viernes, 3 de noviembre de 2017

Cataluña, España y la izquierda

http://larepublica.pe/politica/1140023-cataluna-espana-y-la-izquierda
La República
La mitadmasuno
3 de noviembre de 2017
Juan De la Puente
El proceso independentista catalán, en caída luego de la intervención del gobierno autonómico (la Generalidad y sus órganos, el gobierno, el parlamento y la presidencia) por el gobierno español, en aplicación del artículo 155º de la Constitución, le pasa la factura a Podemos, la nueva formación de la izquierda española que junto con sus aliados obtuvo el 21% de votos en las elecciones del año pasado, y que –también juntos– ocupan 67 de 350 escaños en el parlamento.
Presionado por expectativas regionales, especialmente de sus bases y sus aliados en Cataluña, Podemos exhibió un extraño discurso neutral pero inclinado hacia el proceso separatista catalán impulsado por una coalición de grupos conservadores, liberales y de izquierda. Mientras el proceso estaba en curso, antes de la declaración unilateral de independencia y de la respuesta del gobierno de Mariano Rajoy, ese discurso pudo servir para administrar la falta de una opinión resuelta y organizadora sobre la cuestión catalana, pero no fue suficiente.
El grupo que revolucionó y modernizó la movilización en España y Europa, legítimo heredero del movimiento de los indignados del 15-M del 2011, se vio atenazado por una estrategia sin táctica. Por primera vez desde su fundación fueron “otros” los que ganaron la iniciativa de la calle. Los separatistas los llevaron de las narices, estableciéndose entre ellos y Podemos una distribución de roles perjudicial para el partido nacional: Los primeros aceleraban la separación de España vía el ilegal referéndum del 1º de octubre, y los segundos atajaban al gobierno de Rajoy, defendiendo el derecho a decidir del 48% de los ciudadanos sobre el 52% restante.
Ese fue el primer error del profesor Pablo Iglesias, líder de esa formación, que se sabe de memoria las lecciones de estrategia, pero al que le faltó la primera lección de táctica: tener una línea propia en el terreno de los hechos, y llevarla adelante. A Podemos de estos meses le sobró Gramsci, pero le faltó Lenin, De Gaulle y Churchill.
En principio, es seductor el modelo de organización más plural para España, es decir, un desarrollo mayor del modelo de autonomías instalado por la Constitución de 1978. La idea de esta alternativa fue plasmada en la propuesta de un nuevo pacto territorial y democrático por la vía del federalismo. No obstante, esta alternativa no puede enarbolarse relativizando la unidad nacional, un error frecuente de las formaciones nacionales radicales de derecha o izquierda. Razón tuvo hace días la profesora Carolina Bescansa, una de los tres fundadores de Podemos, al lamentar que su partido no tenga un proyecto político para España y en pedir que se le hablase más a España y a los españoles y no solo a los independentistas, recordando que Podemos es un partido español y estatal.
Ese segundo error no fue leve. La idea de llamar fascista a todo aquel que defienda la unidad de España –o si queremos aplicarlo a cualquier país, la unidad nacional– no se justifica siquiera en las disputas en las redes sociales; más aún si se tolera, como ha sucedido en Cataluña por parte de grupos de la izquierda regional, que se llame traidor (botifler en el argot catalán) al que se muestra contrario a la secesión. Al contrario, no enfrentarse al nacionalismo secesionista creyendo que tenía la marca de izquierda, y que eso era suficiente, implicó sentar las bases del actual conflicto entre la dirección nacional de Podemos y sus bases catalanas que solo tiene una ruta de solución: la salida de los que pierden.

El tercer error fue priorizar su oposición al gobierno, y subestimar el valor moral de la Constitución, inclusive si en el gobierno se encuentra un grupo cuestionado como el Partido Popular (PP) protagonista de sonados escándalos de corrupción. Allí hubo un equívoco más que político, que es no tomar en cuenta que la Constitución es más que un gobierno. Eso sucede cuando desde la Ciencia Política se subestima el Derecho Constitucional. Ahora, tendrán que hacer otra incoherencia: participar en un proceso electoral que consideran ilegitimo.

