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sábado, 20 de enero de 2018

La primera etapa del posindulto

http://larepublica.pe/politica/1166712-la-primera-etapa-del-posindulto
La mitadmasuno
La República
5 de enero 2018
Juan De la Puente
La crisis generada por la no vacancia y el indulto, constituidos en un solo momento, permanece latente, con todas las opciones abiertas, en un escenario que, sin embargo, se encuentra suspendido en el aire. Al silencio del presidente y de Keiko Fujimori, se suma el silencio específico del ala albertista del fujimorismo respecto a su colaboración con el Gobierno; la incertidumbre sobre el anunciado nuevo gabinete; y la permanencia de Fujimori en la clínica hasta ayer, un limbo territorial que no le permite tomar grandes decisiones. La reciente declaración de Fuerza Popular no altera lo señalado.
Más que nunca es vigente la imagen de una elite que sobrevive en una nube; una evidencia más de una crisis a la que le falta guion, una situación en la que sobran las contradicciones, pero escasean las soluciones. La clave reside en el viejo mal de todas nuestras últimas crisis: la debilidad de las partes.
La ecuación se alarga en busca de desenlaces. No vacancia/indulto, más fraccionamiento de Fuerza Popular, más debilidad del gobierno, y más indignación ciudadana en las calles, han trastocado el (des) orden de cosas heredados de las elecciones del 2016. No obstante, quien creía que estas explosiones continuadas se iban a transformar en una llamarada uniforme, intensa y vasta, se equivocó.
A casi dos semanas del indulto, la crisis que generó este hecho no es febril. La indignación ha disparado 10 puntos la oposición al indulto, y ha rebajado en otros 10 puntos el porcentaje a favor de la libertad de Fujimori. De hecho, ha equilibrado las memorias, la memoria autoritaria y la memoria democrática, y desembocado en una movilización viva, la segunda de ellas en las calles, liderada prometedoramente por los jóvenes. No obstante, las dos fuerzas organizadas alrededor de Fujimori –anti y pro- poseen vanguardias, pero ellas tienen dificultades de pasar de una limitada agitación porque la opinión pública erizada, está de espaldas a la política.
Existe un reagrupamiento de fuerzas en proceso. Que no se tengan grandes masas en las calles no significa que no existan grandes ideas en pugna. La opinión pública está dividida con relación a Fujimori en dos mitades -el indulto (impunidad) y la prisión (justicia)- y con relación a Kuczynski en tres bloques desiguales, entre la no vacancia (38%), la vacancia con sucesión de los vicepresidentes (29%) y el adelanto de elecciones (24%), haciendo de las dos últimas opciones, juntas, las mayoritarias.
En la elite, en cambio, la tercera opción no existe, y en las alturas la no vacancia es muy predominante. Respecto al poder, las masas están en modo off y la elite en modo on; en esta crisis, el segmento social que pide cambios es más radical que sus líderes (otra vez la falta de guion).
En este escenario suspendido en el aire, los movimientos menores reducen el impacto del indulto a la espera de grandes hechos. El acto llamado a realinear las fuerzas es el nuevo gabinete, a partir del cual se empezará a jugar la primera etapa del posindulto. Por ahora, el tiempo corre en favor de PPK y contra el resto. Solo una mayor movilización ciudadana, ya no solo contra el indulto sino contra la permanencia en el poder de PPK, o una nueva revelación explosiva, podrían bloquear rápidamente este primer tiempo del posindiulto. El Perú ya ha perdonado grandes traiciones en la democracia reciente, por lo menos dos: la de Fujimori y el shock (1990) y la de Humala y la gran trasformación (2011).

