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sábado, 15 de octubre de 2016

América, el continente del no

http://larepublica.pe/impresa/opinion/809691-america-el-continente-del-no
La República
La mitadmasuno
7 de octubre de 2016
Juan De la Puente
Es razonable la crítica al modelo brasileño que encarnaba Lula por su falta de fuerza para promover las reformas, su alianza con la vieja política mercantilista y la ausencia de límites ante la corrupción. Desde esta visión, la caída de Dilma Rousseff es la derrota de un modelo que previamente había perdido la batalla por el cambio político.
La victoria del No en el referéndum colombiano no es la misma derrota pero es igual; es la caída en las urnas de una firme voluntad de cambio. Sin anteojeras, el acuerdo de paz no es (¿era?) solo el desarme de las FARC sino la puerta de entrada a reformas que Colombia se merece desde hace décadas y que pudo haber terminado en una Asamblea Constituyente, no del estilo ecuatoriano o venezolano sino pactada y más legítima.
Es paradójico y dramático que en esos dos países fuesen derrotados programas que no se planteaban rupturas de la democracia. Lula/Rousseff de izquierda y Santos liberal han perdido por omisión y acción, respectivamente. En ambos casos se evidencia el cierre de vías para el cambio y la explicación más común, mutuamente condicionada, remite a la potencia de los poderes conservadores muy activos y la dispersión de las fuerzas reformadoras.
¿Cómo les fue a los que impulsaron cambios rupturistas? Inicialmente bien, y de hecho los saldos sociales en Bolivia y Ecuador son apreciables (otra vez sin anteojeras), aunque se constata ahora el bloqueo de las experiencias progresistas que se decidieron por cambios políticos y económicos. Bolivia votó contra Evo Morales en el referéndum releccionista de este año, la oposición ganó en Venezuela y volverá a ganar la próxima consulta, el kichnerismo fue desalojado del poder en Argentina dejando una estela corrupta, en tanto que el futuro de los proyectos de Correa y Morales pende de un hilo a la espera de sucesores aceptados por el pueblo.
En un esquema de alternativas se tiene: 1) la falta de cambio democrático, derrotado (Brasil); 2) la voluntad de cambio democrático pactado, derrotado (Colombia); y 3) el cambio rupturista, bloqueado. Chile representa un cuarto caso, la de una experiencia que pudo realizar cambios (sistema de elección, Ley de Partidos, Ley de Fortalecimiento y Transparencia, reforma tributaria y educativa, despenalización del aborto, unión civil, y la promesa reciente de cambios pensionarios), pero que, con encuestas a la mano, no ha logrado que su clase política y especialmente el gobierno recupere la aprobación de los ciudadanos.
Las explicaciones desde la correlación de fuerzas derecha/izquierda o poderosos triunfantes versus débiles derrotados no son suficientes para explicar lo que sucede en un continente que ha pasado de la crítica a la política a constituir mayorías que se enfrentan a los gobiernos de turno sea cual fuese su signo. Desde el 2015, salvo República Dominicana, ningún partido se ha reelegido en el poder en elecciones democráticas, con el mismo candidato o con uno distinto.
Es entonces solo parcialmente cierta la idea de que el fin del ciclo progresista en la región augura el inicio de un ciclo conservador medianamente largo. La debilidad de ambas facciones de la política latinoamericana frente a los ciudadanos es contundente y de ello también dan cuenta de la precariedad del gobierno de México y el modo catastrófico en que acabó el gobierno de Martinelli en Panamá el 2014.
La región parece ingresar a un período agitado, sin confianza ciudadana a los políticos y a las instituciones, reportado por el reciente Latinobarómetro que registra por cuarto año seguido la caída del respaldo a la democracia en A. Latina y el aumento del escepticismo. Los que se alegran con el reciente resultado en Colombia deberían razonar con códigos menos predecibles. No hay péndulo ideológico en camino sino una demanda de libertad y justicia poco satisfecha en los últimos años, a pesar de un ciclo excepcional de crecimiento regional. La gente está en las calles contra la derecha y la izquierda. La lluvia está mojando a todos.

