La mitadmasuno
8 de diciembre de 2011
Juan De la Puente
http://www.larepublica.pe/columnistas/la-mitadmasuno/promineros-y-antimineros-08-12-2011
La presencia de una comisión de ministros en Cajamarca y la apertura de un saludable diálogo que el Estado de Emergencia ha interrumpido ha permitido apreciar expresiones menos dicotómicas que aquella que divide a los cajamarquinos entre promineros y antimineros. Desde Lima se “redescubre” una región más plural y colorida, una realidad que el Estado, las empresas y, sobre todo, la prensa se habían empeñado en simplificar en la palabra y en la acción.
Esta certeza, limeña y tardía, siempre es nueva. Podría ser la superación de una percepción histórica instintiva que se resiste a reconocer los matices por razones culturales, aunque la simplicidad es también una forma de interpretación esquemática y fantasiosa de lo ya conocido y, por tanto, a veces una forma de negación de la realidad.
Al rasgarse la dicotomía limeña se puede comprobar expresiones sociales y liderazgos más variados. Se aprecia, por ejemplo, la reducción del espacio de quienes postulan un no definitivo al proyecto Conga. Los partidarios acríticos de Yanacocha y de la inversión minera también ralean. Aparece, más bien, una sociedad tenazmente enfrentada al Estado deudor de su bienestar, crítica de la actividad minera depredadora, incumplida y soberbia y, sobre todo, hastiada de la política y sus instituciones.
No parece existir en Cajamarca un pueblo secuestrado por el ambientalismo duro ni comprado por la empresa minera. Hay radicales, claro, de uno y otro lado. Ante todo, sin embargo, existe un pueblo desconfiado, pobre y crecientemente preocupado por los recursos naturales. Frente a esa sociedad, el principal obligado es el Estado, y en todo sentido: protección de sus recursos, regulación, servicios básicos y orden público. Por algunas expresiones daría la impresión de que en estos días el único deber del Estado con Cajamarca es el deber de policía.
En este panorama, la división minería vs antiminería es deficitaria y de ella peca el reciente artículo de Iván Mendoza (Cajamarca: ¿bastión antiminero? Noticias Ser.pe). Increíblemente, el autor ajusta un conflicto actual al resultado de las elecciones, como si la minería hubiese sido el centro de las elecciones regionales y generales. Al “hacer hablar” a los votos fabrica una región antiminera minoritaria basada en sumas y restas.
Por suerte el asunto es menos dual y socialmente más rico. Por ello, el diálogo con Cajamarca y en Cajamarca no debe ser abandonado. Si hay una nueva estrategia de conflictos en el gobierno, esta no debería cometer los errores del pasado, es decir, el abandono de las poblaciones demandantes una vez apagadas las llamas del incendio. Esa estrategia también pasa por el fortalecimiento de los liderazgos locales y regionales y el debate abierto con ellos, sin exclusiones. En Cajamarca no hay otra opción que el diálogo.
Esta certeza, limeña y tardía, siempre es nueva. Podría ser la superación de una percepción histórica instintiva que se resiste a reconocer los matices por razones culturales, aunque la simplicidad es también una forma de interpretación esquemática y fantasiosa de lo ya conocido y, por tanto, a veces una forma de negación de la realidad.
Al rasgarse la dicotomía limeña se puede comprobar expresiones sociales y liderazgos más variados. Se aprecia, por ejemplo, la reducción del espacio de quienes postulan un no definitivo al proyecto Conga. Los partidarios acríticos de Yanacocha y de la inversión minera también ralean. Aparece, más bien, una sociedad tenazmente enfrentada al Estado deudor de su bienestar, crítica de la actividad minera depredadora, incumplida y soberbia y, sobre todo, hastiada de la política y sus instituciones.
No parece existir en Cajamarca un pueblo secuestrado por el ambientalismo duro ni comprado por la empresa minera. Hay radicales, claro, de uno y otro lado. Ante todo, sin embargo, existe un pueblo desconfiado, pobre y crecientemente preocupado por los recursos naturales. Frente a esa sociedad, el principal obligado es el Estado, y en todo sentido: protección de sus recursos, regulación, servicios básicos y orden público. Por algunas expresiones daría la impresión de que en estos días el único deber del Estado con Cajamarca es el deber de policía.
En este panorama, la división minería vs antiminería es deficitaria y de ella peca el reciente artículo de Iván Mendoza (Cajamarca: ¿bastión antiminero? Noticias Ser.pe). Increíblemente, el autor ajusta un conflicto actual al resultado de las elecciones, como si la minería hubiese sido el centro de las elecciones regionales y generales. Al “hacer hablar” a los votos fabrica una región antiminera minoritaria basada en sumas y restas.
Por suerte el asunto es menos dual y socialmente más rico. Por ello, el diálogo con Cajamarca y en Cajamarca no debe ser abandonado. Si hay una nueva estrategia de conflictos en el gobierno, esta no debería cometer los errores del pasado, es decir, el abandono de las poblaciones demandantes una vez apagadas las llamas del incendio. Esa estrategia también pasa por el fortalecimiento de los liderazgos locales y regionales y el debate abierto con ellos, sin exclusiones. En Cajamarca no hay otra opción que el diálogo.
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