La República
Domingo 3 de octubre 2010
Juan De la Puente
http://www.larepublica.com.pe/columnistas-elecciones-2010/03/10/2010/sucia-rica-y-pobre
Culminó en Lima una de las campañas electorales más sucias de los últimos tiempos. También la más ostentosa al extremo del abuso y, de paso, la más pobre en ideas movilizadoras de la sociedad. Este resultado no debería merecérselo un país que recuperó su democracia apenas hace 10 años, cuya economía ha crecido a tasas de 6% del PBI anual promedio y que proclama su inminente ingreso al exclusivo club del primer mundo.
Habría que preguntarse qué factores motivan esta dicotomía entre el enriquecimiento de la sociedad y el empobrecimiento de la democracia. Desde los economistas, un ortodoxo diría que la economía ha logrado mantenerse aislada de la política, a lo que un heterodoxo podría contestar: la buena economía no es tal si no genera resultados en la política. Desde la politología la respuesta es más desafiante porque obliga a profundizar en temas sobre los que el sistema político se ha revelado estéril: la calidad de las reglas de la elección de representantes, la calidad de los actores políticos y la calidad de los partidos.
El escenario electoral limeño pudo desarrollar escasamente la disyuntiva corrupción vs anticorrupción porque se introdujeron otras disyuntivas que jalonearon la campaña desde la ideología, en una dinámica donde todo valía, especialmente el adjetivo: terruca, mentirosa, solterona, perdedora, abogada de narcos y drogadicta, de modo que resulta que las expresiones “se meten la alcaldía al poto” y “perra” son las declaraciones electorales más relevantes.
En este contexto de bloqueo de la política por la ideología jugaron un papel crucial los medios que han actuado por encima de los políticos y en lugar de ellos, con una intensidad mayor que la ocurrida en el 2006. Varios medios expropiaron las candidaturas y las agendas electorales con la complicidad o silencio de los candidatos, lo que debería ser leído como el acto final de la privatización de la política. En adelante es muy probable que cada candidato le pertenezca más al propagandista o al que financia la campaña (o la contracampaña) y menos al partido.
Estos resultados no tendrían lugar si las reglas fuesen más eficaces para la política: límites a la publicidad electoral, financiamiento público de los partidos, obligatoriedad de elecciones primarias en los partidos o mayor auditoría de los gastos. Sin embargo ninguna ley, más que conciencia cívica, podrá devolver a los políticos su autoestima y a los medios a su lugar.
Habría que preguntarse qué factores motivan esta dicotomía entre el enriquecimiento de la sociedad y el empobrecimiento de la democracia. Desde los economistas, un ortodoxo diría que la economía ha logrado mantenerse aislada de la política, a lo que un heterodoxo podría contestar: la buena economía no es tal si no genera resultados en la política. Desde la politología la respuesta es más desafiante porque obliga a profundizar en temas sobre los que el sistema político se ha revelado estéril: la calidad de las reglas de la elección de representantes, la calidad de los actores políticos y la calidad de los partidos.
El escenario electoral limeño pudo desarrollar escasamente la disyuntiva corrupción vs anticorrupción porque se introdujeron otras disyuntivas que jalonearon la campaña desde la ideología, en una dinámica donde todo valía, especialmente el adjetivo: terruca, mentirosa, solterona, perdedora, abogada de narcos y drogadicta, de modo que resulta que las expresiones “se meten la alcaldía al poto” y “perra” son las declaraciones electorales más relevantes.
En este contexto de bloqueo de la política por la ideología jugaron un papel crucial los medios que han actuado por encima de los políticos y en lugar de ellos, con una intensidad mayor que la ocurrida en el 2006. Varios medios expropiaron las candidaturas y las agendas electorales con la complicidad o silencio de los candidatos, lo que debería ser leído como el acto final de la privatización de la política. En adelante es muy probable que cada candidato le pertenezca más al propagandista o al que financia la campaña (o la contracampaña) y menos al partido.
Estos resultados no tendrían lugar si las reglas fuesen más eficaces para la política: límites a la publicidad electoral, financiamiento público de los partidos, obligatoriedad de elecciones primarias en los partidos o mayor auditoría de los gastos. Sin embargo ninguna ley, más que conciencia cívica, podrá devolver a los políticos su autoestima y a los medios a su lugar.