La República
La mitadmasuno
4 de octubre de 2013
Juan De la Puente
Los líderes políticos parecen haber decidido romper la tregua de setiembre y embarcarse en una nueva guerra política cuando el diálogo pasaba al detalle. No es que la oposición no deba ser oposición ni el gobierno deje de ser gobierno, pero la polarización marzo/agosto no fue edificante para unos y otros, de modo que quienes hacen (o deshacen) la agenda pública deberían auscultar la opinión pública si van a volver a trenzarse en una trifulca. El juego de esto es guerra podría terminar en nadie sabe para quien trabaja.
Los datos están a la vista. De acuerdo con la reciente encuesta de GfK, publicada por La República, la aprobación del Presidente Humala se ha estabilizado a la baja, con 26% de aprobación; esta ha crecido en Lima, en los sectores D/E y, por el contrario, continúa en descenso en las regiones, especialmente en el sur. Sería un exceso afirmar que la principal razón de la caída de Humala es la guerra política, aunque es esta la que ha desnudado los flancos débiles del gobierno y sus vacíos en la vocería y operación política.
La estabilidad a la baja se explica con dos argumentos que pueden ser concurrentes, que la aprobación ha tocado fondo y/o es el resultado de la despolarización política a la que ha inducido el diálogo impulsado por el premier Juan Jiménez Mayor. Coincidentemente, una de las pocas cifras gruesas de reconocimiento mayoritario que exhiben el gobierno y la oposición (52%) es dicho diálogo, aunque en este tema también se registra la misma brecha sectorial y regional: un rechazo mayor en el sector E y en el sur, y más entusiasmo en Lima y en el sector A/B.
Los datos confirman que el sur es la parte más caliente del Perú actual, el reducto contestatario que, a diferencia de las otras regiones, se resiste a desmovilizarse. En el reciente paro nacional la mayoría de sus ciudades fueron escenario de concurridas marchas, la más numerosa en el Cusco, donde 30 mil personas se manifestaron por demandas específicas. En cambio, la opinión pública en otras regiones tiene un comportamiento más matizado.
La encuesta incluye una sugerente pregunta sobre las características del Presidente Humala y compara las respuestas con las ofrecidas en julio del año pasado y en este año. Las respuestas indican que el presidente se habría graduado de político tradicional: es menos querido, menos creíble y menos firme, y de él piensan los peruanos que es poco enérgico y eficaz. Colocando en perspectiva estas respuestas y el temperamento que motivan, es probable que la opinión pública entienda que no puede pedirle más al gobierno, salvo algunos reductos sectoriales y regionales. En buena cuenta, el giro de Humala parece haberse consumado sin que, por ahora, nadie capitalice el rechazo al su desplazamiento a la derecha.
Los datos exhiben otras cifras en negativo. La oposición tampoco ha cosechado éxitos y este no es su mejor momento. Lo que tiene son sus peores resultados si se considera la caída de los índices oficialistas. A la oposición en su conjunto la desaprueban 2/3 de encuestados y su aprobación es la misma que Humala. Individualmente todos los líderes políticos nacionales tienen más desaprobación que aprobación y, como el Presidente, tienen más aceptación en Lima que en las regiones. Aunque se aprecia diferencias en las aprobaciones (PPK y Keiko cerca al 40%, AGP 29% y Toledo 11%) es indudable que ninguno ha logrado mejorar la percepción que la opinión pública tiene de su desempeño.
Es difícil por ahora explicarse todos los elementos de un escenario donde todos o casi todos pierden. La medición de la aprobación de los políticos en el Perú es una variable independiente, a diferencia de los estudios de popularidad usados en otros países, de modo que la caída de unos no puede relacionarse con el desempeño de otros. No obstante, el modelo de guerra política ensayado este año, medido en varios sondeos, aconseja que los luchadores deban por lo menos elegir los temas, el discurso y los escenarios de una confrontación. El respetable puede cansarse o ver a los gladiadores con el mismo rostro.
Los datos están a la vista. De acuerdo con la reciente encuesta de GfK, publicada por La República, la aprobación del Presidente Humala se ha estabilizado a la baja, con 26% de aprobación; esta ha crecido en Lima, en los sectores D/E y, por el contrario, continúa en descenso en las regiones, especialmente en el sur. Sería un exceso afirmar que la principal razón de la caída de Humala es la guerra política, aunque es esta la que ha desnudado los flancos débiles del gobierno y sus vacíos en la vocería y operación política.
La estabilidad a la baja se explica con dos argumentos que pueden ser concurrentes, que la aprobación ha tocado fondo y/o es el resultado de la despolarización política a la que ha inducido el diálogo impulsado por el premier Juan Jiménez Mayor. Coincidentemente, una de las pocas cifras gruesas de reconocimiento mayoritario que exhiben el gobierno y la oposición (52%) es dicho diálogo, aunque en este tema también se registra la misma brecha sectorial y regional: un rechazo mayor en el sector E y en el sur, y más entusiasmo en Lima y en el sector A/B.
Los datos confirman que el sur es la parte más caliente del Perú actual, el reducto contestatario que, a diferencia de las otras regiones, se resiste a desmovilizarse. En el reciente paro nacional la mayoría de sus ciudades fueron escenario de concurridas marchas, la más numerosa en el Cusco, donde 30 mil personas se manifestaron por demandas específicas. En cambio, la opinión pública en otras regiones tiene un comportamiento más matizado.
La encuesta incluye una sugerente pregunta sobre las características del Presidente Humala y compara las respuestas con las ofrecidas en julio del año pasado y en este año. Las respuestas indican que el presidente se habría graduado de político tradicional: es menos querido, menos creíble y menos firme, y de él piensan los peruanos que es poco enérgico y eficaz. Colocando en perspectiva estas respuestas y el temperamento que motivan, es probable que la opinión pública entienda que no puede pedirle más al gobierno, salvo algunos reductos sectoriales y regionales. En buena cuenta, el giro de Humala parece haberse consumado sin que, por ahora, nadie capitalice el rechazo al su desplazamiento a la derecha.
Los datos exhiben otras cifras en negativo. La oposición tampoco ha cosechado éxitos y este no es su mejor momento. Lo que tiene son sus peores resultados si se considera la caída de los índices oficialistas. A la oposición en su conjunto la desaprueban 2/3 de encuestados y su aprobación es la misma que Humala. Individualmente todos los líderes políticos nacionales tienen más desaprobación que aprobación y, como el Presidente, tienen más aceptación en Lima que en las regiones. Aunque se aprecia diferencias en las aprobaciones (PPK y Keiko cerca al 40%, AGP 29% y Toledo 11%) es indudable que ninguno ha logrado mejorar la percepción que la opinión pública tiene de su desempeño.
Es difícil por ahora explicarse todos los elementos de un escenario donde todos o casi todos pierden. La medición de la aprobación de los políticos en el Perú es una variable independiente, a diferencia de los estudios de popularidad usados en otros países, de modo que la caída de unos no puede relacionarse con el desempeño de otros. No obstante, el modelo de guerra política ensayado este año, medido en varios sondeos, aconseja que los luchadores deban por lo menos elegir los temas, el discurso y los escenarios de una confrontación. El respetable puede cansarse o ver a los gladiadores con el mismo rostro.
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