La mitadmasuno
1 de setiembre de 2017
Juan De la Puente
La
historia se repite. Ese es uno
de
los errores de la historia.
Charles Darwin
Charles Darwin
Prefiero analizar la
política peruana actual como una sucesión de microciclos de tensión seguida por
otra de cooperación, y no como una línea ascendente y ardiente de cara al
abismo. El error de la agregación simple de hechos, frecuente en los análisis
planos, conduce a predicciones rupturistas que fracasaron respecto de los tres
últimos gobiernos.
El deporte nacional de pronosticar caídas tiene sus reglas; las más importantes dicen: 1) que todo gobierno que se debilita, cae irremediablemente; 2) que los gobiernos se debilitan por errores del manejo cotidiano; 3) que la receta para que aumente la aprobación presidencial es cambiar de ministros; y 4) que para enfrentar las crisis, los gobiernos deben “hacer política”, una pócima que con solo tomarla, arregla las cosas.
El deporte nacional de pronosticar caídas tiene sus reglas; las más importantes dicen: 1) que todo gobierno que se debilita, cae irremediablemente; 2) que los gobiernos se debilitan por errores del manejo cotidiano; 3) que la receta para que aumente la aprobación presidencial es cambiar de ministros; y 4) que para enfrentar las crisis, los gobiernos deben “hacer política”, una pócima que con solo tomarla, arregla las cosas.
Nada de esto funcionó
en los casos de Toledo, García y Humala, pero la receta se repite a propósito de
la caída de 13 puntos de la aprobación de PPK en la reciente encuesta de GfK. La
popularidad descendente de los gobernantes es un problema estructural de
nuestra democracia post Fujimori. Nuestro sistema opera con presidencias
precarias frente a la sociedad, más que ante los otros poderes.
Específicamente, esta
debilidad no está condicionada por la posición del Ejecutivo frente al
Parlamento. Por esa razón, las mayorías parlamentarias que se fabricaron los
gobiernos en 13 años del período 2001-2016, no mejoraron la percepción de los
ciudadanos. La crisis de PPK es también la de nuestro presidencialismo sin
reformas.
La desaprobación
presidencial a la peruana está cocinada con varios insumos y entre ellos se
incluyen los errores del día a día, qué duda cabe. Pero olvidamos con
frecuencia que los ciudadanos no abordan la política como los medios, es decir,
con intensidad y tenacidad (basta apreciar el bajo porcentaje de encuestados
que declaran estar informados de hechos que los medios abordan todos los días),
sino a través de expectativas, claramente jerarquizadas en función de sus
intereses. De hecho, las angustias coyunturales de los medios y políticos, que
viven febrilmente el corto plazo, son mediatizadas por la sociedad que mantiene
convicciones más estables y generalizadas. Cinco puntos menos en la aprobación
de un político les angustia menos, obviamente porque las masas no juegan
necesariamente y todo el tiempo en el corto plazo político.
La secuencia lógica
de la elite opinante que asegura que a menos aprobación presidencial es más
cercana la caída del gobierno, carece de evidencia en los últimos 15 años. Aún
más, las caídas de cuatro gobiernos entre 1962 y 1992 fueron por golpes de
Estado (y un autogolpe) que no tuvieron relación directa con las aprobaciones
presidenciales Y, al revés, tuvimos dos presidentes que recientemente
gobernaron con el agua al cuello (Toledo y Humala) sin que el sistema se
descosiese, ya no que se rompiese.
Siempre puede haber
una primera vez; en tanto, una mirada regional indica que en la última década
el abandono de presidentes del poder se debió a otras razones, como golpe de
Estado tradicional (Honduras, 2009), renuncia por presión de la calle
(Guatemala, 2015), o golpes “constitucionales” avezados contra gobiernos que no
eran débiles en aprobación ciudadana (Paraguay, 2012; y Brasil, 2016).
Los porcentajes de
PPK no desmienten su debilidad, pero resulta que no es el único dato de la
realidad; al costado de las cifras presidenciales se encuentran siempre otros
hallazgos sobre la debilidad del Congreso y las convicciones democráticas de
los peruanos que también forman parte de nuestra gobernabilidad, estable pero
conocida, y que expone un fenómeno: el sistema más fuerte de lo que pensamos y
queremos.
