La República
La mitadmasuno
13 de julio 2018
Juan De la Puente
En los últimos 50
años, hubo cuatro movimientos de reforma de la justicia, dos autoritarias e
intervencionistas, en los años setenta con Velasco y en los noventa con
Fujimori, de duración temporal y desmontadas luego; y dos de orden democrático,
los capítulos IX, X y XI del Título IV y el Título V de la Constitución de 1979
(en la parte dogmática reiterada en la Constitución de 1993), y el CERIAJUS
(Comisión Especial para la Reforma Integral de la Administración de Justicia)
entre el 2003 y 2004.
En otro corte
podríamos añadir que los tres primeros fueron de origen externo y el último un
esfuerzo mixto de dentro y fuera del sistema. De los cuatro procesos, el único
exitoso fue el de dimensión constitucional (1979) que instaló un sistema de
justicia que rodeó al Poder Judicial (PJ)
de organismos constitucionales autónomos y desarrolló por primera vez un
régimen de garantías de la función jurisdiccional, un proceso completado luego
por la creación de la Defensoría del Pueblo. El último intento, acaso el más
ambicioso y plural, el CERIAJUS, fue desarmado por una alianza entre la Corte
Suprema y algunas bancadas parlamentarias.
En una apretada
síntesis se podría concluir que la justicia es quizás el área más manoseada del
último medio siglo y con sonados fracasos, con un pequeño saldo favorable que
habría que reconocer: la creación de una vigorosa jurisdicción constitucional
(TC, procesos constitucionales y Código Procesal Constitucional) y el
desarrollo de una línea jurisprudencial desde el TC y la Corte Suprema.
El país se enfrenta
ahora a un nuevo movimiento de reforma, en otras condiciones, donde el primer
eje de la discusión ya no es el financiamiento o la autonomía de las
instituciones, sino la corrupción. El CNM
es una pústula sangrante cuya reforma es una condición de cualquier otra acción
de mínimo cambio y es probable que su reforma tenga más consensos.
No obstante, el
escenario reformista es débil. El Congreso se resistió desde el inicio a una
discusión de cambios de naturaleza constitucional, y ahora que ha estallado el
escándalo, desde un argumento falso, Fuerza
Popular se resiste a la reforma aduciendo que favorecería a la
izquierda. En tanto, los primeros acuerdos en el Ministerio Público y el Poder
Judicial apuntan a que parecen dispuestos a acompañar y participar activamente
en el debate de los cambios, aunque no se sabe hasta qué límite y en qué
plazos.
Debatiremos en
caliente. De la corrupción judicial se tenían certezas y ahora se tienen pruebas, y la crisis a la que hemos ingresado
violentamente durará varias semanas. El proceso tiene tres elementos que se
superpondrán y alimentarán al calor de las apariciones anunciadas: 1) los
audios que desnudan corrupción en el sistema de justicia; 2) los audios que
descubren la relación entre magistrados y hombre públicos; y 3) la resistencia
institucional al cambio, con correlaciones internas que permiten un pasito
adelante y otro atrás, la vieja dinámica donde lo que tiene que morir se
resiste en agonía y lo que debe nacer se demora, una complejidad dibujada por
Luis Pásara en su texto valioso Una reforma imposible. La justicia
latinoamericana en el banquillo (PUCP 2014).
El cuarto elemento
está en debate, y se refiere a la capacidad de influencia de la sociedad para
respaldar e imponer los cambios y desarmar las poderosas resistencias. Este
elemento es el más decisivo, considerando que, desde la caída de Fujimori,
nuestra democracia ha sido estéril para las grandes reformas salvo dos, la
descentralización iniciada el 2002, y la reforma educativa iniciada el 2007.
En este momento, si a la propuesta del Ejecutivo se suma la propuesta del PJ, tendremos
por fin una discusión nacional que debe salir de los salones del poder.
En ese sentido, sería ideal que la movilización democrática iniciada haga suya
con contenidos propios la propuesta de un referéndum que ha dejado el Gobierno
en condicional, si el Congreso se negara a los cambios. Como la misma
Constitución de 1979 lo demostró, la dinámica entre la participación y las
instituciones, produce éxitos y conjura la posibilidad de fracasos.