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viernes, 30 de noviembre de 2012

Natalia en las alturas

http://www.larepublica.pe/columnistas/la-mitadmasuno/natalia-en-las-alturas-30-11-2012
La República
La mitadmasuno
30 de noviembre
Juan De la Puente
 
La violencia y, en general, los malos tratos en la escuela causan la justa indignación ciudadana. Los medios ponen atención con frecuencia en los profesores que, usando la decimonónica pedagogía violenta, reemplazan la persuasión y la motivación por el grito y el miedo, cuando no por el castigo. Asimismo, la sociedad ha empezado a denunciar el maltrato infantil en el hogar aunque todavía persiste esa odiosa cultura de que “nadie más que yo puede tocar (pegar) a mis hijos”.
Pero Natalia Málaga ha sido elevada a las alturas en pocos días merced a la clasificación a campeonatos internacionales de dos equipos nacionales de vóleibol que dirige. La entrenadora criticada por su pedagogía violenta se ha convertido en el paradigma de la enseñanza deportiva y a ella se le adjudica todo el éxito. Con escasa sutileza se disculpa su pedagogía con eufemismos como “estilo particular” o “motivación especial”. Otros alaban abiertamente la necesidad de entrenar/enseñar con “mano dura” en tanto algunos ingresan a la antología: “A las chicas les gusta y se lo agradecen”; “Natalia haz lo que quieras”; “que putee, total clasificamos”; o “que meta cachetadas, si vamos al mundial”.
El resto del trabajo se hace desde la tradicional adulación y por su estirpe más alta, es decir, la prensa y los políticos que siguen aplicadamente el consabido Manual de Santificación de Entrenadores, usado la última vez cuando la selección peruana obtuvo el tercer lugar en la Copa América, en julio del 2011. En aquella oportunidad se festejaron las salidas de tono del entrenador Sergio Markarián, al que se le adjudicó todo el éxito del equipo. No es historia nueva, luego del famoso partido entre las selecciones de fútbol de Argentina y Perú en 1985, donde el peruano Luis Reyna anuló a D. Armando Maradona con métodos vedados, se desató una euforia agresora. Aquella vez César Hildebrandt desafió los vítores con un valiente artículo, “Elogio a la patada”.
Podríamos quedarnos con la idea de que en el Perú las tribunas aplauden lo que sea y que una derrota devolverá a la entrenadora al club de los mortales criticados. Sin embargo, los conceptos vertidos en este caso alcanzan la cultura de la sociedad. Nuevamente se advierte la masiva fascinación por la mano dura y la subordinación de los fines a los medios. Puede entenderse que desde ese pragmatismo buena parte de la población postule el famoso “que robe pero que haga obra”.
Particularmente, no deseo que ella o profesores/entrenadores portadores de esa pedagogía instruyan a mis hijos. Creo peligroso un modelo que considera que el entrenador/docente no necesita capacitarse, que un equipo deportivo es un ejército y que a la cancha hay que salir a matar. La escuela y el deporte están llenos de éxitos conseguidos con la humillación de los dirigidos, donde el que instruye se toma derechos ilimitados sobre los instruidos.
La legitimación de la violencia verbal es parte de la legitimación de la violencia general y del autoritarismo. El 2006, una vasta encuesta a 11 mil personas de 5 mil hogares, en 221 distritos del Perú, realizada por el PNUD para el informe “La Democracia en el Perú” encontró que el 30% creía que la violencia es necesaria para “hacer respetar” la autoridad, porcentaje que alcanzaba al 40% en Cusco, Apurímac, Madre de Dios y en la sierra central. En las mismas zonas, sin embargo, el 40% cree que la violencia es también necesaria para defender al pueblo, se supone del Estado. Según el estudio, el 36% refería que en el hogar donde se formó, el padre imponía las decisiones a golpes, cifra que en los departamentos de la sierra y AmazonÍa bordeaba y superaba el 50%. Más penoso fue saber que en ese momento, el 60% de los entrevistados se declaraba de acuerdo con el castigo físico.
Parece que esta realidad ha cambiado poco. Quienes creen que esto es solo deportivo deberían recordar que no se puede construir democracia desde una cultura autoritaria.