viernes, 5 de octubre de 2018

Lima y los candidatos meme

https://larepublica.pe/politica/1327065-lima-candidatos-meme
La República
La mitdasmasuno
28 de setiembre de 2018
Por Juan De la Puente
Lima no se merece una campaña electoral como la que está a punto de culminar. Quizás se lo merezcan sus partidos, líderes, candidatos y hasta buena parte de sus electores, especialmente los que se han subido a ciegas a los vehículos de la improvisación conducidos por candidatos con los ojos vendados. Cuando se escriba la historia de estos días se examinará cómo una ciudad de 10 millones de habitantes –repleta de necesidades y posibilidades– pudo desperdiciar seis meses en una campaña electoral millonaria, inservible y mediocre.
La capital está perdiendo por goleada y es probable que el 7 de octubre no se pueda siquiera empatar el partido. De todo esto saldrá una administración metropolitana que requerirá mucho respaldo del Gobierno Central, control, investigaciones, denuncias, depuraciones y sanciones. Que tengan en cuenta esa perspectiva los “lovers” de los candidatos –los políticos peruanos actuales no tienen adherentes sino fans– que estos días se aferran a candidatos meme que aparecen de pronto en la esquina vendiendo chucherías y sacándonos risas. No hablemos de los municipios distritales la mayoría de los cuales serán asaltados por redes, conocidas y por conocer, de rápido proceder ilegal.
¿Cómo sucedió esto? Ya antes del colapso de los partidos, estos se habían encontrado con el independentismo político, solo que ahora ha cambiado el modo de relacionarse. Las elecciones del año 2014 ya mostraban el camino; 5 de los 13 candidatos a la alcaldía de Lima fueron alojados en vientres de alquiler, aunque en el resultado final, casi el 80% de votos no fueron para los partidos franquicias. Cuatro años después, hemos empeorado; 11 de los 20 candidatos son alojados por vientres de alquiler, entre ellos tres de los cinco que figuran entre los primeros lugares en las encuestas.
Si nos atenemos a los sondeos recientes, descontando la intención de voto blanco, viciado, y los que no saben/no contestan (40% del total de entrevistados), dos tercios de los que piensan votar por un candidato lo harán por uno alojado en un vientre de alquiler o partido franquicia. No es lo único alquilado o tercerizado; también los planes de gobierno y la disposición de recursos, de modo que se tienen hasta tres tipos de gastos electorales, los que realiza el candidato, los que realiza el partido, y de los candidatos distritales, sin que los organismos electorales tengan posibilidades de supervisar.
¿Qué ganan los partidos que antes buscaban el poder? La clave es el negocio electoral: los partidos –o los dueños de las marcas– son los que subastan las listas de regidores metropolitanos y las alcaldías distritales.
En esta campaña capitalina, ha muerto la política, o ha triunfado la contrapolítica, la fase superior de la antipolítica; no existen oferta y demanda electoral e intermediación, sino una batalla de opciones ultrapersonalizadas en su mayoría vacías sin grandes proyectos de ciudad y donde nadie regula o controla: ni los procesos de selección de candidatos, la elaboración de planes, el gasto electoral y, como se aprecia estos días, ni los debates.

Eso que seguimos llamando “campaña” a falta de sistematización del fenómeno, transcurre sobre un escenario precario con hechos que constituyen un desafío para la teoría política. Un caso es el de Ricardo Belmont, quien, si gana la elección, sería el único en el mundo que puede ser dos veces outsider, con 30 años de diferencia, y cuya franquicia es un partido ultraizquierdista que defiende a las dictaduras de Maduro y Ortega; o el de Daniel Urresti, que puede ganar la alcaldía de Lima haciendo una “campaña” como si postulara a ministro del Interior, representando a un partido acusado de inscribirse fraudulentamente, y acusado él mismo de asesinato de un periodista.

