La República
La mitadmasuno
29 de junio de 2018
Juan De la Puente
El gobierno del presidente Martin Vizcarra se
apresta a cumplir 100 días, caracterizado por dos grandes momentos. En una
primera etapa, ha gobernado con baja intensidad y mirando exclusivamente al Congreso, y en la segunda etapa,
las tres últimas semanas, de cara también a la sociedad, y por qué no decirlo
–y aunque no se acepte formalmente- con un ojo en las encuestas.
Ambos momentos expresan la complejidad de un
gobierno legal y legítimo, que sufre los efectos de una crisis de la que es
heredero, caracterizada por una descomunal desconfianza de la sociedad, unida a
demandas exigentes. Por esa razón, el principal logro de los 100 días es haber
culminado con éxito el proceso pos PPK la inédita sucesión constitucional
pacífica, un proceso que en otros países de la región fue tempestuoso. Este
resultado desde una mirada que podría ser acusada de cínica, es a la vez bueno
y malo: bueno por la estabilidad que recupera, y malo por la solidez de un
sistema cuestionado e impopular de reglas y actores que apenas ha crujido. En
ese sentido, la sucesión misma ha marcado un primer límite al cambio, que debe
ser tomado en cuenta por las opciones electorales en formación.
Otro hecho de los 100 días, que el gobierno
parece haber descubierto en el camino, es el límite del comportamiento de los
actores, especialmente del Congreso. El gobierno carece para los efectos
prácticos de una bancada propia, y al mismo tiempo ha tenido varios episodios
de diferenciación con Fuerza Popular entre ellos el apoyo a la ley de la
supervisión de cooperativas, la aprobación del decreto sobre el uso de
octógonos en los productos de consumo no saludables, el rechazo a la ley que
prohíbe la publicidad del Estado en medios privados, y recientemente la
posición contra los contenidos conservadores en los textos escolares.
Frente a estas muestras iniciales de
independencia, el Congreso puede ensayar varias medidas, pero en ningún caso
retornar al modelo de oposición ejercida contra PPK, especialmente desde
diciembre del año pasado. Con la renuncia de Kuczynski se ha ido también un
estilo de oposición que le ha costado aislamiento al fujimorismo un límite en
el juego de fuerzas arriba que Vizcarra lo sabe ahora con más certeza que el
primer día.
No obstante, el nuevo gobierno es débil, una
realidad propia del presidencialismo posterior a Alberto Fujimori. Esta
debilidad tiene su origen en la sociedad, y esto le plantea al actual
presidente el mayor límite a su administración. La caída de la aprobación
presidencial ha cercado a este gobierno más que a otros, y deja a Vizcarra en
offside respecto a su modelo de relación con la gente –visitas sin hoja de ruta
y programa- cuestionando el hecho de que se diferencie muy poco de su
antecesor. La desaprobación de Vizcarra y del gobierno no sube ni subirá en la
medida en que siga pareciendo una suerte de PPK 2.0.
En la respuesta a ese límite indicativo de la
sociedad, en la segunda parte de los 100 días se
ha visto a un presidente más empoderado. Como ha sucedido en otros
episodios de nuestro complejo presidencialismo –moderado respecto de los otros
poderes, pero con fuerza dentro del Ejecutivo- este nuevo comportamiento deja
ver las flaquezas del Gobierno, particularmente de aquellos sectores encargados
de dar, construir y atender.
Un presidente parado en la primera línea de la
ofensiva es la realidad ideal de nuestro sistema. Al contrario, un mandatario
ubicado a la defensiva, está menos expuesto, pero sus posibilidades de gestión
dependen excesivamente de otros. Es probable que estos flancos débiles o
deficitarios sean abordados en un impostergable relanzamiento del Gobierno en
el corto plazo.
En cualquier caso, la clave del éxito de Vizcarra
luego de sus primeros 100 días de gobierno empieza en la afirmación de su
independencia. Esto no implica un Gobierno antagónico, pero sí dueño de sus
decisiones y con una mayor capacidad de movimiento. Como cuando inició su
mandato PPK, es atractivo el discurso de una coalición gobernante
Ejecutivo/Legislativo, pero no es práctico ni posible.
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