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miércoles, 14 de septiembre de 2016

La segunda vuelta; verdades, medias verdades y mentiras.

Por Juan De la Puente
Comparto en buena onda y con argumentos desde el Derecho Constitucional y la Teoría Política, 7 tips sobre el debate de la segunda vuelta: Flexibilizar, estabilizar, copiar de Argentina, reformar las instituciones o cambiar el acceso al poder, qué hacer con los “antis” y con la mayoría absoluta, etc.
1.- ¿Flexibilizar para estabilizar? Se ha deslizado la idea de que la gobernabilidad en el Perú mejorará si se flexibiliza la segunda vuelta para permitir que sea elegido un candidato que llegue por lo menos al 40% en la primera vuelta. El argumento básico es que se debe evitar que los “anti” definan la naturaleza del poder y que en cambio franqueen el gobierno a un partido fuerte.
Esto es solo parcialmente cierto; todo sistema de elección presidencial tiene ventajas y defectos. Los dos sistemas clásicos, el de mayoría simple y de mayoría absoluta con segunda vuelta, se implementaron en el Perú y en América Latina. Sin embargo, siendo correcta la apreciación sobre los “antis” y sobre que la segunda vuelta fomenta la fragmentación de opciones y desincentiva las alianzas, en cambio tiene una gran virtud: permite la formación de mayorías políticas más duraderas en un país y en una región inestable, pendular y poco afecta a los pactos de Estado.
2.- ¿Qué hacemos con la mayoría absoluta? Antes de una discusión respecto al porcentaje de votos debería tenerse otra, sobre si abandonamos la tradición peruana de la mayoría absoluta. En esa dirección, no es cierto que la regla de mayoría absoluta se instauró solo con la Constitución de 1979. Hay una rica historia que debe saberse: seis constituciones peruanas –las de 1828, 1834, 1839, 1856, 1860 y 1867-  establecieron el sistema de mayoría absoluta en primera vuelta y en su defecto una segunda vuelta en el Congreso.  También es cierto que la Constitución de Leguía de 1920 y la de 1933 exigieron solo la mayoría simple para la elección del Presidente de la República, aunque debe recordarse que la de 1933 disponía que si ningún candidato obtenía el tercio de votos se llevaba a cabo una segunda vuelta en el Congreso, entre los que obtuvieran las más altas votaciones, una especia de segunda vuelta alternativa a la baja mayoría simple. De hecho, somos un país de mayoría absoluta en lo que se refiere a la elección del Presidente de la República, y el mejor modo de lograrlo no es entregarle la segunda vuelta al Congreso sino a los ciudadanos.
3.- No es la primera discusión sobre qué hacer con los “antis”. Ese fue el sentido del debate de la Asamblea Constituyente de 1978-79 cuando el PPC impone la segunda vuelta contra la opinión del Apra. Enrique Chirinos Soto se opuso precisamente por la misma razón de ahora, el antiaprismo, en tanto que Roberto Ramírez del Villar, el autor del artículo 203° de la Constitución de 1979 y específicamente de la segunda vuelta, señaló en el debate:Si el Presidente de la República es el representante de un Poder, en nuestro concepto el Poder más importante, debe ser elegido por la mayor cantidad de sufragios. No podríamos pedir unanimidad, porque eso sería sencillamente absurdo (…) ¿Qué es lo más justo para una mayoría, sin desconocer los derechos de la minoría? Es la mitad más uno”:
4.- ¿Mejorará la democracia y la gobernabilidad flexibilizar la segunda vuelta asumiendo la fórmula argentina? No lo creo. Un sistema de mayoría simple o de alta mayoría simple no evitaría los efectos políticos del “anti”, dirigido contra el gobierno ya elegido.
Creo que sí nos merecemos una discusión sobre los “anti” y en ese devenir apreciar su naturaleza. Algunos análisis creen que los “antis” se deben a la ausencia de identidades propias y el acento de las identidades negativas; sin negar este argumento de modo total, creo que también se debe a: 1) el carácter conservador de las ideologías que anteceden a los partidos y en algunos casos lo reemplazan; 2) la resistencia al cambio del sujeto del “anti”; y 3) nuevamente, a la ausencia de pactos. En todo caso, los triunfos de Alan García en 1985 y 2006, de Toledo el 2001 y de O. Humala el 2011 demuestra que incluso los “antis” son relativos frente a otros “antis” o si los sujetos de ellos rebajan las resistencias. Este es un problema político que no tiene que pasar por un cambio constitucional. La teoría política no aconseja abordar los problemas políticos solo desde las leyes o primero desde las leyes.
5.- Argentina no es un buen ejemplo ni de mayorías, ni de estabilidad ni de control de los “antis”. Dos países de A. Latina tienen un sistema de segunda vuelta flexible o llamada también de complemento: Costa Rica y Argentina. Sobre este último habría que decir que obedeció a una modificación constitucional de envergadura de la vieja constitución argentina (de 1853), un país federal, en ese momento bipartidista y al borde de un cambio en favor de la reelección presidencial indefinida. No fue un cirugía menor. 
Debe saberse que el Pacto de los Olivos y el posterior Pacto de la Casa Rosada, ambos de 1993, y que terminó en la reforma constitucional de 1994, implicó por lo menos 24 cambios a la Constitución Nacional para permitir la reelección de Saúl Menem pero al mismo tiempo recortar el mandato presidencial de 6 a 4 años, atenuar el sistema presidencialista incluyendo un Jefe de Gabinete, acortar el período de los senadores a seis años, reglamentar los decretos de urgencia, incorporar los derechos de tercera y cuarta generación, crear el Consejo de la Magistratura dentro del Poder Judicial, ampliar el período de sesiones de las cámaras, entre otros. Los constitucionalistas argentinos señalan que en ese momento fue reformado el 55% del texto originario y se aumentaron 19 artículos a su Constitución.
6.- Por ahora, yo no copiaría el modelo argentino en ese punto. Visto a la distancia los dos cambios de ese paquete de la reforma argentina que tienen que ver con el Presidente de la República –segunda vuelta flexible y reelección- ambos fueron un fracaso. En las elecciones de 1999 fue elegido Fernando de la Rúa que obtuvo el 48% de votos y su más cercano rival 30%. En esas elecciones, sin embargo, se presentaron 10 candidatos presidenciales apenas 4 menos que el año 1995, no cumpliéndose el objetivo de suprimir la fragmentación.
La historia posterior es conocida, la caída de De la Rúa, la liquidación del bipartidismo, las reelecciones corruptas, y en general el desequilibrio del sistema político argentino. Argentina tiene ahora menos control y menos alternancia que antes de la reforma.
7.- ¿Qué discutimos, instituciones o poder? Personalmente no me cierro a una discusión sobre la reforma constitucional, pero creo que se deben discutir sobre instituciones y no sobre el poder, o exclusivamente sobre el poder. Es riesgoso un cambio de esta magnitud sin pacto, y es paradójico que se pretenda ahora un cambio puntual de la Constitución peruana sin atender el paquete reformista sugerido desde el año 2001, o que se pretende eludir la reinstalación del bicameralismo o la constitucionalización del derecho al agua pero dar curso a la relativización de la mayoría absoluta de nuestra constitución histórica.

