La República
La mitadmasuno
4 de noviembre de 2016
Juan De la Puente
El gobierno de PPK cumple 100 días en funciones y el balance es profuso en números, críticas y reconocimientos. El interés es tal que el Gobierno publicó un resumen de los 100 días a los 90, en tanto que la prensa ha “matriciado” sectores y actores, buenos y malos. Si se añade a los opositores y defensores con argumentos básicos, ya tenemos el balance del primer tramo del Gobierno.
Las cosas no parecen ser tan fáciles esta vez. Algunos análisis planos dibujan un escenario convencional que obvia el carácter excepcional de nuestra gobernabilidad desde el 28 de julio, preñado de una dualidad que asoma. Estos análisis incurren a mi juicio en por los menos tres errores: 1) pretenden segmentar la opinión pública asumiendo que sucesos importantes –como los casos Moreno o Vilcatoma, por citar dos ejemplos– impactan solo en un sector político o institución; 2) asumen un escenario tradicional de la competencia política donde la desafección al poder es una cuenta nueva, sin pasado (“Que cosa fuera la maza sin cantera, un servidor del pasado en copa nueva”/La Maza, 1979), explicado solo por los errores o incumplimiento de ofertas electorales; y 3) establecen patrones “anti” para guiar los resultados: todo sucede porque PPK se “fujimorizó”, el fujimorismo no cambió, el gobierno se corrió a la derecha, o fue abandonado por los “caviares” que lo respaldaron en la segunda vuelta.
Quizás por ello, este balance prefijado obvie el reconocimiento del primer y principal fenómeno de los 100 días, la gobernabilidad compartida entre el Gobierno y el Congreso, trabajosa y contradictoria, cuyos aciertos incuban no obstante sombras para el sistema. En lo positivo, esta gobernabilidad ha impedido una colisión de poderes y ha moderado a ambos, permitiendo el voto de confianza al Gabinete Zavala y la delegación de facultades.
No estaba en las previsiones la irrupción temprana de eventos críticos como el caso Moreno, los problemas de los grupos parlamentarios y la designación de dos miembros del BCR, respondidos por la sociedad desde la calle. Los poderes han encontrado que el límite a su moderación lo colocan los mismos ciudadanos que les impusieron la cooperación. Las crisis surgidas trasvasan sus efectos y ese contagio lo ponen en blanco y negro las dos últimas encuestas, IPSOS y GfK.
El análisis plano se invalida por un hecho simple: siendo el Gobierno el principal objeto del balance –y en realidad debe serlo– los ciudadanos castigan con la desafección a todos. Esto demuestra que la memoria electoral no se ha disipado, que el país no ha terminado de voltear la página como varios lo creíamos y que por encima de las buenas cosas que se han hecho en estos 100 días, y que son más que los errores de ambos poderes, reemerge el rechazo a la política y su signo central, la desconfianza. Ese es el segundo elemento de los 100 días, la desconfianza.
Todos cumplimos 100 días. Al terminar la instalación del nuevo poder se abre un diálogo tenso entre gobernabilidad y desconfianza. El primero de estos elementos es contestado por la sociedad en su atisbo de moderación.
Las Bambas (Apurímac) y Saramurillo (Loreto), y las decisiones públicas como la designación de Carlos Moreno o de Chimpler/Rey, o la liberación de las bandas criminales, entran a un solo saco y la reacción natural de los poderes es salir de la moderación para evitar el contagio. Así se entiende la renuencia del Congreso a asistir al llamado de PPK al Consejo de Estado.
El principal error de los 100 días y que ignora el balance convencional de crítica/apoyo al Gobierno, no es la moderación sino la subestimación de la sociedad en la mesa de la gobernabilidad a la que ha sido llamada pocas veces y solo cuando bloquea carreteras y ríos.
La dualidad de poderes que se abre paso, con un Congreso que profundiza el control de un Gobierno que se debilita, no parece ser la única solución a este diálogo tenso entre la gobernabilidad y la desconfianza. La salvación no depende de la confrontación de poderes que empujan la opción “anti” sino de tomar en cuenta a la tercera mitad, la sociedad.
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