La falta de guion de la crisis y la debilidad de sus adversarios podrían salvar a PPK en el corto plazo. Pero que PPK transite el posindulto sin caerse del caballo es una cosa, y que siga cabalgando más adelante, es otra. Si reconstruye su gobierno con alianzas sociales (Fujimori 1990) y alianzas parlamentarias, aunque sea intermitentes (Humala 2012), su esperanza de vida será mayor. El fujimorismo dividido y el antifujimorismo en la encrucijada, atrapado entre las opciones de reducir su acción a la lucha contra el indulto y la salida de PPK del poder, favorecen la tendencia a la continuidad del presidente.

sábado, 30 de diciembre de 2017

Manual de crisis 1. La encuesta de Ipsos Perú. 30.12

Por Juan De la Puente
La reciente encuesta de Ipsos Perú revela que las claves de la crisis política que agita a las instituciones, partidos y medios, no se trasladan automáticamente a una opinión pública que procesa los datos con desconfianza en los actores y con salidas matizadas. Contra esa opinión pública incrédula y al mismo tiempo exigente, buena parte ella en las calles, se estrellan las estrategias.
Datos y tendencias. En una crisis en ascenso como la actual, con todos los escenarios abiertos debido de la debilidad de los actores y la fragmentación de los intereses, las encuestas muestran datos “nuevos”, directamente emanados de la coyuntura, y tendencias sobre proceso en curso de origen anterior que la crisis dinamiza. En la reciente encuesta de Ipsos Perú, hay por lo menos dos tendencias disruptivas que alteran la coyuntura. La primera es la caída del respaldo al indulto de Alberto Fujimori que se ubica en 56% frente al 65% de la medición en setiembre, 9 puntos menos que hace 3 meses. La misma encuesta abunda en datos que explican esa caída, es decir, la negociación con el gobierno para salvar a PPK de la vacancia.
La segunda es la caída de la aprobación de Keiko Fujimori, de 10 puntos en 2 meses, ahora en 29% frente al 39% registrado en octubre. Esta caída es más difícil de explicar en la medida en que son por los menos tres elementos a considerar en su debilitamiento público; las acusaciones de las que es objeto, la moción de vacancia presidencial que impulsó, y el indulto a su padre, rechazado por el 40% de peruanos.
Sin salidas vedadas. Entre los datos “nuevos” de la encuesta, se encuentran tres que merecen una atención desagregada. El primero, que la mayoría de peruanos (53%) se muestra a favor de la vacancia, lo que de hecho es una variable de la crisis que pone sobre el tapete que, para un amplio sector de la sociedad, la salida de PPK del poder no estaba asociada necesariamente a un juego golpista o identificado este, era tolerado.
Al mismo tiempo, y en segundo lugar, nótese que solo el 38% de personas cree que PPK no debió ser vacado, en tanto que un sorprendente 29% cree que debió producirse una sucesión constitucional de sus vicepresidentes, la vía que PPK hábilmente cerró al forzar la amenaza de renuncia de estos, asustando a una parte del Congreso. No deja de ser igualmente importante que el 24% apueste a nuevas elecciones, mucho y poco por donde se le mire: poco por el porcentaje, pero mucho considerando la crisis está en ascenso. Puede parecer poco auspicioso para los mensajes ”PPK o nada” o “PPK es democracia”, pero queda claro que, en esos momentos, y aun ahora, no hay salida vedada a la crisis política, entre el “quédate PPK”, “que solo se vaya PPK” o “que se vayan todos”.
Cambio y reconciliación. Entre los datos “nuevos” quizás uno sea el más provisional de todos, es decir la brecha que se abre entre el cambio y la reconciliación. Según la encuesta, el 80% de peruanos quiere cambios en el gobierno, pero solo el 45% cree que en el esquema de reconciliación. Esta brecha puede leerse como la persistencia a pesar de la crisis, de un escenario donde los ciudadanos reclaman cambios firmes, pero no necesariamente dramáticos, sea porque no creen en la posibilidad de un giro gubernamental o porque consideran que es más importante el fondo que la forma.

Esta brecha deja al Gobierno con poco margen de maniobra en relación al gabinete, lo que se reitera en la comparación del 80% de peruanos que exige cambios y los que –algunos son los mismos-piden ministros independientes (53%). Una de las explicaciones, más allá de la desconfianza a los políticos como actores de cambio, es el diseño de mensaje: “tu cambio no es mi cambio, tu reconciliación no es mi reconciliación”.

