La República
La mitadmasuno
9 de diciembre de 2016
Juan De la Puente
“La primera víctima de la guerra es la verdad”.
Esquilo
Cinco apreciaciones a la vena y sin filtros sobre la agenda política.
Nueva etapa. La
interpelación e inminente censura del ministro Jaime Saavedra
cancela el consenso a palos entre el gobierno y la oposición. Se abre,
al parecer, otro período, el de palos sin consenso, cuyo efecto será el bloqueo
de los poderes y su desconexión total con la sociedad. Este resultado traerá una gobernabilidad de muy baja intensidad que
acelerará la descomposición de ese extraño “desequilibrio racional” instalado
post colapso de los partidos. Este palos sin consenso no tiene salida y
será más rechazado por la sociedad que la victoria de una de las partes. Si los
poderes no vuelven a la convivencia forzada, la crisis que se abre no será
nueva sino la conversión de la vieja crisis en colapso.
El gobierno debe gobernar. El principal problema del gobierno es la
guerra política, parecida a otra guerra, la que destruyó al humalismo
(2013-2016) y a casi todos
sus contrincantes. La diferencia con la actual guerra es que el fujimorismo
–mayoría clara en el Congreso– tiene ahora mucho que perder porque ya no puede
colocarse tras la voluminosa personalidad política de Alan García, que se
desgastó en la primera guerra con los efectos conocidos. Aun así, los gobiernos
son elegidos para resolver problemas y si quieren, para pelearse, pero no para
hacer lo segundo a costa de lo primero. Por esa razón, PPK no puede darse el
lujo de quedarse sin gabinete a menos de cinco meses de su debut. Es extraño en ese escenario la despolitización de la defensa de Saavedra que se centra en #SaavedraNoSeVa en
lugar de #ZavalaNoSeVa, si el argumento es que el fujimorismo quiere
liquidar a PPK.
Mucho Juego de
Tronos. En una crisis tan dinámica, las
conspiraciones son limitadas, aunque en nuestro caso las partes explican la
confrontación desde una narrativa conspirativa exagerada e infinita, para las
que solo hay elites, poderes, medios y operadores, una política ruda y
violenta, pero muy “netflix”, empaquetada al gusto y en la que se extraña sobre
todo al pueblo. No tengo duda de que la interpelación ha afectado al
fujimorismo –aunque no solo a él–, pero presumo que las encuestas venideras
constatarán la demanda ciudadana contra el encono en las alturas y
relativizarán los discursos complotistas. Como a la primera guerra, a esta le
falta pueblo, al punto de que el Gobierno nunca recurrió a este a pesar de
tener la mesa servida para la defensa de una reforma educativa de virtudes
innegables.
Bien el Frente Amplio. El Frente Amplio (FA) hace bien en no
mezclarse con la guerra en las alturas y elaborar una narrativa propia
educativa y universitaria. No se puede pedir menos a una izquierda con casi un siglo de relación
con los movimientos estudiantiles y docentes de base. No encuentro razón para que el FA ligue su destino a una causa que en el
Congreso ni siquiera es defendida por la bancada oficialista y en
cambio sí por Alianza Para el Progreso, una bancada auténticamente
universitaria. Quizás lo que le falte
allí al FA es más conexión social respecto de la etapa que se inicia.
Realismo
político. Molesta la
forma y el tono de la interpelación al ministro Saavedra y los argumentos
usados contra él. No obstante, la discusión más importante no se refiere a los
adjetivos y al tono. Saavedra no es todo el gobierno y con él no empieza o
termina la necesidad de una mejor gobernabilidad. En los tres gobiernos
anteriores, la tensión extrema entre los dos poderes por razón de un ministro
ha terminado con el ministro fuera del cargo. Los casos más emblemáticos: de Rospigliosi y Diez Canseco en el gobierno
de Toledo; de Pastor en el gobierno de García y de Figallo, Lozada, Adrianzén y
Jara en el gobierno de Humala se saldaron con la salida del funcionario en un
compás de tiempo en el que la demora del cambio debilitaba al gobierno. No
encuentro razones para que ahora las cosas no evolucionen de ese modo y es la
vía para que el gobierno salga de las cuerdas.
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