Ver el hashtag pero no el bosque

http://larepublica.pe/politica/1137016-ver-el-hashtag-pero-no-el-bosque
La República
La mitadmasuno
27 de octubre de 2017
Juan De la Puente
Los delitos sexuales en el Perú son, quizás siempre lo han sido, delitos masivos cuya incidencia ya debe ser comparada con el robo y el narcotráfico. Por esa razón es absurdo que el sector conservador-machista de nuestro país pretenda cuestionar sin base empírica, y solo desde lo masculino, el famoso hashtag #PerúPaísdeVioladores.
A los datos expuestos añado tres que confirman esta criminalidad masiva: 1) De los 83,000 internos en cárceles peruanas, 14,800 lo son por los cuatro tipos penales de violencia sexual (violación sexual a menores de edad, violación sexual tipo básico, actos contra el pudor y actos contra el pudor contra menores de edad), es decir el 17.8% del total. Este porcentaje es menor al de los internos por robo, pero cerca de los presos por tráfico de drogas que son 18,900, es decir, el 20.4%.
2) El Ministerio Público reporta que desde el año 2000, ha investigado 256 mil denuncias por violación sexual, un ciclo de 16 años cuya principal característica es el aumento de denuncias a una tasa de 9.6% por año. La progresión del delito es muy clara: el año 2000 hubo 5 mil denuncias y el año pasado casi llegan a 22 mil. Salvo la extorsión, no hay delito que haya progresado tan aceleradamente en el país. ¿Se denuncia más ahora? Sí.
3) Las sentencias van en aumento y no se puede decir sin mayores datos que en este tema predomina impunidad. De hecho, dos tercios de los internos en cárceles por delitos sexuales han sido sentenciados, una cifra alta si se compara con el tráfico de drogas que tiene solo al 28% de sentenciados. De los datos del Poder Judicial se desprende que los jueces están condenando violadores y autores de delitos contra el pudor en forma creciente. El 2015 sentenciaron a 5,885 personas, el año pasado 6,106, y hasta agosto de este año a 4,775. El aumento de sentenciados en las cortes superiores de Arequipa, Cusco, Junín, Lima Este, Madre de Dios, Puno y Ucayali, es impresionante.
La masividad de estos delitos nos remite a una primera conclusión. Este estallido no se puede combatir solo desde el derecho penal o la política criminal clásica. La explosión delictiva da cuenta de profundos problemas no encarados, y patentiza una batalla en el plano de las ideas y de las políticas públicas.
Cuando ves o lees a personas que prefieren luchar contra la llamada “ideología de género” con más énfasis que contra las violaciones, o a un grupo de legisladores votar a favor de beneficios penitenciarios de violadores sentenciados, es señal de que las prioridades no son las mismas frente a estos delitos. Los delincuentes están haciendo lo que saben hacer, y quienes fallan son el Estado y la sociedad.
La indignación sin cambio es una moneda que ha perdido valor. Encarar estos delitos masivos precisa de consensos básicos como los que operan en la lucha contra la extorsión o el tráfico de drogas. Es una batalla que demanda asumir los derechos de género y contra la violencia sexual en una sola dimensión, una unidad que los indignados selectivos e intermitentes creen que pueden reemplazar por su demanda de pena de muerte, a sabiendas de que no funciona.
Toda la actuación del Estado se dirige a la etapa posterior al delito; se elevaron las penas para los casos de violación, se retiraron los beneficios penitenciarios en dos de los cuatro delitos contra la libertad sexual, se convirtieron esos delitos en perseguibles por acción pública, y mejoraron (solo un poco) los procedimientos de denuncia, reconocimiento de víctimas y juzgamiento. A pesar de ello no ha decaído el delito.

La movilización pública implica encarar la prevención desde la escuela y la comunidad y sobre todo en la familia. El gran enemigo es la reproducción de los roles tradicionales desiguales entre el varón y la mujer por mandato divino, el derecho de conquista y la propiedad personal de un ser humano; aunque uno de los peores machismos –lo acabamos de ver en la Comisión de la Mujer del Congreso– es el de las mujeres. Desde el tradicionalismo no se podrá parar este delito masivo.

