La República
La mitadmasuno
9 de mayo de 2019
Juan De la Puente
El resultado de las elecciones generales
del 28 de abril pasado en España supone
varios efectos combinados y concurrentes, el más importante de los cuales es la
frenada en seco de la ofensiva ultraderechista por parte del Vox, que había logrado
imponer un escenario electoral dominado por la política brutal, alineando en
ese discurso al Partido Popular (PP).
En España, la derecha no pudo ahogar al centro
político.
Los españoles votaron contra el
extremismo, y léase también y por lo mismo por derechos y libertades, contra la
disrupción conservadora que tuvo éxitos en varios países de Europa, y gracias a una intensa movilización
democrática en la que jugó un papel significativo la sociedad y los partidos
que denunciaron el riesgo de empoderar a quienes se propone, más allá del odio,
dañar la convivencia.
Los resultados confirman, sin
embargo, un cuadro que proyectaron las elecciones del 2015 y 2016, con tres
realidades que se alimentan entre ellas: el fin del bipartidismo, la
fragmentación de la derecha, y el aumento del peso político de los partidos
territoriales.
En el contexto de estas tendencias,
los resultados no dejan de ser provisionales en un país que desde hace años
carece de una mayoría política.
La debacle electoral del PP,
la derecha gobernante en el periodo 2011-2018, es resonante, por originarse en
la corrupción y en su huida hacia adelante en manos de un liderazgo débil y
chambón que creyó que la autocrítica podía ser reemplazada por la
derechización. Carcomido por Vox y Ciudadanos (Cs) el PP ha quedado con
escasa capacidad de movimiento, tanto para el retorno a la centroderecha como
para proseguir una ruta radical. De hecho, el liderazgo de la derecha española
está en disputa.
España tendrá un gobierno
progresista, en solitario o en coalición. El triunfo del Partido
Socialista Obrero Español (PSOE), adueñado del centro político
(compartido en algunos segmentos con Ciudadanos), resume una apuesta por la
moderación y el diálogo, que es la principal identidad del corto gobierno de Pedro Sánchez.
En ese sentido, debe reconocerse sin complejos que una parte de los electores
ha votado por el miedo a que las “tres derechas” se repartan el poder con fines
regresivos. El imperativo de la moderación fue tan crucial que fue levantada
por Pablo Iglesias y su grupo unidas Podemos en el tramo final de la campaña,
impidiendo la debacle de la izquierda.
La larga coyuntura crítica española
guarda lecciones para el Perú. Una de ellas es la valorización creciente de la
movilización democrática que ya operó aquí en las elecciones generales del 211
y 2016 y en las municipales del año pasado en Lima. En España, el auge de la
ultraderecha movilizó al centro, a la izquierda y a la sociedad civil, es
decir, la activación conservadora fue proporcional a la reactivación de las
libertades, un proceso que ya asoma entre nosotros.
Queda asimismo la lección
de que la deriva radical de la derecha no tiene que ser seguida por una
explosión ultra de la izquierda sino por una propuesta de cambio y unidad
nacional. Los electores suelen ser más racionales de lo que piensan ciertos
estrategas.