La mitadmasuno
24 de noviembre de 2011
Juan De la Puente
http://www.larepublica.pe/columnistas/la-mitadmasuno/el-bien-y-el-mal-ashaninca-24-11-2011
Pablo Macera y Enrique Casanto acaban de publicar un vivo testimonio de la nación asháninca, reivindicando su riqueza cultural, particularmente sus manifestaciones etnológicas. Dentro de ellas ocupan un lugar destacado sus saberes culinarios y la representación simbólica mágica de los alimentos. La Cocina Mágica Asháninca (Fondo Editorial USMP, octubre 2011), aborda la caza, la pesca y la agricultura de esa nación y se ocupa prolijamente de sus narraciones. El libro es la referencia antropológica actual de otro texto de ambos, El Poder Libre Asháninca (USMP, 2009) que revisa la rebelión de Juan Santos Atahualpa entre 1742 y 1752.
Macera y Casanto van un paso más adelante: alertan sobre los riesgos que para la sociedad asháninca representan la actividad de exploración de hidrocarburos en las cuencas de los ríos Ene, Tambo, Perené y Pichis, los proyectos de expansión de cultivos para biocombustibles y los de carreteras, hidrobias e hidroeléctricas. Los ashánincas se han liberado de la esclavitud cauchera, en los siglos XIX y XX, y de la senderista en los años de la violencia reciente, en ambos casos con graves pérdidas y dolores, pero ahora mismo su relación con el Estado es conflictiva y precaria; la desnutrición crónica en el río Tambo es 74% y en el nivel infantil llega al 81%.
Los autores reseñan ese mundo que pugna por no ser subyugado por nuestra modernidad. Ponen sobre la mesa, por ejemplo, la importancia de la yuca, que es en la alimentación amazónica lo que la papa es para los Andes. Es relevante el recuento de frutos consumidos por esa sociedad, casi todos ignorados en el resto del país aunque familiares para la Amazonía como la anona, el palmiche, el caimitillo, el tumbo o la sachamora, y de otros aún más desconocidos que ni siquiera tienen nombre español, como la íbara, el aapi o el damacoshire.
Es aleccionadora y reveladora la síntesis mágica en procura del equilibrio y del bien que los ashánincas realizan entre el hombre y los animales, principalmente aquellos usados para la alimentación. Por razones de virtud o de vicio terrenal, los hombres abandonan su condición humana por voluntad, castigo o salvación para adueñarse de un ser vivo animal, una suerte de reinvención que en casi todos los casos funciona como un mecanismo para fijar límites a los excesos humanos en las actividades productivas y extractivas o para promover la convivencia social. Aconsejable esta sabia conversión pacífica del mal en bien en tiempos en que el ser humano demora y sufre para encontrar sus límites.
Macera y Casanto van un paso más adelante: alertan sobre los riesgos que para la sociedad asháninca representan la actividad de exploración de hidrocarburos en las cuencas de los ríos Ene, Tambo, Perené y Pichis, los proyectos de expansión de cultivos para biocombustibles y los de carreteras, hidrobias e hidroeléctricas. Los ashánincas se han liberado de la esclavitud cauchera, en los siglos XIX y XX, y de la senderista en los años de la violencia reciente, en ambos casos con graves pérdidas y dolores, pero ahora mismo su relación con el Estado es conflictiva y precaria; la desnutrición crónica en el río Tambo es 74% y en el nivel infantil llega al 81%.
Los autores reseñan ese mundo que pugna por no ser subyugado por nuestra modernidad. Ponen sobre la mesa, por ejemplo, la importancia de la yuca, que es en la alimentación amazónica lo que la papa es para los Andes. Es relevante el recuento de frutos consumidos por esa sociedad, casi todos ignorados en el resto del país aunque familiares para la Amazonía como la anona, el palmiche, el caimitillo, el tumbo o la sachamora, y de otros aún más desconocidos que ni siquiera tienen nombre español, como la íbara, el aapi o el damacoshire.
Es aleccionadora y reveladora la síntesis mágica en procura del equilibrio y del bien que los ashánincas realizan entre el hombre y los animales, principalmente aquellos usados para la alimentación. Por razones de virtud o de vicio terrenal, los hombres abandonan su condición humana por voluntad, castigo o salvación para adueñarse de un ser vivo animal, una suerte de reinvención que en casi todos los casos funciona como un mecanismo para fijar límites a los excesos humanos en las actividades productivas y extractivas o para promover la convivencia social. Aconsejable esta sabia conversión pacífica del mal en bien en tiempos en que el ser humano demora y sufre para encontrar sus límites.