La República
La mitadmasuno
8 de marzo de 2018
Juan De la Puente
Los recientes sondeos
revelan una nueva tendencia, la caída de la aprobación del presidente Martín Vizcarra,
a un ritmo que probablemente se profundice en este semestre sin que implique,
necesariamente, una debacle, es decir, que se instale debajo de un tercio del
respaldo ciudadano.
La primera
explicación de esta tendencia es estructural, en el sentido de que el apoyo a
Vizcarra se estaría sincerando, corrigiendo una alta expectativa estacional de
la opinión pública luego del estallido del escándalo de ‘Los Cuellos Blancos’, en julio pasado. En esta
explicación, los ciudadanos –tradicionalmente desconfiados del poder– premiaron
por unos meses a un líder que con firmeza y audacia suministró salidas,
enfrentándose al sistema político, pero ahora amenazan con poner nuevamente
distancia entre ellos y el poder especialmente por la falta de resultados.
La segunda
explicación es más coyuntural. En ella, las encuestas muestran una presidencia
que mantiene una alta capacidad de maniobra, pero exigida por la política
cotidiana en busca de un liderazgo distinto, o renovado, eficaz en la respuesta
rápida y administración de los “nuevos” problemas, que en realidad reaparecen.
El privilegio de uno
u otro enfoque no es ocioso. El primero obligaría al presidente a radicalizar
su apuesta por las reformas y extenderlas al ámbito del gobierno de todos los
días, en tanto que el segundo solo demandaría un buen gobierno, un reformismo
muy limitado, cumplidor y pleno de gestos de marketing, sin grandes apuestas
estratégicas.
Me temo que estamos
más ante lo estructural que lo coyuntural. La nueva agenda pública es más
plural y desafiante, pero solo en la apariencia es el resultado de la
moderación de la coyuntura crítica que se cerró con el referéndum y la caída
del fiscal Gonzalo Chávarry, de modo que es errada la presunción de que los peruanos
exigen poco, apenas un buen gobierno, la gestión de los problemas en el terreno
con el recurso humano competente.
La novedad de este
cuadro es el surgimiento de una nueva oposición. No es la oposición
conservadora que cuestiona la dedicación del Gobierno a la agenda
anticorrupción y la contrapone a otras demandas de la gestión pública, sino una
que exige la radicalización del proceso, desde la realización de una asamblea
constituyente hasta la profundización de la descentralización, las grandes obras
de infraestructura, y la reforma política, inclusive en un tono populista. Una
parte de esa oposición se empieza a visibilizar en el sur.
Por esa razón –y no
siendo la única– las encuestas también dibujan a “dos Vizcarras”, uno más
aprobado en Lima, objeto de menos críticas, y otro en regiones, más
presionado por demandas de larga data. Al mismo tiempo, ofrecen un escenario
“cortado”, en el que la caída de Vizcarra no es capitalizada por una opción alternativa.
De hecho, el puesto de líder de la oposición, la nueva y la antigua, está
vacante.
Con lo anotado, es
imprescindible recordar que el presidente ha liderado un resonante triunfo de
la narrativa del cambio, pero lo más importante de las reformas está por venir.
No todos se oponen al cambio; un grupo numerosos de peruanos exige que se hagan
realidad y se amplíen.