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domingo, 6 de enero de 2019

El año de las coaliciones

https://larepublica.pe/politica/1387649-ano-coaliciones
La República
La mitadmasuno
4 de enero de 2019
Juan De la Puente
El año 2019 será el de las coaliciones. El resultado del referéndum del 9 de diciembre licuó la polarización entre el Gobierno y el Congreso, estableciendo una nueva mayoría política que legitimó al presidente Martín Vizcarra. Al mismo tiempo, rebajó a mínimos la fuerza de los partidos como actores públicos –reduciéndolos casi exclusivamente al ámbito parlamentario– ayudado por el proceso electoral regional y local que consagró la debilidad de las formaciones partidarias.
Este nuevo momento no se organiza solo a partir de mayoría y minoría, sino a través de coaliciones de las que emergerán las apuestas del 2021, en las que los liderazgos se vuelcan a la sociedad en busca de mayor legitimación. El fin de la polarización no es el fin de la confrontación, como que no es seguro que las coaliciones impidan la fragmentación. El Congreso y las otras instituciones del sistema se han integrado a la etapa de cambios como sujetos u objetos, una interesante politización que enriquecerá el escenario. 
La más activa es la coalición reformista, que ha puesto en marcha el Gobierno y el presidente Vizcarra, con un apoyo parlamentario –y dos bancadas parlamentarias y media o, si se quiere, tres–, otro en los nuevos gobiernos regionales y locales, y uno más en los medios que han respaldado tanto la política del Gobierno en el referéndum como su propuesta ante la crisis del Ministerio Público.
En esta coalición, la de mayor respaldo en la sociedad, la novedad es la bancada liberal porque más allá del número de sus integrantes expresa una apuesta por una identidad maltratada los últimos 25 años por la derecha económica, al punto que las críticas más duras contra el nuevo grupo parlamentario provienen de ese sector hortelano, que ni son liberales ni dejan que otros lo sean.
La segunda es la coalición de la resistencia, ahora claramente dirigida por el Apra y obviamente por Alan García, a la que se adscriben varios grupos o humores conservadores y algunos espacios claves del Estado. Al romperse o agrietarse la alianza entre Fuerza Popular y el Apra, la derecha sin partido, que no es poca cosa en el país, se siente liberada de su apoyo al fujimorismo y coincide principalmente con las tesis apristas respecto a la reforma política y judicial. No es predecible el destino de esta coalición, desde el respaldo a un Bolsonaro –¿ya es muy tarde para que aparezca?– hasta la reincidencia en el apoyo a García como el año 2006. El reclamo por una identidad claramente derechista es creciente en el país y recorre los restos de lo que fue la centro derecha peruana.
La tercera es la coalición constituyente, con escaso peso en la elite nacional, pero con una fuerte vigencia en los movimientos sociales organizados y en las regiones, liderados por Verónika Mendoza, Marco Arana y varios líderes y autoridades regionales. Esta coalición simpatiza con Vizcarra y respalda su política contra la corrupción, pero su programa es otro; no se agota en una nueva Constitución o en una Asamblea Constituyente sino en un programa todavía difuso, en donde caben las políticas ambientales y de género, pero también el viejo descentralismo.
En este cuadro, el fujimorismo aparece como el más damnificado. Ha pasado de tener una mayoría autosuficiente en el Congreso y de manejar una política de alianzas con partidos y gremios empresariales, a un aislamiento riguroso. Fuerza Popular sigue teniendo la mayoría en el Congreso, pero esa mayoría está fuertemente condicionada por el resultado del 9 de diciembre, el precario (des)equilibrio interno y la situación judicial de Keiko Fujimori. De algún modo, Fuerza Popular está presa de su propia mayoría, con una escasa capacidad de movimiento.

Lo nuevo es que estas coaliciones actúan de cara a la opinión pública, el gran elector que les ha expropiado a los políticos su capacidad decisoria el 9 de diciembre. En esa dinámica los giros bruscos son moneda corriente, las rectificaciones y por supuesto las traiciones, una sucesión de pequeños dramas y comedias bajo el signo de una etapa en la que el cambio es un parto doloroso.

