La República
La
mitadmasuno
3 de enero de
2020
Por Juan De
la Puente
Cada tiempo
tiene su afán. Y su narrativa. La del año pasado fue la demanda de cambio
político, que se elevó en algún momento con el grito de “que se vayan todos”, y
la lucha contra la corrupción. La disolución del Congreso fue un hecho que
solventó esa narrativa, de modo que la tensión se aflojó para producir el
actual momento, uno de los pocos desenlaces de la política peruana que, siendo
sorpresivo como hecho, era esperado.
La
narrativa del año 2020 será otra. Lucha contra la corrupción, en su versión Lava
Jato, tendrá un aterrizaje programado y seguirá marcando diferencias entre
quienes la respaldan y cuestionan, aunque la discusión se hará menos política y
más judicial, es decir, se relativizará el juicio mediático y se fortalecerá el
proceso penal, a lo que habría que agregar la presión hacia la Junta Nacional
de Justicia (JNJ) que parece añadirá a su logo la palabra “vigilada”.
El cambio
seguirá siendo parte de esa narrativa nacional, aunque con otros códigos y
nuevos actores, en parte. En lo estrictamente político, es decir, en lo
institucional, el destinatario del cambio será el Congreso y el Gobierno, a
ellos se le exigirá el suministro de ideas y acciones. Al no reponerse la pugna
Vizcarra vs. fujimorismo, por lo menos en las condiciones previas al 30 de
setiembre del año pasado, la responsabilidad de ambos poderes del Estado será
mayor, con una alta presión inherente.
La
narrativa del cambio será, no obstante, más amplia y se hará insistente en
otros ámbitos, especialmente en el gobierno de todos los días, demandando
resultados en Educación, Salud y seguridad ciudadana. Las encuestas ya detectan
un aumento del malestar ciudadano en estas áreas y el Gobierno ha tomado nota
de ello, al compás de la agitación en los países vecinos, estrenando medidas
que atienden la “cuestión social” de esta transición.
Ahí se
presentarán los mayores problemas. El cambio social en el Perú es más
incierto que el político; los resistentes al segundo fueron derrotados en
setiembre 2019, preventivamente, en tanto que los defensores de las políticas
públicas que crean desigualdad o impiden el acceso a derechos económicos y
sociales están en pie de lucha las 24 horas del día.
Cambio,
buen gobierno con derechos, y lucha contra la corrupción será la narrativa del 2020 y
hará de este un año bisagra porque todas las expectativas no serán atendidas
ahora, derivando el desenlace a las elecciones del 2021.
En este
período bisagra tendremos algunas respuestas, por ejemplo, si el malestar
pasará a la indignación, elevando la desafección a la furia, siguiendo la
estela del camino chileno. La mayoría de variables indican que es difícil ese
desenlace, una conclusión que sigue colocando casi todos los huevos en la
canasta de las instituciones peruanas, las mismas que resisten duramente al
cambio.
En ese
punto las claves de este año serán liderazgo y agenda (crecerá la narrativa anti
Vizcarra) porque la política peruana sigue siendo en lo fundamental autónoma de
la sociedad. Si son pocos resultados que la primera le entregue a la segunda,
no se sabe cómo se recreará el malestar peruano. Es cierto que no es fácil
pasar descontentos a indignados, pero cabe preguntarse qué camino les queda a
los ciudadanos si las elecciones no generan cambios.