La República
La mitadmasuno
19 de octubre de 2018
Por Juan De la Puente
El
presidente Martín Vizcarra ha cambiado de opinión respecto de su inicial apoyo
a las 4 reformas constitucionales que se votarán el 9 de diciembre. Ha señalado
que la que se refiere a la bicameralidad fue desnaturalizada y ha llamado a
votar por el No. En pocos días, demostrando la fuerza de la palabra
presidencial, el apoyo a esta reforma cayó 18 puntos, y es probable que sea
rechazada por los electores.
Este
resultado afectaría el núcleo de la reforma y empeoraría las cosas. Es cierto
que, como afirma el presidente, que al proponer incluir en la Constitución las
restricciones a la cuestión de confianza, la actual mayoría parlamentaria
pretende alterar el equilibrio de poderes, a lo que se agrega su oposición a
las listas paritarias de candidatos.
Se
debería tener en cuenta que la esencia política del sistema de la Constitución
de 1993 fue la reelección presidencial continuada; el unicameralismo; la
reducción de la representación de 240 escaños a 120; y la rebaja de 3 a 2 del
número de gabinetes censurados o sin confianza como requisito para disolver el
Congreso. El sueño de Alberto Fujimori
era no tener al frente al Congreso, o tener uno muy reducido.
Ese
sistema, del que solo fue corregida la reelección inmediata, ha mostrado en el
tiempo un problema: solo hace fuerte al presidente con mayoría parlamentaria
propia, que si no es conseguida en las urnas se logra a través de tránsfugas y
topos. Por esa razón, desde el año 2001 este sistema ha virado hacia un modelo
de parlamentos más hostiles contra presidentes precarios.
Desde
ese año, las expresiones de ese acoso al presidencialismo han aumentado. Sus
expresiones son las dos censuras de ministros (Rospigliosi 2004, Saavedra
2016); la desaprobación a cuestiones de confianza (ministro Thorne 2017,
gabinete Zavala 2017); una censura de gabinete (Jara 2015); dos votaciones en
ámbar que dejaron varios días en el aire a dos gabinetes (Cornejo, febrero
2014; y Jara, julio 2014); y gabinetes que renunciaron luego de que los
congresos les pusieran la cruz de los muertos y se deterioraran las mayorías
legislativas poselectorales.
La bicameralidad, por teoría y práctica, es la
mejor receta para un adecuado equilibrio de poderes y en el caso peruano, la
mejor forma de consolidar su presidencialismo histórico. Para ese propósito sería mucho mejor una bicameralidad imperfecta que
prolongar el unicameralismo. De hecho, qué mejor
antídoto contra la falta de equilibrio de poderes, en alusión a las leyes que
tramita apurada y abusivamente el actual Congreso, que la disposición que, en
caso que hubiese dos cámaras, un proyecto rechazado por la cámara de origen no
pueda ser tratado nuevamente en ella ni en la otra cámara en la misma
legislatura; o que los proyectos aprobados por una Cámara pasen a la otra para
su revisión. Esto sucedía con la Constitución de 1979.
De
lobo un pelo. Esta es la oportunidad de corregir la deformación que amenaza de
modo creciente nuestro régimen presidencialista. Lamentablemente, este riesgo
aumentará en el futuro porque a la prolongación de un Congreso de una sola
cámara se agregará la prohibición de la reelección.
Un
Congreso unicameral y sin reelección será menos responsable con el sistema
político y su primera víctima será el presidente. La no reelección mejorará ciertamente la competencia política en
un sistema multipartidario, incentivándolo en lugar de frenarlo, pero no
asegurará la calidad de la representación, especialmente debido a que el
sistema político está cerrado: se necesitan 800 mil firmas para legalizar un
nuevo partido.
Finalmente, se ha dicho que
lo más liberal o progresista en la región es el mix de cámara única más
reelección. No solo no es cierto –el único caso en A. Latina democrático es el
de Costa Rica- sino que la combinación de ambas es muy popular pero no es
democrática, porque no garantiza la gobernabilidad, no fomenta el buen gobierno
parlamentario ni enriquece la representación. El reemplazo total de
parlamentarios en un Congreso de pocos miembros, una sola cámara y con
políticos con menos futuro, conlleva un riesgo de explosión.