En Chile, luego de 40 años del
golpe fascista, la memoria ha ganado la madre de todas las batallas, es decir,
la del juicio de la historia. Según una encuesta del Centro de
Estudios de la Realidad Contemporánea, el 76% de los chilenos
considera ahora a Pinochet como un dictador y el 75% estima que aún se
mantienen las huellas dejadas por el régimen militar.
Al
cumplirse los 40 años, la parte de la sociedad que celebraba el golpe solo lo
recuerda; a ese estado de un ánimo culposo se ha dirigido el orgullo
ultraderechista chileno, cada año remecido por la creciente indignación de las
nuevas generaciones que no le reconocen
al régimen militar ningún mérito y por la docencia viva de un movimiento de
derechos humanos, acaso el más vasto y profundo del continente.
La
victoria de la memoria es ejemplar para el caso peruano, atravesado desde hace
12 años por un fuego cruzado entre un fujimorismo militarista de fuete aliento
conservador que cede solo milímetros al empuje de una exigencia de memoria
legitimada por el informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR).
Ese empate ha impedido, entre otros hechos, la reforma de la institucionalidad
fujimorista aunque el Perú ha innovado más intensamente que Chile el modelo económico
de la década de los noventa.
Una venganza del tradicional
pluralismo chileno es que la coalición que encabeza Michel Bachelet cobije un
arco que va desde la Democracia Cristiana hasta el Partido Comunista y que la
tercera fuerza, la alianza progresista que lidera Marco Enríquez-Ominami no se
tiña de un tercerismo centrista sino de reformismo fuerte. Otra venganza de la
historia es que la Constitución de 1980, el último baluarte de la institucionalidad
pinochetista tenga el consenso social para su cambio.
La derecha chilena ha empezado a pedir disculpas y ha ensayado nuevos
argumentos sobre el régimen; estos ya no giran en torno el imperativo del orden
sino sobre su defecto de origen, la falta de libertades. Es que con
inteligencia, la derecha ha entendido hace tiempo que hay vida fuera del
planeta pinochetista, una conclusión a la que demoran en arribar sus parientes peruanos.