viernes, 25 de abril de 2014

Pobres mayorías/mayorías pobres

http://www.larepublica.pe/columnistas/la-mitadmasuno/pobres-mayorias-mayorias-pobres-25-04-2014
La República
La mitadmasuno
25 de abril de 2014
Juan De la Puente
Las encuestas donde la mayoría se pronuncia contra la unión civil resucitan la interpretación abusiva de la “regla de mayoría”, reduciendo la democracia a sentencias como “la mayoría manda” o “se hace lo que la mayoría quiere”.
Esta visión nunca fue democrática o tuvo una efímera gloria. J. Rousseau se resistía a que toda la fuerza de la soberanía popular sea entregada al poder y de allí deviene la prevención histórica de que no es suficiente la democracia como sinónimo de la soberanía, sino que hace falta limitar el poder para que florezcan las libertades y los derechos.
De allí para adelante, todo fue evitar que la democracia se erigiera como un procedimiento contra la libertad. Para B. Constant, el poder no puede disponer de la existencia de los individuos porque la mayoría tiene como límite inviolable la autonomía individual y ante ella termina toda jurisdicción pública. Luego, en las nacientes democracias liberales del siglo XIX A. Tocqueville advertía sobre los efectos de la omnipresencia de la mayoría, que lo legal puede ser arbitrario, y que es detestable la idea de que la mayoría tiene derecho a hacerlo todo porque ello implica la tiranía de la mayoría.
En el siglo XX esta prevención se consolidó y la democracia pudo ampliarse bajo la afirmación de que la mayoría antes de mandar, gobierna. En esa dirección, por ejemplo, ninguna de las acepciones de democracia en el esquema de G. Sartori, es decir, democracia como legitimidad, como sistema político y como ideal, coloca a la mayoría numérica como el eje de las decisiones públicas.
Por lo mismo, hacía bien N. Bobbio cuando afirmaba que en un sistema democrático no es suficiente saber que la regla de mayoría reconoce las libertades, sino que debe saberse cuántos se benefician de las ventajas de esta regla, y que atribuir a esta regla la capacidad de garantizar las libertades es otorgarle una virtud que no le pertenece porque con frecuencia la mayoría “no se compone no de los más libres, sino de los más conformistas”.
El pensamiento político moderno recaba como consenso que la mayoría que cree que “manda por ser mayoría” es una mayoría pobre, atrasada y peligrosa y por ello, en los temas sustantivos, los sistemas políticos diferencian las mayorías numéricas de las mayorías políticas/sociales, porque saben que la visión que absolutiza la capacidad decisoria de la mayoría lleva el virus totalitario. La democracia sabe que en ese enfoque subyace la subestimación de toda minoría en cualquiera de sus expresiones y bajo argumentos políticos, religiosos, raciales o culturales.
El uso perverso de la regla de mayoría desde el poder lleva a restarle voz y libertad a quienes por su número parecen dejar de importar, y hace de los que no tienen voz o número los perdedores de siempre. Resulta frecuente, sin embargo, que ese extremismo deviene en hipócrita cuando se trata del acceso de la mayoría a derechos legítimos; se difumina, por ejemplo, cuando se trata del goce de los derechos a la salud y educación. En esos casos, la mayoría no manda, se hace invisible y debe esperar.
Si el camino es el absolutismo numérico, ¿Qué hará nuestra democracia con la mayoría que repudia la política y la otra que pugna por la pena de muerte para la mitad de los delitos del Código Penal? ¿Qué hará con otras minorías como las personas con discapacidad, los afrodescendientes, los ciudadanos de las zonas rurales, los miembros de las comunidades nativas, quechuahablantes y evangélicos?
El manoseo político de la opinión de la mayoría es riesgoso, especialmente en un país como el nuestro, donde 8 de cada 10 ciudadanos desaprueban al Congreso y al Poder Judicial, y 7 de cada 10 desaprueba al gobierno. Hacer que la mayoría opine, grite, actúe, imponga y aplaste a la minoría en temas fundamentales es una operación primaria.
Si el destino de la minoría es ser aplastada por la mayoría, no habrá democracia; tampoco discriminación positiva y políticas públicas dirigidas e inclusivas. No me imagino al Perú dejando de ser un país poblado de minorías y quemando el principio de igualdad en el altar del principio de mayoría.