A un año de la elección regional

http://larepublica.pe/politica/1133550-a-un-ano-de-la-eleccion-regional
La República
La mitadmasuno
20 de octubre 2017
Juan De la Puente
Dentro de un año se realizarán las elecciones regionales y municipales y la tendencia indica que sus resultados no significarán grandes cambios, incluso si se concretase la erradicación de las organizaciones políticas locales (OPL) y se instale una valla del 40% para que un candidato sea elegido en primera vuelta como gobernador regional (ahora es 30%).
Si no se produce un giro estratégico, las elecciones no alterarán las condiciones de la descentralización porque no empoderarán a élites capaces de impulsar el proceso iniciado el 2002, esencialmente porque estas élites no existen o porque, debilitadas, en la mayoría de casos han sido arrinconadas en los últimos procesos electorales por liderazgos ultrapersonalistas y plutocráticos.
En las elecciones se jugará el recambio de gobiernos debilitados, casi todos acosados por la ineficiencia, desorden y altas cuotas de corrupción. Son dos periodos de gobernadores regionales cuestionados por las mismas razones con las que se cuestiona a los políticos nacionales.
El grueso de los desaguisados lo han hecho los movimientos regionales de la segunda generación, que sucedieron a aquellos que iniciaron el proceso hace 15 años, ninguno de los cuales sobrevive en el poder o en la oposición. La cancelación de la reelección implicará en este caso una forzada alternancia y la imposibilidad de darles continuidad a los pocos movimientos nuevos con un desempeño reconocido, como el que lidera la gobernadora Yamila Osorio de Arequipa, por ejemplo.
Las plazas regionalistas clásicas, como Cusco, Puno, Ayacucho, Cajamarca, Apurímac o Pasco, con votaciones tradicionales a favor de la izquierda, se han dividido a través de una competencia feroz con tonos fiscales y judiciales, concurrentes con una fragmentación política que favorece la fragmentación social. La movilidad de los actores regionales es tan impresionante como la de los nacionales.
La crisis de representación tiene también rostro regional y local. Los actores informales y legales dominan este espacio de poder incluso aupados en partidos nacionales. Acabados los proyectos de desarrollo esbozados a inicios de la década pasada, el refugio que implicaron las políticas de identidad también se revela insuficiente, como era de esperar.
Una salida estratégica sería el relanzamiento del proceso de descentralización y la recuperación de la visión de desarrollo regional, articulada a ejes y mercados regionales. Ello supondría atajar la precampaña que ya se ha iniciado preñada de ofertas de fierro y cemento, la epidemia desarrollista que ataca a candidatos a alcaldes y gobernadores sin importarles la vida cotidiana de la gente. En 15 regiones la anemia se encuentra por encima del promedio nacional de 43% en tanto, las tasas más alarmantes están en Puno (67%), La Libertad (61%), Ucayali (58%), Junín (56%) y Madre de Dios (55%).
Las formaciones políticas nacionales pueden jugar un papel destacado si lo quisiesen, y por supuesto también el gobierno. La reconstrucción del norte afectado por El Niño costero no ha sido objeto de un debate sobre las capacidades regionales, pero en esas zonas el debate electoral ya se ha iniciado como un interminable festival de ofertas, varias de ellas incumplibles. En otras regiones, el carnaval de promesas incluye el nombramiento de los trabajadores contratados, la eliminación de la meritocracia en la Educación y bonos regionales por desempeño en Salud. Parecería que en una buena parte de candidatos se ha reencarnado Waldo Ríos, el defenestrado gobernador de Áncash.

El pensamiento más atrasado respecto a las regiones predica que la descentralización ha fracasado. Lo dicen desde una práctica centralista que arrastra un fracaso –eso sí, un fracaso– de 180 años. Podríamos colegir más bien que el proceso se encuentra suspendido en el aire y que más allá de los sueños, y a pesar de ellos, es irreversible. Es falso también que no tenga efecto en la política nacional, lo que se evidencia apreciando el pasado político de por lo menos el 60% de miembros del actual Congreso.