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jueves, 30 de diciembre de 2010

Cambio si, reforma no

La mitadmasuno
La República
Jueves 30 de diciembre 2010
Juan De la Puente
La década iniciada el 2001 tuvo como principal promesa la democracia. Aquel momento parecía el efluvio de una sociedad que salía del poder oscuro y de la corrupción y la promesa consistía, exactamente, en hacer estable, permanente e irreversible aquel destello que resumía varias inquietudes, viejas y nuevas.
Las palabras que bañaban ese sentido común mayoritario eran, además de elecciones libres, transparencia, libertad, descentralización y empleo, aunque eran otras tres las que presidían todo discurso político: democracia, consenso y reformas.
El balance de la década proyecta los claroscuros de un país que ha hecho una parte de la tarea pero que ha olvidado los aspectos más inexcusables de la promesa. Decirlo cuando el discurso oficial público y privado se escuda en el auge económico para evitar el análisis parece de aguafiestas.
Habría que responder blandiendo dos datos que trae el Latinobarómetro 2010, recientemente presentado. El primero, que un escaso 18% de peruanos se siente satisfecho con la economía; y el segundo, que los satisfechos con la democracia apenas llegan al 28% a pesar de que el 61% dice respaldar el sistema; es decir, los demócratas insatisfechos alcanzan el 33%.
No es poco que en 10 años hayamos reducido más de 20 puntos de pobreza, recuperado empleo y casi alcanzado varios de los Objetivos del Milenio (ODM), que inicialmente nos propusimos alcanzar el 2015. Tampoco es despreciable que esto se haya logrado en un contexto de auge económico estable y en el marco de las reglas de juego de la democracia. Sin embargo, esos y otros datos del Latinobarómetro ya no permiten sostener que la buena economía es autónoma de la mala política. En adelante será cada vez más difícil separar política y economía.
Es ya un lugar común afirmar que el déficit de la década democrática es el olvido de las reformas. Lo nuevo es el vacío que se abre en la base del sistema a causa de esa omisión y de la incapacidad de los líderes para aprovechar el proceso electoral y encauzar un debate sobre esas reformas. El formato de campaña practicado hasta ahora hace presumir que para la mayoría de candidatos las palabras claves en estos meses serán “gran continuidad de políticas” y que cuando se refieran al cambio aludirán apenas al de las personas y a los estilos. Momento insólito este, donde el cambio no significa, necesariamente, reforma.