sábado, 29 de septiembre de 2018

Nuestro momento plebiscitario

https://larepublica.pe/politica/1322491-momento-plebiscitario
La República
La mitadmasuno
21 de setiembre de 2018
Por Juan De la Puente
El país vive un momento plebiscitario; los ciudadanos desean intensamente participar directamente en los cambios. La reciente encuesta de Ipsos reporta que 8 de cada 10 peruanos cree que se deben de recoger firmas para forzar las reformas, y aunque un porcentaje menor se declara dispuesto a firmar los planillones que exijan la consulta ciudadana, no hay nada más popular estos días que votar para cambiar.
La lógica plebiscitaria está en ascenso; dos tercios de peruanos cree que el referéndum debe realizarse este año, aunque poco más de la mitad piense que efectivamente se llevará a cabo. Estas cifras contrastan con el 60% que no iría a votar en las elecciones del 7 de octubre si el voto no fuese obligatorio, o el 50% que declara que ninguna opción política le convence.
Se podría pensar que el ánimo plebiscitario estaba dormido y que solo faltaba despertarlo, y que en la sociedad anida un potente impulso por la democracia directa. Esta presunción no se condice con los escasos resultados de otras formas de participación como la revocatoria, la demanda de rendición de cuentas, la iniciativa legislativa, los pedidos de cabildos abiertos o los consejos de participación regional y local.
Nuestro momento plebiscitario es hijo de la larga e irresuelta crisis y de la desafección a la política. El hartazgo se ha transformado en referéndum como expresión de rechazo a la política más que una opción y una forma de recuperar el poder. Los peruanos quieren votar porque creen que ahora es la única vía del cambio, la última posibilidad de ajustar cuentas con la corrupción, la ineficiencia, la desigualdad y la injusticia.
Sería injusto condenar ese deseo o cerrar ese camino, o desperdiciar su condición de ángulo prometedor y crucial para incentivar el retorno de los ciudadanos a la política. Por la misma razón, debería ser utilizada con escrúpulo democrático y rechazar la tentación de contraponer el referéndum a los partidos, las instituciones, la representación y la sociedad organizada.
Nuestro momento plebiscitario es atípico. En otras experiencias, las consultas populares son la culminación de un debate, el resumen de una controversia que ha recorrido un camino cotejando argumentos y polémicas, y por eso se impone la disyuntiva de escoger. En nuestro caso, las reformas institucionales que serían votadas en diciembre fueron muy relativamente debatidas en la élite, pero expresamente fueron excluidas de los grandes debates de las últimas dos décadas, inclusive por la izquierda y los movimientos sociales. Si en otros casos, el referéndum es un punto de llegada, en nuestro caso es de partida.
Lo ideal sería que nuestro momento plebiscitario sea acompañado de un momento constituyente. En una etapa exclusivamente plebiscitaria, las consultas populares con poco debate son excepcionales oportunidades para que las masas ataquen el poder, pero no para transformarlo. Las experiencias recientes indican que al poder no la va bien en la consulta de los grandes temas de Estado (ahí están los catastróficos resultados de los referéndum en Colombia, Italia y Gran Bretaña), en tanto que les va mejor cuando se trata de recortar los poderes de los políticos o de sancionar. En Ecuador, en el referéndum de febrero de este año, el presidente Lenin Moreno ganó con más del 60% en las 7 preguntas, y la que obtuvo mayor respaldo fue la que proponía sancionar a toda persona condenada por actos de corrupción con la inhabilitación para participar en la vida política y la pérdida de sus bienes.
Es por supuesto muy estimulante la evolución de la opinión pública al punto en que el periodo actual significa una primera arremetida reformista contra el régimen de la antipolítica en 25 años, un proceso en el que resaltan la adhesión a la bicameralidad por primera vez mayoritaria y el enfoque de género en la representación.

Aun así, se aprecian dos corrientes de cambio que no se han encontrado todavía, la primera, la del Gobierno y la academia, limitada y plebiscitaria y la segunda, que aspira a un cambio constitucional más profundo.