viernes, 22 de marzo de 2013

El papa y las predicciones

http://www.larepublica.pe/columnistas/la-mitadmasuno/el-papa-y-las-predicciones-15-03-2013
La República
La mitadmasuno
15 de marzo del 2013
Juan De la Puente
Los “vaticanistas”, un selecto grupo que presumía de saber al detalle de lo que pasa en las altas cumbres de la iglesia, han sido puestos en ridículo. En la reciente elección del papa no han acertado en nada; su lista de papables con la que engatusaron a la prensa no incluía al que fue elegido porque ofrecía el panorama de una iglesia conmocionada y atravesada por una disputa áspera entre el poder y el dinero radicados en Roma y los vientos de renovación que llegaban desde fuera.
Este error puede ser la consecuencia de la convicción de que el principal problema de la iglesia son sus recientes escándalos y filtraciones. Los “vaticanistas“ no cayeron en cuenta de que los cardenales tenían, mayoritariamente, otra lectura de su realidad y otra agenda. Se decía que Roma esperaba un papa continuista y que la periferia y los medios empujaban a uno nuevo, nuevo de verdad. Los 115 cardenales no eligieron ni lo uno ni lo otro, sino a quien al parecer intentará llevar adelante el desafío de la nueva evangelización para que el catolicismo recupere el terreno perdido y afirme en el mundo sus dogmas de fe.
Un papa jesuita y argentino es demasiado original, una combinación poco convencional para la necesidades de la iglesia, sobre todo porque los jesuitas siempre fueron un poder que contestó a Roma y en más de una ocasión perseguido por Roma, y porque Argentina es un país que ha confrontado seriamente los dogmas religiosos, en una pugna donde la iglesia no ha salido victoriosa.
Analizar la elección del cardenal Bergoglio con el exclusivo eje argentino es insuficiente. Es cierto que Argentina ha sido en los últimos 20 años un laboratorio de crisis, de experimentos de programa y de grandes procesos de apertura social. Sin embargo, sigue siendo un microclima político signado por ese producto tan original denominado peronismo y una cultura con influencia democrática que interactúa en una comunidad política fuertemente clientelista y populista.
El Papa Francisco es un producto de esa cultura nacional pero también de su experiencia en la iglesia universal donde lleva 21 años como obispo y otros 12 como cardenal. Su condición de jesuita lo convierte en un soldado de la fe dispuesto a la calle y a la batalla. Sus pasadas relaciones con agrupaciones peronistas como Guardia de Hierro y sus relaciones complejas con la política argentina desde la dictadura militar hasta los Kichner, lo hacen un político/papa más que un papa/político. De hecho, tiene más calle que sus cuatro antecesores juntos.
Su elección parece ser muy racional y de efectos calculados, a diferencia de la elección del desconocido Karol Wojtyla en 1978. Los cardenales han puesto al mando a un carismático hombre público, ya tentado por el papado hace ocho años, un jugador rudo, experto en el dialogo y la confrontación y en el face to face de la política, un panzer más que panzer que su antecesor, criollo y campechano, más hacedor y deshacedor de entuertos.
Es probable que la iglesia necesite con urgencia una nueva evangelización y que esta urgencia se encuentre en los cimientos de la votación alcanzada por Bergoglio. Como jesuita es resistido por los grupos neoconservadores de la iglesia que atacaron a esta orden histórica en los últimos años con la complicidad de Roma. Sin embargo, nuevos y antiguos conservadores ganarán con una nueva evangelización y este sería un elemento central de un nuevo pacto para la recuperación del catolicismo. ¿Eso puede llamarse evangelización sin renovación?
La personalidad de Bergoglio no es por si sola garantía de éxito. El escritor y periodista argentino Horacio Verbitsky lo ha calificado como un populista conservador y ahí podrían estar los límites de una gestión efectista que no logre resultados concretos en los próximos cinco o seis años, principalmente porque el sentido de esa evangelización estará en disputa con una sociedad que no recusa la fe pero que demanda libertades y derechos modernos. Podría ser que finalmente, así como su antecesor, Bergoglio sea parte de una larga transición.