viernes, 2 de septiembre de 2016

La cuestion democrática en América Latina

http://larepublica.pe/impresa/opinion/799216-la-cuestion-democratica-en-latina
La República
La mitadmasuno
2 de setiembre de 2016
Juan De la Puente
Tres países –Colombia, Venezuela y Brasil– son sacudidos por distintas razones que sin embargo se relacionan con un hecho general, el fin del ciclo progresista o posneoliberal regional que coincide con otro final, el del auge de los precios de las materias primas. Política y economía se funden en una nueva transición como hace 30 años, aunque a diferencia de aquella no estamos ante un movimiento hacia la democracia desde un patrón único autoritario sino de una convulsión que parece no tener agenda evolutiva general.
La derecha no tiene mayor problema en poner todo en el saco contra la izquierda y le es fácil oponerse a una sola voz a la paz en Colombia, aplaudir la destitución de Rousseff y apoyar la salida de Maduro del poder. Ella bate palmas por lo que le sucede a la izquierda sin considerar que se inicia un proceso complejo en el que la sociedad asumirá formas de acción política contestatarias que afectarán a derechas e izquierdas.
Este reduccionismo es similar al de la izquierda más atrasada del continente que apoya la paz en Colombia pero respaldaría un golpe chavista en Venezuela, aunque califique de golpe de Estado lo sucedido con Roussef en Brasil, que efectivamente lo fue.
Algunos académicos señalan que una cosa es el agotamiento del potencial transformador del progresismo y otra el final de su ciclo político (Eduardo Gudynas, Uruguay). Eso parece ahora poco relevante frente al envilecimiento del proyecto chavista en Venezuela y a la caída de Dilma Rousseff en Brasil, procesos en cuya base se localizan tanto el fracaso económico como institucional. En Colombia, en tanto, lo que ha fracasado son las políticas de guerra de la derecha y de la izquierda, superadas por un audaz pacto democrático liberal, resistido por el ultra conservadurismo. Colombia es el único país del mundo en guerra donde se marcha contra la paz.
Es cierto que en la crisis regional juega un papel destacado la derecha, pero reducir todos los efectos a esta participación es un delito conceptual; equivale a negar la deriva autoritaria y corrupta en países como Venezuela o Nicaragua, o los graves errores de los modelos argentino y brasileño que no solo no combatieron la corrupción sino se asociaron a ella. Que Rousseff sea derrocada por un grupo de políticos corruptos que pugnan por librarse de la cárcel –y que ella sea personalmente inocente– no debería hacernos cerrar los ojos ante la descomunal ausencia de la ética pública que ha envuelto la política oficial de ese país. El vómito negro no esconde la infección.
Son lejanos los días en que la viabilidad de la izquierda se subordinaba a dos mutaciones genéticas, la inclusión en el régimen democrático y la rebaja de su programa máximo frente al mercado y la sociedad. En lo segundo, en la mayoría de países gobernados por el progresismo en los últimos 15 años se exhiben avances notables en materia de ingresos y equidad, pero en lo primero se confirma un resonante fracaso.
El progresismo dejó pasar la oportunidad de garantizar una democracia política que acompañe al programa de democracia económica y equidad. Las reformas institucionales realizadas en Bolivia, Venezuela y Ecuador sirvieron para ganar las reelecciones y en otros países, como en Argentina, el gobierno familiar cerró toda opción de futuro. En Brasil no hubo reforma reeleccionista, pero una gigantesca maquinaria estatal corrupta devoró al grupo portador del cambio, el Partido de los Trabajadores (PT), cuya actual impopularidad es una suerte de caída del Muro de Berlín del progresismo regional.
La izquierda está nuevamente enfrentada a sí misma. Ella, que ha llenado bibliotecas con recetas para la reforma del Estado tendrá una nueva oportunidad si asume un programa de cambios democráticos en la región –que no pasen obviamente por el reeleccionismo– y si al mismo tiempo profundiza su compromiso con la ética pública. En otras palabras, se encuentra frente a una nueva cuestión democrática.