Ví a Pocho por última vez el 22 de julio cuando presenté su libro El Virrey Toledo y su Tiempo, editado por el Fondo Editoriasl de la USMP, en la Feria Internacional del Libro (FIL). Alli estuvieron también Pablo Macera y Carlos Contreras.
Hablamos luego varias veces por teléfono; me llamó para agradecerme por el artículo del 28 de julio, precisamente a raíz de su libro y para contarme que el texto que edita el BCR iba a ver la luz, por fin, este año. Escuché su voz por última vez dos días antes que su viaje a Sepahua, aunque un mensaje suyo, de ese mismo día, atrevido y burlón como siempre, acabo de borrar del buzón de voz de mi celular.
Lo conocí hace 20 años. Fue mi amigo, mi hermano; nos quisimos entrañablemente; compartimos la vida, amistades y proyectos. Mis hijos y mi esposa lo querían y lo festejaban como yo. Pocho pudo vivir 20 años más; o más.
Hicimos política juntos, él en el Apra y yo fuera de su partido pero en una sucesión de complicidades a veces herejes. Coincidimos en el Comité Cívico por el No, entre 1992 y 1993; en los afanes unitarios de Gustamo Mohme Llona, entre 1994 y 2000; en las conspiraciones en la casa de María del Pilar Tello, en los noventas; en las jornadas parlamentarias opositoras entre 1995 y 2000; en el proyecto Ciudadanos por un Buen Gobierno de IDEA Internacional entre 2002 y 2004; en el Acuerdo Nacional, el 2002; en el Instituto de Gobierno, desde el 2005 hasta su muerte; y en el proyecto de reforma del Congreso el 2006 y 2007.
Fui casi un esclavo de sus conferencias y debates en el Insttuto de Gobierno y habitué de amigos historiadores, en especial Pablo Macera y Heraclio Bonilla, o periodistas como Raúl Vargas, Victor Andrés Ponce, César Campos, Rodrigo Vega, Iván García y Juan Carlos Tafur.
Compartimos pedazos de vida en su casa en Surco, con Susibel y sus hijos, y en las mías; en su casa de Punta Hermosa, cuando su padre, el general, aún vivía, y en Club Naútico de ese distrito; y en los almuerzos en casa de la prodigiosa mamá de Víctor López, también en los noventas. Ocupamos, con amigos y familiares, decenas de otras mesas criollas, marinas, italianas y orientales.
Compartí su aprismo en los noventa y su relación con Armando Villanueva, Jorge del Castillo, Javier Barreda, Javier Velásquez, Julito Rojas, Aurelio Pastor; y la común amistad con Carlos Franco, Pierre Vigier, Hugo Neira, Héctor Béjar, Rodolfo Fierro, Luis Salazar y Víctor Shiguyama.
Pocho no está y lo extraño mucho; sus hijos y Susibel están desolados.
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El 18 de agosto publique en mi columna de La República, un articulo de despedida
http://www.larepublica.pe/18-08-2011/javier-tantalean
Javier Tantaleán
La mitadasuno
18 de agosto
La muerte de Javier Tantaleán fue poética pero injusta, dramática pero ejemplar, triste pero aleccionadora. Ocurrió en lo más alejado de nuestra Amazonía, donde lo que llamamos civilización solo tiene poco más de medio siglo de aparecida; cuando le hablaba de democracia y desarrollo a líderes comunales apartados política e institucionalmente del Estado; y cuando aún rebosaban en su inquietud intelectual varios proyectos de investigación, acción y debate.
Podría decirse que Javier, entrañable, querido y admirado, murió en combate. Cargado de maestrías y doctorados, se impuso sin embargo hace años un agotador peregrinaje por pueblos polvorientos y abandonados, despreciados por las elites urbanas. Desde esa base de operaciones que fue el Instituto de Gobierno de la USMP, anduvo en Camisea con las comunidades nativas, en las zonas altas del Cusco, en la sierra norte y en el centro. Se introdujo en locales comunales e institutos y en universidades públicas y privadas.
Sus oyentes, del programa de liderazgo auspiciado por la CAF y de otros proyectos impulsados por la cooperación española y el PNUD, fueron casi siempre jóvenes y trabajadores públicos, el primero un sector olvidado por el Estado, y el otro maltratado por el mismo. A través de conferencias, cursos y encuentros Javier llegó a ellos llevando su personal prédica bíblica: gobernabilidad, pacto social y democracia.
Tantaleán fue mucho más que un esforzado magisterio social. Fue parte de una brillante generación de intelectuales que irrumpieron en los setentas con reflexiones herejes sobre economía y política, afirmados en credos nada convencionales, compitiendo con el rigidismo conceptual de las escuelas ultraliberales y, al mismo tiempo, afirmando una mirada fresca del país, ajena de los otros extremismos. Su texto, Prisioneros del Mercado, es de antología.
Junto a ello, y quizás por ello, Tantaleán, o Tantallata como se solía definir, fue un aprista intenso, heredero de generaciones plebeyas del aprismo auroral y como ellas comprometido con la historia y con el espíritu del cambio, que vibraba en él. A pocos días de su muerte se empieza a reparar en su legado, en un país donde solo la muerte dignifica la palabra y le da sentido a la acción. Como lo que sucede con otros grandes intelectuales peruanos, la vida no es suficiente para el respeto. Le hizo falta no estar para seguir estando entre nosotros. Para siempre.
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Mis comentarios a su reciente libro lo colegué este blog:
http://juandelapuente.blogspot.com/2011/07/el-virrey-toledo-y-las-gobernabilidades.html
Mi artículo, del 28 de julio, Dilemas del buen gobierno, a propósito de su libro puede leerse:
http://www.larepublica.pe/28-07-2011/dilemas-del-buen-gobierno
Otros amigos han publicados sentidas notas por la muerte de Pocho.
Juan Carlos Tafur, el 14 de agosto en el Diario 16, Pocho Tantaeán, la voz a ti debida,aquí.
César Campos, el 14 de agosto en Expreso, El sueño de Pocho, aquí.
Antonio Zapata, al alimón con Cristobal Aljovín, el 17 de agosto en La República, aquí.
Raúl Vargas, el 18 de agosto en Caretas, La huella de Javier Tantaleán Arbulú aquí.
Santiago Pedraglio, el 19 de agosto en Perú 21, Pocho, un hombre de partido aquí.
Hugo Neira, el 25 de agosto en La República, Tantaleán, gloria y ninguneo aquí.
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La entrevista que el 22 de julio le hizo Jaime de Althaus a propósito de su libro puede verse aquí.
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