La República
La mitadmasuno
17 de noviembre de 2017
Juan De la Puente
Mark Thompson, actual presidente del New York
Times y ex director de la BBC, ha publicado este año un vibrante trabajo que
analiza los cambios en el lenguaje usado por la política (Sin palabras. ¿Qué ha
pasado con el lenguaje de la política? Debate), como un resultado no
necesariamente querido de la transformación de los vehículos que distribuyen
las palabras, que ahora son transportadas con un alcance e inmediatez infinita,
potenciadas por la asociación entre la imagen, al autor y la palabra misma.
Thompson no se detiene en el asombro y el halago
de la revolución digital. Sostiene que estos cambios han reforzado la capacidad
del lenguaje para avisar, asustar, explicar, engañar, enfurecer, inspirar y
convencer, premunida de una realidad que hace que las personas crean que son
protagonistas de lo público –no siempre los son o casi nunca lo son– a partir
de su condición de receptoras y recreadoras de información, un ciclo donde a
pesar del “está pasando ahora, lo está diciendo ahora, estoy respondiendo
ahora, escúchame ahora y mírame ahora”, la palabra tiene menos poder
esclarecedor.
Para Thompson, la nueva fuerza del lenguaje se
encuentra en las nuevas formas y contenidos de las que son dotadas para el
debate, para ser más fácilmente comprendidas mediante el uso de la parataxis
(elementos gramaticales cortos que unen conceptos en pocas palabras) o de las
palabras prolépticas (que presentan una situación imaginaria como una realidad
actual). Esto no significa que le vaya bien a la política; al contrario, según
el autor asistimos a la crisis en la relación entre políticos, medios y el
público que es asaltada por fenómenos disruptivos hasta hace poco impensables
(Trump o la victoria del Brexit, por ejemplo). No es una crisis del lenguaje,
pero sí del lenguaje político.
El autor coloca en debate de la idea de la
llamada “posverdad” como un hecho de lógica propia, advertido también por otro
trabajo publicado este año, la de Jaqueline Fowks (Mecanismos de la posverdad.
FCE) que pone énfasis en la existencia de verdades nuevas privadas de la
posibilidad de ser contestadas, más que de verdades nuevas que reflejen
fenómenos nuevos.
La crisis del lenguaje de la política no es
pasajera. La idea de los políticos y partidos adheridos a las formas
tradicionales de relación con los medios y con la sociedad, de que la etapa de
los Trump pasará para volver a lo conocido, parece ser falsa, y en esa
ingenuidad reside parte del deterioro de los grandes programas, líderes y
partidos de lo que no está exenta la política en América Latina y el Perú.
Estos cambios relativizan no solo la autonomía de los actores políticos, sino
incrementa el papel de los medios de comunicación, los formadores de opinión,
los influenciadores y transmisores de ideas.
La política extrema ya no es siempre una política
“mala”; los políticos radicales, de malas formas, iconoclastas y furibundos no
son necesariamente rechazados por la sociedad. Lo que ha pasado con letras
mayúsculas con Trump se ve todos los días con letras minúsculas con los
políticos peruanos. En una parte de ellos, late un pequeño Trump, en algunos
más grandes que en otros.
Esta vocación por lo extremo se ha trasladado a
los medios. En el caso peruano, la brutalización de la política ha motivado la
brutalización de la prensa. De pronto, una parte importante de comunicadores
consideran que deben ser brutales, irascibles, radicales en la forma y en el
fondo, y profundamente antagónicos con algún sector del país.
Siguiendo la lógica de Thompson, no solo es la
brutalización de la palabra; encierra la brutalización de los mensajes, que se
sirve de los nuevos códigos del lenguaje para ganar adherentes y llevar a cabo
una guerra. O varias guerras al mismo tiempo. La política peruana está
atravesada por varias guerras, religiosas, políticas, raciales, partidarias,
literarias, de género, que enfrentan a conservadores y aperturistas en un
sinfín de argumentos, símbolos y palabras. Lo chocante y extremo está aquí y ha
venido para quedarse. No hará que la política sea mejor, cierto, pero es lo que
tenemos.