Por Juan De la Puente
Cuando
en las elecciones de noviembre del año 1932, Hitler perdió 2 millones de votos
y pasó de 230 a 196 escaños en el Reichstag, el gurú de moda en Europa, el
inglés Harold Laski, proclamó que el nazismo ya era una fuerza agotada y que
Hitler pasaría sus días en la terraza de un bar bávaro rememorando cómo había estado
a punto de gobernar Alemania. Dos meses después Hitler era nombrado canciller por
el anciano Presidente Hindenburg luego de haber conspirado eficazmente para
dividir las filas de los conservadores no nazis.
La
mayoría de análisis posteriores al ascenso de Hitler al poder cambiaron después
de su nombramiento como canciller. El problema de Alemania ya no era Hitler y
sus camisas pardas sino lo “otro” y los “otros”. Y así se elaboró un lista de
fatalidades de Alemania que en lugar de explicar a Hitler lo justificaban: el
Tratado de Versalles, la Gran Depresión del 29, la pérdida de las colonias, el
desempleo, los comunistas, los sindicatos, los socialdemócratas, y especialmente
la República de Weimar su constitución liberal, atacada supuestamente por
expresar lo viejo de la política. Y claro, y los judíos, muy parecidos en el lenguaje
xenófobo actual a los latinos en EEUU.
No
me encuentro entre los que “ya sabían” que Donald Trump ganaría las elecciones
de EEUU. Creía que la batalla por las libertades en ese país no tendría ese
final. Trump siempre me pareció un fascista del Siglo XXI que manipulaba –ahora
veo eficazmente- las emociones de una nación susceptible a la retórica del
destino manifiesto y la filosofía conservadora respecto del resto del mundo y
de sus vecinos.
Ahora
parece que es más peligroso que ayer. Por eso tampoco estoy entre los que
empiezan a bucear para encontrar razones para el triunfo de Trump que no sea
Trump, es decir, la lista consabida: que Hillary Clinton es odiada, que los
latinos se orinan en las calles y se roban los empleos de los norteamericanos,
o que EEUU se ha blindado frente al terrorismo islamista.
No
se puede explicar el triunfo de Trump sin Trump. Las explicaciones indirectas
que se hacen directas para evitar señalar el sentido político de un acto fatal,
ya fue ensayado en los años treinta en Alemania para justificar el auge del
fascismo. Desde esa explicación Trump es menos Trump.
Creo
en cambio que lo que ha sucedido en EEUU es la victoria del ala populista y
peligrosamente nacionalista de una nación conservadora. Hace 12 años, Jhon
Micklethwait y Adrian Wolddridge, ambos periodistas de The Economist, publicaron
un texto revelador de ese conservadurismo en progreso (The Right Nation, Penguin Press 2004). En el texto se daba cuanta
que el 41% de los norteamericanos se consideraba conservador frente al 19% que
se consideraba liberal. Los autores ya hablaban hace 12 años de una revolución
conservadora en curso que ha operado desde el fin de la segunda guerra mundial.
Esa revolución parece haber madurado este año.
Tenemos
una idea extremadamente idealizada del desarrollo de EEUU el punto en que
negamos su alta tasa de desigualdad si la comparamos con la media europea, de
lo que es un ejemplo su sistema de salud que tiene problemas para
universalizarse, como sí lo hizo Europa hace 30 años o más. Es además un país
históricamente armado, que cuenta con más de 2 millones de presos, el más alto índice de encarcelación del
mundo, con 756 personas por cada 100,000 habitantes; que no suscribe tratados;
que practica la pena de muerte en varios de sus estados; y que usa la fuerza
para resolver sus conflictos.
Esta
nación conservadora es combatida desde el liberalismo casa por casa y en ese
camino las alertas sobre Trump no han sido escasas. En esa ruta el sistema no
solo produjo a Obama hace 8 años y a Clinton sino a Bernie Sanders –el más
nítido anti Trump- que con su retórica social liberal firme conquistó 13
millones de votos en las primarias demócratas y más de 1,800 delegados en la Convención
Demócrata.
No
fue suficiente. La campaña contra Trump no pudo impactar en las brechas
sociales, raciales y territoriales de EEUU. La encuesta a boca de urna
realizada por Edison Research para varios
medios norteamericanos revela que menos negros que el año 2012 votaron ahora por
los demócratas, y que más negros, latinos y asiáticos votaron por los republicanos
esta vez. En el caso del voto latino mientras el 2012 el 71% votó por Obama el
65% votó ahora por Clinton, y del mismo modo,
más jóvenes y pobres votaron por los demócratas hace 4 años que ahora.
Si
hay que culpar a alguien del triunfo de Trump no es a los que se enfrentaron a
él sino a los que no lo combatieron, especialmente a su propio partido, el
Republicano, que ha aceptado la sustitución histórica de la derecha por una
ideología violenta ultraderechista, misógina, aislacionista, guerrerista y
nacionalista.
Trump
no es Hitler porque EEUU no es Alemania, 2016 no es lo mismo que 1933, ni la
democracia de este siglo tiene los estándares de hace 80 años. Pero no lo
subestimemos; un presidente no democrático no puede hacer un gobierno democrático
y aun si lo lograra no se descarta grandes estropicios.
Pienso en lo peligroso que es para Latinoamérica que EEUU tenga un presidente como Trump
ResponderEliminarBrillante,estimado Juan. Ahora,muchos dicen que ya habían previsto este resultado, manía "criolla" de algunos de nuestros choferes de taxi que no pierden una. Creo que lo más probable, como me parece tú lo sugieres, es que pronto podamos ver el rostro del imperialismo yanqui sin pasamontañas, y en nuestro medio a multiplicados y complacientes Felipillos dispuestos a justificar lo injustificable. El país "paladin" de la democracia y la convivencia entre las naciones -queha recurrido a las armas cada vez que se le ha antojado-podría pronto pasar a ser el gorila que blande al gran garrote.
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