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lunes, 1 de julio de 2019

Reforma política o suicidio

La República
La mitadmasuno
17 de mayo de 2019
Juan De la Puente
El debate de la reforma política se ha iniciado, y el principal elemento de ella es la formación de una coalición contraria, vasta y creciente, que traslada instintivamente a esta discusión su oposición al Gobierno.
Sorprende esta resistencia que atribuye a este Gobierno el beneficio de la reforma y cree que está pensada para una administración que, no obstante, se despide del poder dentro de dos años. Y sorprende más que esta percepción provenga de grupos políticos que ejercieron el gobierno, que pretenden volver a él, o que intentan sortear momentos difíciles para recuperar sus opciones de poder.
Llámese pérdida de brújula o miopía, el punto es que la resistencia a la reforma expresa la hegemonía de la coyuntura y un extravío del futuro. Perdidos en la vorágine de la batalla diaria, la renuncia a la reforma es la renuncia a su existencia política misma, como lo ha demostrado hace poco el resultado electoral brasileño, que ha barrido a las formaciones que creían que luego de la caída de Dilma Rousseff, la clave del futuro era liquidar al Partido de los Trabajadores (PT), cuando los arruinados fueron casi todos.
En contrario, el relativo avance de la reforma chilena, desde el informe de la Comisión Engel y con decisiones aún pendientes, ha permitido una mejor competencia política, control del poder y estabilidad.
Si las elecciones del año 2021 se llevan a cabo con estas reglas de juego electorales e institucionales tendremos un gobierno débil, una oposición fragmentada y en conjunto un poder más rechazado por la sociedad. Y es probable que en ese caótico escenario ya no se encuentren presentes varias formaciones que ahora se desviven suicidamente contra el cambio.
Respecto a la responsabilidad de las personas, la idea de que los actuales legisladores se oponen a la reforma porque los perjudica, es también relativa. Podría afectar a quienes –sin posibilidad de reelección- intentarán un juego ultra personalista en los próximos años, pero no a quienes, antes independientes, apuestan a un desempeño público desde lo institucional. En este punto, se puede apreciar en Fuerza Popular las diferencias entre la aventura y la racionalidad.
La oposición militante a la reforma es procesalista, tiene audiencia, pero carece de ideas fuerza. La única que pretende serlo toma prestado una parte del razonamiento constitucional que sostiene que algunas de las propuestas –especialmente la eliminación de la cuestión de confianza para la presentación del gabinete y al aumento a dos tercios de los votos necesarios para la insistencia de las leyes vetadas por el presidente- significan la ruptura del equilibrio de poderes en favor del Ejecutivo.

Este préstamo es incompleto; adolece de falta información sobre las vicisitudes de nuestro presidencialismo y no les vendría mal una revisión previa de los conceptos modernos de equilibrio, contrapesos y colaboración entre órganos del Estado. Luego, hace falta un estudio comparado por lo menos de las constituciones de 1933, 1979 y la actual –el mundo cambia y los sistemas también- y de la jurisprudencia constitucional sobre las potestades y límites del Parlamento para modificar la actual Constitución.