Cuatro rupturas a la vista

https://larepublica.pe/politica/1317800-cuatro-rupturas-vista
La República
La mitadmasuno
14 de setiembre 2018
Juan De la Puente
A dos meses del inicio de un nuevo periodo crítico no se tienen a la vista las condiciones que permitan una salida al corto plazo, de modo que este escenario se prolongará, por lo menos, hasta fin de año, aun si, como las tendencias lo perfilan, se lleve a cabo en diciembre el referéndum aprobatorio de la reforma del CNM.
El principal efecto de la prórroga de esta crisis en su estado puro –Gobierno vs. Congreso- será su contagio de todos los actores públicos. Los hechos iniciales de esta “contaminación” están en curso: se aprecian por lo menos otras cuatro rupturas dentro del sistema, que acompañan el conflicto mayor, o que lo visten, una detonación de cuerpos cuyos pedazos deberán ser recogidos y pegados en algún momento. Si se puede.
La primera es la ruptura entre la política nacional y la local/regional. Conmueve el esfuerzo que realizan los candidatos, salvo excepciones, para tender un cordón sanitario alrededor de los temas nacionales y evitar los mensajes políticos. Esta es la décimo segunda elección municipal/regional desde 1980 y la más despolitizada, cuyo resultado serán gobiernos locales y regionales silvestres surgidos en medio del desorden y pánico, y sin grandes compromisos y cuentas que rendir. En Lima, el emblema de esta ruptura es el candidato a la alcaldía de Lima que representa a un partido inscrito a través de una operación mafiosa y acusado él mismo de asesinato y violación sexual, aunque cada región tiene su emblema propio, o más de uno.
La segunda ruptura es entre la sociedad y la élite. La primera quiere guerra política y la segunda se debate entre la guerra y la paz. La sociedad apuesta por soluciones duras –que se vayan todos, no reelección, cierre del Congreso, cárcel para todos- en tanto que la élite intenta racionalizar la confrontación, pero sin cronogramas y planes estratégicos a la mano. No obstante, la guerra total al sistema desde la sociedad aún carece de generales, en tanto que los bandos en pugna “arriba”, incluso los más esclarecidos, demoran en proyectar un imaginario atractivo que aproveche la riqueza de la relación corrupción-cambio de esta etapa. En ese contexto, la creación de la Asamblea Ciudadana y de la Red Cívica por el Referéndum son aciertos que atienden al principal rasgo de esta crisis respecto de la que terminó con la caída de PPK: la primera vez desde la caída de Fujimori en que el centro de la discusión es un cambio muy profundo y urgente.
La tercera ruptura son las guerras civiles al interior del sistema. En relación al servicio de justicia, el organismo más impactado es la fiscalía, aunque en el Poder Judicial madura una crisis que se dinamizará cuando a fin de año se elijan a los nuevos presidentes de la Corte Suprema y de las cortes superiores. En lo más estrictamente político, la mayoría de partidos es sacudido por una disputa entre las bases y la dirección o entre las dirigencias, cuyo episodio más reciente –no será el único- son las declaraciones de Alfredo Barnechea contra Raúl Diez Canseco, de modo que, al prolongarse este escenario, no mejorarán las opciones electorales de los grandes candidatos de cara al 2021. En ese sentido, sí tiene algún asidero la presunción de que las batallas políticas del periodo 2016-2018 debilitarán a todos los contendientes y no solo a los que creen haber ganado.

La cuarta ruptura es entre el mercado y la política. La suma de la crisis enero-marzo y la que se inició le podrían costar a la economía dos puntos de crecimiento del PBI. Una respuesta fácil sería afirmar que igual creceremos 4% y que, con crisis o sin ella, los precios de los metales son el principal dinamizador de nuestro crecimiento. Esta respuesta complaciente no toma en cuenta que 6% es siempre más que 4%, y que la confianza de los consumidores y empresarios, o las expectativas de contratación de personal (BCR), operan a la baja, aunque el crecimiento de este año no será providencial para efectos de esta crisis, en la medida que impide a los empresarios tomar partido por una de las partes involucradas en el conflicto.