El retorno del lado oscuro

La República
La mitadmasuno
29 de diciembre de 2017
Juan De la Puente
"Tus débiles habilidades no pueden
competir con el poder del Lado Oscuro"
Darth Sidious/Palpatine (Star Wars).
Alberto Fujimori está libre. Su indulto es el acto menos reflexivo de Pedro Pablo Kuczynski respecto de sus consecuencias. El hecho de que sea ilegal y que fuese negociado poco menos que en vivo en directo, lo hace más espectacular en medio de una crisis donde los actores –casi todos- deambulan sin guion satisfechos con su parlamento. Es una puesta en escena perfecta para una crisis que se antoja extraña y cada vez más implacable con sus protagonistas.
El hecho de que la libertad de Fujimori no fuese deseada por el fujimorismo oficial, por la elite peruana y un sector democrático con memoria, pero si por la mayoría de peruanos, indica que se ha liberado no solo a un hombre, sino a una bandera. Su liberación es un poderoso mensaje que impacta a la sociedad. Proyecta ideas-fuerza que serán vigentes por mucho tiempo: que la impunidad es socialmente aceptada, que la democracia perdona a los dictadores, que las víctimas no son importantes para la alta política, y que el olvido de los pueblos es tan vigente como la memoria de los mismos pueblos.
Nadie como Fujimori resume el Perú de hoy, pero sobre todo lo explica, especialmente el sistema político que se creía curado de él. Su libertad vía indulto era el eslabón que faltaba para unir los dos ciclos del Perú, 1990-2000 y 2000-2017. Fujimori condenado y sentenciado era la expresión del primer ciclo, y a quienes se juzgaba recientemente son los grandes protagonistas del segundo ciclo. Con Fujimori libre no tiene sentido separar un período del otro; en menos de tres días, el Perú fue derrotado dos veces por la corrupción, la del presente y la del pasado.
El indulto es un golpe a la política postfujimorista o posterior al año 2000. Imposible no pensar que para algunos peruanos -¿pocos, muchos?- la liberación de Fujimori puede ser una llama de esperanza. Se trata de un político con un peso específico en la historia; es el único caudillo que en casi tres décadas ha dado forma a un pueblo, el pueblo fujimorista, y ha creado por contraposición el otro pueblo, el pueblo antifujimorista.
Su liberación pone a los dos pueblos en crisis porque los activa e interpela, los enfrenta al corto plazo, les pide cuentas inmediatas y los fuerza a definir estrategias. Por ello, tiene por lo menos una base de discusión la hipótesis de que hemos retornado a los años noventa. No obstante, aun debemos saber el tipo de división que se ha emplazado entre nosotros porque, aunque parezca surrealista, una parte del fujimorismo no bota espuma por la boca sino habla lenguas extrañas: puentes, gobernabilidad, tolerancia y reconciliación; en tanto que otra, la oficial, está callada escuchando su propia voz y como dice el poema “con sus demonios de debajo”. El tercer fujimorismo, el más grande y atroz, el de a pie, es un ejército de zombies que vaga por su cuenta creyendo que este es el momento de morder y matar.
Es probable que el mismo Fujimori no sepa qué hacer con su libertad y que el segundo paso se le sospeche arriesgado. Sus dos primeros dilemas son, si debe dividir su legado (léase Fuerza Popular), y cómo debe hacer la política (directa o indirectamente). El país que encuentra es más pragmático y más impaciente, en suma, más fujimorista que él. Por otro lado, él no es Haya de la Torre, un político perseguido por poderes económicos y clases oligárquicas; y tampoco es Belaunde, un patricio de la democracia, golpeado, que regresó 12 años después, revindicado. Forzar el retorno tendrá un precio, considerando la fuga, la renuncia por fax, la extradición y la sentencia por corrupción y delitos de lesa humanidad.

Por estas razones, es extraña la pretensión de forzar la reconciliación desde el indulto, una apuesta que hasta suena ofensiva al no considerar los medios, los fines y los plazos. No puede haber reconciliación con jóvenes gaseados en las calles, con magistrados del TC a punto de ser destituidos acusados de conspirar contra militares que no quieren someterse a la justicia en casos graves de violación de DDHH, o con una campaña en curso que tacha de terroristas a los organismos defensores de los DDHH.