La mitadmasuno
La República
Sábado 23 de octubre 2010
Juan De la Puente
Los partidos llamados “pequeños”, aquellos cuyos precandidatos no superan el 3% o 4% de intención de voto o son subestimados en los sondeos de opinión, tuvieron una presencia matizada en las recientes elecciones. Somos Perú, Acción Popular y Alianza para el Progreso ganaron regiones, provincias y distritos, en tanto que Restauración Nacional obtuvo en Lima 8% de votos y se ha hecho de algunos lugares fuera de la capital. El Partido Humanista tuvo poca fortuna electoral, pero Yehude Simon defiende con firme activismo su presencia en las encuestas.
Varios de estos grupos están desarrollando un peligroso síndrome de asfixia electoral cuyos síntomas son: tentar con ansiedad alianzas con los “grandes”, consumirse en el frentismo descuidado lo interno y demorarse más de lo previsto en la designación de sus candidatos. Están perdiendo el poco oxígeno ganado o que les queda; una estrategia de derrota y de claro desposicionamiento político.
Salvo los destellos iniciales de Izquierda Unida (IU), entre 1980 y 1983, los frentes preelectorales presidenciales de los últimos 30 años fracasaron, de lo que dan cuenta Convergencia Democrática (1985), Fredemo (1990), Unidad Nacional (2001 y 2006) y el Frente de Centro (2006). Estos naufragios imprimen una tendencia contraria a la de otros países, como Chile y Uruguay en la región, con sistemas de partidos más estables y más tradición de pactos. Esta constatación no impide anotar, sin embargo, la vigencia de los compromisos postelectorales, como los de AP-PPC en 1980 y Perú Posible-FIM el 2001.
Los afanes frentistas de estos días lucen como un baile de máscaras donde los “grandes” juegan al diálogo a sabiendas de que irán solos y en el que los pequeños se apiñan en la puerta y fuerzan un cambio de perfil, diluyendo adhesiones propias y fortaleciendo el peso de los “grandes”. Son operaciones previas a una derrota electoral por abandono de la competencia directa.
Estos trasiegos descuidan otro espacio del diálogo político que en el Perú es prometedor, para construir colaciones sociales que recojan demandas de la sociedad civil y vertebre compromisos públicos amplios. Es cierto que ello obliga a otra ingeniería electoral: aprobar programas social y políticamente agresivos, designar candidatos con anticipación y realizar una campaña electoral más larga de cara al país, recorriéndolo, predicando y sumando pueblos.
Varios de estos grupos están desarrollando un peligroso síndrome de asfixia electoral cuyos síntomas son: tentar con ansiedad alianzas con los “grandes”, consumirse en el frentismo descuidado lo interno y demorarse más de lo previsto en la designación de sus candidatos. Están perdiendo el poco oxígeno ganado o que les queda; una estrategia de derrota y de claro desposicionamiento político.
Salvo los destellos iniciales de Izquierda Unida (IU), entre 1980 y 1983, los frentes preelectorales presidenciales de los últimos 30 años fracasaron, de lo que dan cuenta Convergencia Democrática (1985), Fredemo (1990), Unidad Nacional (2001 y 2006) y el Frente de Centro (2006). Estos naufragios imprimen una tendencia contraria a la de otros países, como Chile y Uruguay en la región, con sistemas de partidos más estables y más tradición de pactos. Esta constatación no impide anotar, sin embargo, la vigencia de los compromisos postelectorales, como los de AP-PPC en 1980 y Perú Posible-FIM el 2001.
Los afanes frentistas de estos días lucen como un baile de máscaras donde los “grandes” juegan al diálogo a sabiendas de que irán solos y en el que los pequeños se apiñan en la puerta y fuerzan un cambio de perfil, diluyendo adhesiones propias y fortaleciendo el peso de los “grandes”. Son operaciones previas a una derrota electoral por abandono de la competencia directa.
Estos trasiegos descuidan otro espacio del diálogo político que en el Perú es prometedor, para construir colaciones sociales que recojan demandas de la sociedad civil y vertebre compromisos públicos amplios. Es cierto que ello obliga a otra ingeniería electoral: aprobar programas social y políticamente agresivos, designar candidatos con anticipación y realizar una campaña electoral más larga de cara al país, recorriéndolo, predicando y sumando pueblos.
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