La República
La mitadmasuno
26 se mayo de 2017
Por Juan De la Puente
El premier Fernando Zavala ha emitido
una declaración personal firme cuestionando las interpelaciones a los ministros
que califica de obstrucción a la labor del Gobierno, responsabilizando a Fuerza
Popular por esta ofensiva. El fujimorismo le ha contestado y entre ambos se
llevará a cabo en los próximos días un intercambio de fuego que tendrá alguna promesa
de paz, como ya sucedió en el pasado. Con esto concluirá otro microciclo de la
política nacional y se iniciará otro.
Este episodio es distinto
a los registrados en los últimos meses por lo menos por una razón: entre Fuerza
Popular y el Gobierno han terminado de construir una relación compleja, a veces
tirante y otras colaborativa, que hegemoniza el escenario echando de él al
resto de grupos. Y lo han logrado con la colaboración de estos.
A diferencia de las otras
tensiones –el caso del asesor Moreno y la censura de Jaime Saavedra– el
fujimorismo ha mediatizado a Acción Popular y al Apra, y el oficialismo al
Frente Amplio y a Alianza para el Progreso, incluso a pesar de que la
interpelación a Martín Vizcarra fue trabajosamente labrada por AP. No se trata
de alianzas formales o de sujeciones sino de la pérdida de personalidad y
perfil propio.
La actual dinámica
parlamentaria no depende del impulso de estas cuatro bancadas que –y eso es lo
paradójico– concentran un elevado número de parlamentarios experimentados y
destacados, sino de la ecuación establecida por los espacios que ocupan el
antifujimorismo y el conservadurismo. Ellos subsumen todo.
¿Por qué estas bancadas no
pueden exhibir un perfil propio? Este resultado no se debe a un déficit de
fuerza, es decir, a los problemas internos de la mayoría de estos grupos, sino
a un problema de agenda o, mejor dicho, a la falta de voluntad política para
levantar estrategias y prácticas diferenciadas.
El parlamento carece de
minorías heroicas o personalidades especiales capaces de construir desde un
escaño una oferta política nacional porque el programa principal considera que
la actividad fundamental en esta hora de la política es la contención, tanto de
la ofensiva fujimorista como de la izquierda y sus aliados, rotulados como lo
“caviar” por los sectores conservadores. El negocio de la contención es la
inminencia, tanto del derribo del Gobierno por el fujimorismo como la
imposición de la agenda izquierdista, de género, y contraria a la inversión.
La política de la
inminencia ha empoderado al gobierno y al fujimorismo, y ha convertido al resto
en invitados de piedra. Sostengo que esa política de la inminencia la mayoría
de veces es exagerada y sobreactuada, y tiene un efecto paralizante en un
sistema que necesita debatir y aprobar cambios de fondo para renovar la
democracia. Curiosamente, esta parálisis es más visible en quienes le piden al
Ejecutivo “hacer política”, lo que ellos tampoco hacen.
La principal víctima de la
inminencia es el cambio. A diez meses del inicio de la legislatura nos hemos
olvidado de la renegociación de los contratos del gas, del relanzamiento de la
descentralización y de la reforma política, y nos movemos en el reino de la
pequeña política, al punto que el grueso de los contenidos producidos en los
últimos meses se deben a decretos legislativos por facultades delegadas. El
último episodio de este contexto es la indiferencia de los dos partidos
históricos del Congreso y del Frente Amplio ante la negativa de Fuerza Popular
de dar paso a la reforma electoral.
Creo que hay vida más allá
de la contención. Y esto pasa por desempolvar los programas electorales,
transformarlos en iniciativas legislativas y en acción ciudadana fuera de la
micropolítica. Por ejemplo, una cosa es el pequeño debate sobre la reelección
de los alcaldes y gobernadores regionales y otra la rendición de cuentas y el
relanzamiento de la descentralización; o una cosa son las acusaciones a Ollanta
Humala sobre Madre Mía y otra la reapertura de las indagaciones sobre las
violaciones de los DDHH en el Alto Huallaga en las décadas de los ochenta y
noventa.