La República
La mitadmasuno
27 de setiembre de 2019
Por
Juan De la Puente
Al
escribir estas líneas, la Comisión de Constitución del Congreso había archivado
el proyecto del Gobierno para reformar la Constitución y adelantar las
elecciones generales al año 2020, a lo que el Gobierno respondió llamando a la
movilización y prometiendo medidas de respuesta en el ámbito legal.
Hasta
ahí los hechos registrados son previsibles; un Parlamento fortalecido internamente desafía a un Gobierno que ha perdido el paso
en las últimas semanas, una dinámica en que los dos actores se traban en una
disputa que por momento gana uno u otro. La pelota está en la cancha del
presidente Vizcarra que debería reaccionar más allá de un discurso, con el
famoso Plan B. En él descansa la posibilidad de que tengamos elecciones.
Lo
que no era previsible es la trama que surge en paralelo a la pugna de poderes,
o que se alimenta de ella, bajo el entendido de que está en juego no solo un
calendario electoral sino el desenlace de la transición a la que hemos
ingresado. Esa trama está signada por la formación de una amplia coalición
conservadora y por el debilitamiento del frente político y social –no lo
llamaría ahora coalición por su volumen y su capacidad operativa– que propone
una salida democrática y reformista de esta etapa crítica, de cara a los
derechos y libertades.
Desde
el 7 de julio del año pasado, cuando explotaron los CNM audios, la defensa del sistema en
toda su dimensión carecía de forma y contenido. Dicho de otro modo, el sistema
estaba a la defensiva, y así lo exteriorizaron los eventos del período julio
2018-enero 2019. La votación en el referéndum del 9 de diciembre y la caída del
fiscal de la Nación a inicios de enero fueron los últimos sucesos de ese ciclo.
Dijimos
poco después que esa rebelión había terminado; el relumbrón de la propuesta del
adelanto electoral el 28 de julio parecía significar su relanzamiento,
pero las semanas que sobrevinieron instalaron una dinámica que está dejando de
ser directamente proporcional (la pugna potenciaba o debilitaba a las partes,
principalmente lo segundo) para ser inversamente proporcional: el
fortalecimiento conservador tiene como contraparte el debilitamiento de sus
oponentes.
La
derrota del manual en este punto no reside exclusivamente en la fuerza del
sistema, sino en dos elementos de los que habría que hacerse cargo. El primero
es la irrupción de una narrativa de cambio con discurso conservador, que
pretende recrear el sistema e impedir su renovación y apertura, a tono con el
resurgimiento del clamor derechista en la región. El segundo, es la
movilización social que ha producido la narrativa de cambio conservador, con un
discurso populista, mil veces más radical que el de sus adversarios liberales y
progresistas, increíblemente no detectado por las máquinas buscadoras de
populistas instaladas en los medios.
Nos
jugamos las elecciones adelantadas como salida del pantano en el que nos
movemos en los últimos años, pero más que eso el inicio de un ciclo conservador
en el que las fuerzas que lo impulsan quieren todo el poder. Los llamados al
diálogo con propósitos de gobernabilidad y un pacto para destrabar la
transición son sugerentes, pero parecen más los pedidos de un armisticio que
olvida el sentido de esta batalla.