eficaz en la respuesta rápida y administración de los “nuevos” problemas, que en realidad reaparecen.
El privilegio de uno u otro enfoque no es ocioso. El primero obligaría al presidente a radicalizar su apuesta por las reformas y extenderlas al ámbito del gobierno de todos los días, en tanto que el segundo solo demandaría un buen gobierno, un reformismo muy limitado, cumplidor y pleno de gestos de marketing, sin grandes apuestas estratégicas.
Me temo que estamos más ante lo estructural que lo coyuntural. La nueva agenda pública es más plural y desafiante, pero solo en la apariencia es el resultado de la moderación de la coyuntura crítica que se cerró con el referéndum y la caída del fiscal Gonzalo Chávarry, de modo que es errada la presunción de que los peruanos exigen poco, apenas un buen gobierno, la gestión de los problemas en el terreno con el recurso humano competente.
La novedad de este cuadro es el surgimiento de una nueva oposición. No es la oposición conservadora que cuestiona la dedicación del Gobierno a la agenda anticorrupción y la contrapone a otras demandas de la gestión pública, sino una que exige la radicalización del proceso, desde la realización de una asamblea constituyente hasta la profundización de la descentralización, las grandes obras de infraestructura, y la reforma política, inclusive en un tono populista. Una parte de esa oposición se empieza a visibilizar en el sur.
Por esa razón –y no siendo la única– las encuestas también dibujan a “dos Vizcarras”, uno más aprobado en Lima, objeto de menos críticas, y otro en regiones, más presionado por demandas de larga data. Al mismo tiempo, ofrecen un escenario “cortado”, en el que la caída de Vizcarra no es capitalizada por una opción alternativa. De hecho, el puesto de líder de la oposición, la nueva y la antigua, está vacante.

Con lo anotado, es imprescindible recordar que el presidente ha liderado un resonante triunfo de la narrativa del cambio, pero lo más importante de las reformas está por venir. No todos se oponen al cambio; un grupo numerosos de peruanos exige que se hagan realidad y se amplíen.

La oposición vacante

https://larepublica.pe/politica/1413587-oposicion-vacante
La República
La mitadmasuno
15 de febrero de 2019
Juan De la Puente
A cinco meses de la primera detención de Keiko Fujimori, el liderazgo en la oposición está vacante, lo que no significa que no existan opositores y grupos opuestos al Gobierno, algunos virulentos, inclusive. De lo que carece la política actual es de alternativas a ese liderazgo solitario del presidente Vizcarra, lo que resume el vacío abierto el año pasado, que muestra un sistema descabezado, pero en movimiento.
Se ha dicho mucho sobre el piloto automático de la economía, aunque encuentro más razones para asumir que es la política la que está en piloto automático, luego de dos colapsos sucesivos, el de los partidos llamados tradicionales desplazados en las elecciones del 2011 y 2016, y el de varias instituciones golpeadas severamente el año pasado (Congreso, P. Judicial, CNM y el Ministerio Público).
De los 8 líderes a los que la encuesta reciente del IEP le atribuye simpatías por encima del 10%, solo uno (a) habla levemente del futuro (V. Mendoza); tres guardan riguroso silencio (Guzmán, Barnechea y Acuña); uno posa para la foto, que finalmente es mejor que el silencio (Kenji); y otro se defiende esencialmente de las acusaciones de corrupción (O. Humala). Los otros dos tienen restricciones para expresarse por encontrarse en prisión (A. Humala y K. Fujimori).
Quisiera conocer a los publicistas que les dijeron a los líderes que en una etapa de crisis e incertidumbre es mejor no hablar o no moverse mucho, y que no deben exponerse o participar en el corto plazo de la política. Como si el inmovilismo no hubiese destruido las posibilidades de Lourdes Flores el 2006, de Toledo y Castañeda el 2011, y recientemente de Reggiardo el 2018, o como si este no fuese un momento decisivo para la renovación profunda del sistema político.
Es Vizcarra quien desde el poder encarna el rechazo al orden de cosas y el que propugna un cambio, en tanto que los grupos que se apuntan al campo opositor representan este orden detestado por los peruanos. Mientras este emplazamiento de actores persista, cualquier dinámica contra el Gobierno –aun las más agresivas- no podrá aspirar a ser hegemónica, o siquiera rentable.
Pocas veces he visto un desprecio tan marcado por la política de todos los días, un escenario en el que nadie quiere ir más allá de Vizcarra en el corto plazo, y una baja empatía con los problemas cotidianos de la gente (seguridad, servicios, empleo, salud), con una derecha esperanzada en el hundimiento de Vizcarra desde la lógica de “todos son corruptos”, y una izquierda estancada en la convicción de que salvo la constituyente todo es ilusión.
Incluso en los grupos que simpatizan con el Gobierno no existe un desempeño independiente, y no se ejerce como en otros países los compromisos diferenciados (Alemania, Italia, Chile con Bachelet, Brasil con Lula/Dilma), es decir, de respaldo a los gobiernos y sus políticas centrales sin desatender las demandas de la sociedad.
Este asunto no tendría importancia si no fuese porque las reformas pierden peso y se relativiza su imperiosa necesidad, de la mano de la aparición de un núcleo dirimente en el Congreso, que se ha trasladado a la mayoría de medios. Si hay un fenómeno que irrumpe para quedarse es el congelamiento de las reformas votadas en diciembre, con la real posibilidad de que a fin de año ninguna de ellas se materialice.
El enfriamiento de los cambios no solo sería un revés para Vizcarra sino para las fuerzas políticas y sociales que lo propugnan. Si se consuma este fracaso no debería esperarse una nueva oportunidad para el cambio democrático, además del surgimiento de un nuevo debate nacional, ya no sobre la necesidad de una reforma en democracia sino sobre cuánto habría que prescindir de ella para que el país “cambie”.

Es hora de hablar con la gente. Luego del referéndum de diciembre, la última oportunidad en que los políticos recurrieron a los ciudadanos, la política se juega más que nunca arriba. Ningún grupo o líder convoca a la sociedad, una omisión especialmente apreciable en quienes apuestan por cambios que signifiquen el reconocimiento de derechos y libertades.