viernes, 3 de mayo de 2013

La guerra política

http://www.larepublica.pe/columnistas/la-mitadmasuno/la-guerra-politica-02-05-2013
La República
La mitadmasuno
3 de mayo de 2013
Juan De la Puente
El escenario peruano ha experimentado en las últimas semanas una inesperada modificación, al anticiparse la campaña electoral que a pesar de encontrarnos a tres años de los comicios del 2016, contiene elementos de creciente polarización y deterioro de las relaciones entre los actores públicos.
El principal afectado en este proceso es el gobierno, al que se le abre nuevos y vulnerables flancos; el resto de actores también sufrirá pérdidas sensibles, por las dificultades para construir coaliciones electorales sólidas y por el abandono del centro político, una ubicación privilegiada que les permitió en su momento a Toledo, García y Humala ganar las elecciones presidenciales.
El curso abierto parece irreversible; en algunos meses extrañaremos el escenario sobre el que el gobierno operaba con cierta comodidad, ante una oposición mediática, parlamentaria y empresarial que atacaba puntos específicos del Ejecutivo conservando un buen talante frente al gobierno en su conjunto. En el nuevo ciclo se esfuman los espacios intermedios y se difuminan las funciones bisagra que permitían la actuación de una mayoría política, prestada pero mayoría al fin y al cabo: el PPC y Solidaridad Nacional en la directiva de Parlamento; Perú Posible, el aliado retrechero; Mario Vargas Llosa, el garante vigilante; y los gremios empresariales, los impacientes acompañantes del manejo económico oficial.
El desenlace de este proceso es impredecible por los rasgos poco clásicos de quienes actúan en la trama peruana. No obstante, debe descartarse una ruta brasileña como la que construyó Lula y el Partido de los Trabajadores (PT) en la primera presidencia de aquél, inaugurando un proceso democrático que dura más de 10 años. El Perú no tiene un sistema de partidos que acompañe y equilibre al partido de gobierno porque, paradoja peruana, el gobierno no tiene partido de gobierno propiamente dicho, carece de una sociedad civil organizada en diálogo dinámico con el gobierno y, más aún, el país adolece, a diferencia de Brasil, de una sociedad racionalmente abierta al cambio democrático.
Tampoco parece posible un escenario venezolano como el que inaugurara Hugo Chávez en 1999. El gobierno peruano carece de voluntad política para alterar las reglas del juego de la economía a pesar de las críticas que se le han realizado desde la empresa y los medios. A lo sumo, se propone una ligera innovación de modelo heredado, fortaleciendo el papel del Estado en algunos sectores sin reverdecer el estatismo. Un giro chavista implicaría un manejo más decisivo de los resortes políticos y militares del poder, improbables ahora, y sobre todo la movilización de las masas. Al contrario, el gobierno carece de operadores y de la voluntad ideológica chavista. Si hubo signos tempranos de Ollanta Humala, estos fueron su divorcio de la izquierda y su adhesión al pragmatismo. Algo más nos diferencia del escenario chavista: la alta legitimidad del mercado y el consenso nacional respecto a que el crecimiento económico debe ser defendido resueltamente.
El escenario de riesgo reside en que la pérdida de la mayoría y la guerra política aíslen al gobierno y generen un clima de tensión tanto en las alturas como en la calle, poniendo fin a los seis meses de relativa paz social. Si se fuerza una comparación, esta sería lo que vivió Ecuador entre el 2003 y 2005, cuando el presidente Lucio Gutiérrez, sin mayoría parlamentaria propia construyó un gobierno basado en una alianza con los sectores indígenas y la oposición displicente de los partidos. La ruptura de las alianzas y sus errores aislaron al gobierno que cayó por una asonada; la crisis fue conjurada por una sucesión constitucional precaria, el antecedente del actual régimen de Rafael Correa.
Para impedir ese escenario, el juego gobierno oposición no puede derivarse en una guerra política que use todos los medios al alcance incluyendo la amenaza de vacancia presidencial levantada por un partido con arraigo democrático. Nuestro sistema no resistiría 3 años de extrema polarización.

jueves, 9 de junio de 2011

La Bolsa de Valores de Puno

La mitadmasuno
La República
9 de junio 2011
Juan De la Puente
http://www.larepublica.pe/09-06-2011/la-bolsa-de-valores-de-puno


Los primeros pasos del proyecto elegido en la segunda vuelta indican que el 28 de julio se instalará un gobierno que, desde la centroizquierda, intentará construir una mayoría consistente. En la política, esa mayoría se presume como un arco que exprese los compromisos con la libertad y la democracia. La presencia en el gobierno de socialistas y liberales (en ambos casos democráticos) decantará la imagen de una administración parecida a las de Uruguay o Brasil, zanjando desde el inicio con la profecía que predica que el único cambio posible es el que lleva implícita su deriva autoritaria. Este arco/mayoría tiene el desafío de abrir un ciclo democrático de larga duración.
Para esa mayoría serán cruciales las políticas económicas y sociales. Más allá del discurso, ellas expresarán el contenido y ritmo del cambio, moviéndose entre la demanda social, la sensibilidad de la inversión y el escepticismo de la oposición. Desde esa premisa es más útil saber la composición del gabinete que el nombre de un ministro. A fin de cuentas, el mercado somos todos y lo que se requiere en esta etapa es administrar las expectativas (no eliminarlas), y rebajar las tensiones sociales y el nerviosismo empresarial.
Por esa razón, el principal riesgo del periodo de cambios que se inicia es que no se realicen. Ese es el cometido de un sector que pugna por la formación de un bloque conservador que acose los cambios, incluso los más consensuales. Esa tentación es riesgosa y no necesariamente democrática. Si se consuma, le arrebatarán su rol a la oposición que se instalará en el Congreso o la subordinarán a sus intereses, forzando un ciclo de confrontación que endurecerá la política innecesariamente. Mensajes recientes como “ministro de Economía ya”, “no toquen la Constitución”, “que Velarde siga en el BCR”, o “que gobiernen los independientes” indican que la campaña electoral gran empresarial no se ha desmontado, que es probable su conversión en un bloque político contra el cambio y que la derrotada visión limeña del país, se encallece.
Tampoco parece desmovilizarse la sociedad civil demandante, con discurso propio en las semanas previas a las elecciones. Es el bloque social del cambio, con su coherencia y/o su maximalismo inherentes. La Bolsa de Valores de Puno abierta ayer con cierre de carreteras, es un ejemplo: no especulan, cotizan en alza, exigen reparto de utilidades y también piden señales.