Lo dicho no significa
que PPK tenga una presidencia 100% asegurada y que no necesite procesar cambios
y desarrollar alianzas y acuerdos. Pero creo que el problema del país no es el
cambio de presidente sino es el cambio; cierto que son los hombres, pero no
solo sus errores personales, sino sus orientaciones.
http://larepublica.pe/politica/1094514-baja-baja-ppk-ii
La República
La mitadmasuno
8 de setiembre 2017
Juan De la Puente
http://larepublica.pe/politica/1094514-baja-baja-ppk-ii
La República
La mitadmasuno
8 de setiembre 2017
Juan De la Puente
Respecto al gobierno actual se insiste en algunos
ángulos planos de análisis rupturistas que aprecian un escenario que prescinde
del consenso a palos que amarra a los poderes y los obligan a microciclos de
tensión y cooperación. El esquema de “caída inminente” tiene algunas reglas: 1)
que todo gobierno que se debilita, cae irremediablemente; 2) que los gobiernos
se debilitan por errores del manejo cotidiano; 3) que la receta para que
aumente la aprobación presidencial es cambiar de ministros; y 4) que, para
enfrentar las crisis, los gobiernos deben “hacer política”.
Una parte de la desaprobación de los gobiernos
pos Fujimori está hecha de errores en el manejo cotidiano de lo público, ese
conjunto de desaciertos que desnudan incoherencias dentro de los gobiernos,
reacciones tardías, disidencias y la gestión deficiente de conflictos. Otra
parte se debe a la acción de las fuerzas opositoras que cumplen su papel con
los límites que el sistema tolera y manda, es decir, sin violar el pacto
republicano de la competencia legítima.
La parte acaso más importante es la desaprobación
de políticas y de las grandes realizaciones, que se traduce en la falta de
ideas fuerza y la ausencia de liderazgo público. El presidencialismo peruano
que debió ser reformado luego de la caída de Fujimori, no es el mismo que gobernó
entre 1980-90. Fue herido gravemente por la antipolítica, el unicameralismo, el
voto preferencial y el sacrificio de la política en el altar de la economía.
¿Se acuerdan del primer mandamiento que rezaba:
que los políticos no se metan con la economía, y que mientras tengamos una
buena economía, ¿qué importa la mala política? Era el argumento final del
piloto automático.
Los valores que hacen un buen gobierno se fueron
acumulando en las encuestas en el rubro “por qué desaprueba al gobierno”. Las
respuestas eran y son: porque no cumple sus promesas, no combate la corrupción,
no lucha contra la delincuencia, y no trabaja para los más pobres, entre otros.
Ninguna respuesta hace alusión a las técnicas de manejo cotidiano del poder que
tanto encandilan a ciertos estrategas.
Cuando se registran aumentos abruptos de
aprobación al gobierno por algún hecho fortuito, estos tienen una cortísima
duración porque la luna de miel no es aprovechada para un posicionamiento
estratégico. Al mismo tiempo, los políticos que han gobernado en clave de
reformas y de largo plazo, están entre los más reconocidos como exitosos.
No conocen a las masas quienes creen que están
presas de la coyuntura y se deslumbran con poco. En la encuesta de GfK de
julio, a la pregunta sobre qué temas debería abordar PPK en su mensaje de 28 de
julio, la mayoría contestó: lucha contra la delincuencia, lucha contra la
pobreza, reforma educativa, reformas en salud, lucha anticorrupción, sueldos y
salarios, crecimiento económico, y programas sociales.
Ante esta mayoría social que pide cambios, la
elite que hace y que opina se atrinchera en el corto plazo. Por ejemplo, he
leído poco sobre la exigencia a los 6 grupos que participaron en las elecciones
de que cumplan sus promesas electorales en el lugar donde los puso el voto
ciudadano. En cambio, la política se llena de ideas, proyectos, leyes y
programas que son formulados prescindiendo de un asunto clave en un régimen
democrático: que hubo elecciones y compromisos asumidos de cara al país.
La furia del corto plazo les quita oxígeno al
gobierno y a la oposición, y produce locuras en ambos lados, la última de
ellas, por ejemplo, la resistencia a autorizar el viaje del presidente a la ONU
y a ver al Papa. Esa furia loca que cubre lo público y coloniza los medios y la
mayoría de análisis, está vacía, tiene política pequeña –micropolítica–, gestos
idiotas que se quiere pasar por “política” y un enorme potencial destructivo de
las opciones en mediano plazo, aún en la hipótesis de que los jugadores del
corto plazo loco y furioso triunfen electoralmente.