La República
La mitadmasuno
2 de junio de 2017
Por Juan De la Puente
Ha nacido un nuevo frente, Juntos por
el Perú (JP), el cuarto referente nacional de la izquierda junto a Nuevo Perú
(NP) que lidera Verónika Mendoza, Tierra y Libertad (TyL) que encabeza Marco
Arana, y Más Democracia (MAS) de Gregorio Santos.
El nuevo frente exhibe
ventajas ante los otros grupos: 1) tiene inscripción electoral, cedida por el
Partido Humanista; 2) posee aparatos organizativos experimentados,
especialmente el del PC de Patria Roja; y 3) participará con esas siglas en las
próximas elecciones regionales y municipales. De esas ventajas, una será de
ganancia absoluta, su presencia electoral el próximo año, mientras que las
otras deberán administrarse tomando nota de la tradición frentista de nuestra
izquierda, siempre atrapada en el péndulo entre el hegemonismo a la ruptura.
Algunas desventajas
sobresalen, como la falta de renovación, incluida la generacional y de género
en sus grupos más caracterizados; el déficit de líderes de sugerente proyección
nacional; y la apuesta por un programa que rehúsa aceptar las transformaciones
sociales y económicas de los últimos 15 años. De hecho, en el abanico de la
oferta izquierdista, JP expresa por ahora la alternativa más tradicional en
todos los sentidos.
El futuro para los otros
grupos es desafiante. Dos de ellos exhiben líderes que han cosechado un volumen
de votos que ningún otro líder izquierdista orgánico (Humala no cuenta como
tal) obtuvo desde 1990 en elecciones nacionales –Mendoza obtuvo 2.8 millones de
votos (19%) y Santos 613 mil (4%)– pero carecen de aparato nacional y de
inscripción electoral. Por su parte, TyL tiene inscripción legal pero no tiene
cuadros de proyección nacional, y tal parece decidido a no desearlo ni necesitarlo.
Este paisaje inicial puede
terminar en un fracaso si se fortalecen dos procesos que asoman. Por un lado,
el afán por la unidad, esa demanda angustiosa que se resiste a aceptar el
derecho a la diversidad progresista y levantada desde la convicción empírica e
indemostrada de que “las masas quieren la unidad”; y la voluntad de representar
solo a la izquierda, que terminará por convertir los procesos electorales en
ajustes de cuenta en un lado del escenario.
Será más exitoso y
socialmente útil el grupo que logre estructurar desde la izquierda una
alternativa de centro, que no se reduzca obviamente al discurso sino también al
programa y a la representación. El centro no es la doncella prometida a la
izquierda como lo demostraron los 7 procesos electorales desde 1980 al 2016, y
es probable que en el contexto del retroceso del progresismo en la región sea
más compleja la formación de una alternativa centroizquierdista. Aun así, de
todos modos habrá por lo menos una expresión atractiva de centro en los próximos
años, de modo que quien no apueste por el centro, será descentrado por los
otros.
La apertura progresista
está salpicada de escollos. La inscripción legal de Nuevo Perú es crucial, pero
hay otros reclamos mayores: la izquierda debe recuperar una agenda nacional
para dejar de ser la primera víctima de la polarización entre el gobierno y el
fujimorismo. Ambos se han tomado casi toda la confrontación que cabe en nuestro
escenario público al punto que, por ejemplo, una facción de las organizaciones
sociales del Cusco se movilizan a favor de la construcción del aeropuerto de
Chinchero sin importar las denuncias sobre los contratos.
En este punto la izquierda
se vuelve contra sus demonios. Algunos documentos oficiales de los grupos de
izquierda proponen una acumulación que se emplace contra todos los actores
políticos, incidiendo en una lógica “anti”, subestimando el aumento de las
demandas sociales y la movilización por derechos y libertades, hasta ahora sin
correlación con una gran visión de país. A eso se debe que la izquierda en toda
su diversidad, partidaria y social, aparezca devorada por la micropolítica y
jugando de espectadora en la liga mayor, la de la élite peruana separada de la
sociedad por una contagiante brecha de confianza y de prioridades.