La República
La mitadmasuno
23 de marzo de 2018
Juan De la Puente
Como en toda transición,
los actores que protagonizan este proceso intentan imprimirle su sello. Sucede
esto con la naciente administración de Martín Vizcarra que empieza a ser objeto
de esta pretensión que, siendo entendible, resulta contraproducente con los
propósitos de la etapa que se ha iniciado, cuya naturaleza intrínseca es la
recuperación del musculo institucional del país y la capacidad de gestión del
Estado, en medio de una larga crisis.
El deseo de tener un Vizcarra propio, a la medida de cada partido político, gremio de trabajadores o de empresarios, revela una falta de identidad con el momento que se vive y evidencia el intento de reproducir la lógica de confrontación intensa que presidió la última etapa del gobierno de Pedro Pablo Kuczynski (PPK).
El deseo de tener un Vizcarra propio, a la medida de cada partido político, gremio de trabajadores o de empresarios, revela una falta de identidad con el momento que se vive y evidencia el intento de reproducir la lógica de confrontación intensa que presidió la última etapa del gobierno de Pedro Pablo Kuczynski (PPK).
Es imposible postular
que luego de PPK todos acuerden borrar sus diferencias y estrategias. El otro
extremo es no entender que un proceso como el que hemos iniciado implica
sujetarse a un grupo de propósitos generales y asumir una opción de diálogo,
pluralidad y concertación y, si se puede, de reforma. Si no se entiende que
toda transición conlleva un pacto de diferentes, desiguales y adversarios, el
proceso que se ha iniciado será cualquier otra cosa menos eso, una transición.
No estoy seguro sobre
que aspectos medulares de la agenda pública que subyace en el fracaso del
gobierno de PPK están dispuestos a pactar los partidos y los grandes poderes
económicos, sociales y mediáticos, más allá de lo descontado: la aceptación de
Vizcarra como presidente constitucional y la investidura del gabinete que
designe.
La idea de que
Vizcarra gobierne con el Congreso es poética pero no es práctica, no solo
debido a la naturaleza de nuestro presidencialismo, que acentúa el control
interpoderes, sino a la naturaleza de este Parlamento sujeto a una dura lucha
interna fujimorismo vs antifujimorismo. De hecho, pretender que el nuevo
Ejecutivo se alinee con algunas de estas partes a la hora de formar el gabinete
es tirar todo al traste por anticipado. Así como no se desea en esta etapa un
gobierno enfrentado al Congreso, tampoco es conveniente un gobierno entregado a
él.
La idea de un
gobierno plural es coherente y práctica. Para concretar esta pluralidad, no se
trata de imaginarse un gabinete parlamentario (un adelanto iluso de
parlamentarismo que estallaría con rapidez) sino de garantizar que las más
importantes sensibilidades políticas –no necesariamente partidarias- se sientan
representadas en la ejecución de un programa de gobierno igualmente abierto y
convocante. Gabinete y programa amplio son las primeras condiciones de toda
transición.
La palabra “ancha
base” ha sido tradicionalmente usada para denotar un gobierno que no sea del
partido del presidente. Se tiene ahora que el presidente Vizcarra no pertenece
al partido que, liderado por PPK, ganó las elecciones de año 2016, de manera
que posee las mejores condiciones de designar un equipo amplio. Sin embargo, la
palabra “ancha base” no nos explica todas las necesidades que tendrá un
gobierno que debe completar los 3 años 4 meses que le queda de mandato –una
transición ciertamente larga- y al mismo tiempo no ceder a la tentación de
cerrarse en sí mismo.
En este caso, la
amplitud también implica la búsqueda de nuevas coaliciones y alianzas, para que
la gobernabilidad no dependa del Congreso, exclusivamente. Lo cierto es que, a
tenor de lo sucedido desde el año 2001, las aprobaciones presidenciales están
sujetas más a la relación del gobierno con la sociedad que con los parlamentos.
La serie de presidencias precarias que hemos tenido los últimos 17 años están
hechas sobre todo de abandonos sociales, incumplimiento de ofertas y traiciones
programáticas.
Finalmente, no hay
transición sin un diálogo social y político vasto, un mecanismo de gobernanza y
estabilidad que PPK olvidó y que cuando lo hizo, lo desvalorizó. En un país
donde el 50% quiere que se vayan todos los políticos y que se adelanten las
elecciones, el diálogo no puede ser una propiedad intermitente de la elite sino
un compromiso permanente con todos. Con todos.