domingo, 7 de marzo de 2010

Terremoto en Chile, entre el dolor y la ira

Reproduzco el artículo publicado en el blog de los socialistas allendistas chilenos por el sociólogo Tito Tricot, Director del Centro de Estudios de América Latina y el Caribe CEALC. Es un duro cuestionamiento a la respuesta del gobierno de Bachelet y las FFAA al terremoto.
http://socialismoallendista.blogspot.com/2010/03/terremoto-en-chile-entre-el-dolor-y-la.html
“Terremoto en Chile, entre el dolor y la ira
De pronto, sin aviso alguno, rugió la tierra con tal furia que huyeron despavoridos los pocos ángeles azules que aún merodeaban la noche en busca de algún amor incauto. Y se nos cayó el cielo a pedazos en una lluvia interminables de polvo, vidrio y abisal oscuridad. Entonces nos golpeó sin misericordia la Inconmensurable fragilidad de la vida y se nos alborotó la garganta de atávico espanto.
Nadie puede describir con precisión aquellos momentos interminables cuando el tiempo se detuvo en medio del ensordecedor ruido y de nuestra abrumadora angustia. Cada golpe, cada caída, cada explosión, cada minuto nos apretaba más el corazón mientras sólo susurrábamos o gritábamos para que se detuviera la tierra, la madre tierra. Sólo un momento para recuperar el aliento perdido entre las penumbras del peor terremoto en la historia de Chile.
Y faltaba aún la furia del mar que en pocos minutos arrasó con poblados enteros sembrando el dolor y el miedo. Pero pronto ese dolor se transformó en ira, pues la Armada de Chile, arrogante y obtusa, había declarado categóricamente que no había posibilidad alguna de maremoto en nuestro país.
Y lo mismo señaló el gobierno, entonces mucha gente que había huido a los cerros, retornó a sus hogares para intentar rescatar algunas pertenencias, sólo para morir aplastadas por el agua que nunca debió estar ahí según el gobierno. Que, por lo demás, desde el comienzo trató de minimizar la tragedia, balbuceando incoherencias, negando urgencias y riesgos mientras en el sur y en la isla Juan Fernández la gente se moría de océanos desbordados. El terremoto es causa de la naturaleza, las victimas del maremoto son responsabilidad de la Armada y del gobierno, porque la tragedia era evitable.
La guerra contra un pueblo inerme
Y duele hasta el alma constatar la magnitud de la catástrofe, la soledad de los desaparecidos, el llanto de los niños y la enorme y extensa devastación cuando algo de ello era evitable. Sin embargo, la soberbia de la elite dominante que se asume infalible sirvió para – con la ayuda de los medios de comunicación – cambiar violentamente la realidad y así las victimas pasaron a ser saqueadores y delincuentes. El discurso se propaló sin piedad alguna y se le acompañó – ¡cómo no! – con 12 mil militares y toque de queda.
Y volvieron los tanques y las metralletas a mancillar el paisaje sureño, como en tiempos de dictadura. Y volvieron también las amenazas cuando lo principal pasó a ser la seguridad y el orden público. Por la razón o la fuerza se defenderá la propiedad privada, dicen, flanqueados por los comandantes en jefe de las fuerzas armadas, como si esto fuera guerra. En el intertanto la gente continúa aislada, sin alimentos, sin luz o agua, sin abrigo y sumidos en la más completa incertidumbre mientras las autoridades defienden a los ricos. Parece increíble, pero en lugar de distribuir alimentos, proporcionar frazadas o habilitar albergues, el gobierno ha declarado la guerra a un pueblo inerme. Nadie puede condonar o aceptar el saqueo de electrodomésticos o implementaos suntuarios, pero la mayoría de la gente sólo necesita comer.
Por lo demás, nada de ello hubiese ocurrido si las autoridades hubiesen reaccionado con celeridad y eficiencia en lugar de ocultar su estulticia con la violencia del fusil. Aquí no se necesita represión, sino compasión; no se requieren balas, sino que comida. Y respuestas, no sólo de las autoridades, sino que también de los empresarios que se han hecho millonarios en el Chile neoliberal y cuyos edificios, casas, puentes, carreteras y pasarelas se derrumbaron como castillos de arena, cercenando vidas y destruyendo sueños de miles de chilenos.
No sólo en el sur, claro, sino que en Valparaíso, Quilpue, Santiago, y centenares de ciudades y pueblos donde el terremoto golpeó con inusitada furia, aunque no salga en las noticias, porque la guerra unilateral del gobierno se está librando en Concepción, Constitución, Chiguayante. El resto de Chile debe esperar, sin agua o luz, en la calle, en los parques, en medio del temor de las centenares de replicas que te hacen saltar el corazón de tanto en tanto.
Nada importa a las autoridades, sólo la defensa incondicional de la propiedad privada, por eso hoy nos movemos entre el dolor y la ira de un terremoto que vivirá para siempre en nuestra memoria. No lo olvidaremos jamás, como tampoco olvidaremos la singular guerra contra un pueblo que sólo quería comer el día después que la tierra y el mar nos estremecieron el alma sin aviso previo”.

El sabor y la historia

El Blog Prensa Rural, que agrupa a periodistas de América Latina con vocación por el desarrollo rural, ha reproducido el artículo que publiqué en La República el pasado 28 de febrero.
http://redprensarural.com/2010/03/03/el-sabor-y-la-historia/
http://www.larepublica.pe/la-mitadmasuno/27/02/2010/el-sabor-y-la-historia

EL SABOR Y LA HISTORIA
Por Juan De la Puente
Miembro de la Red Prensa Rural
Columnista – Periódico La República de Perú
He constatado en la reciente Paris Cookbook Fair 2010, la Feria Internacional del Libro de Cocina, y en los Gourmand World Cookbook Awards, la famosa premiación de los mejores libros de cocina y de vinos del mundo, ambas organizadas en esa ciudad por el célebre editor Edouard Cointreau, el impacto mundial de la cocina peruana. Nuestros libros estuvieron nominados en 21 de las 55 categorías y entre miles de postulantes cuatro fueron premiados, entre ellos uno de la USMP, cuyo Fondo Editorial me honra dirigir.
Del Perú gastronómico actual el mundo aprecia su diversidad al mismo tiempo que su especificidad. Contra la tendencia interna que se decanta por la fusión y la novedad de la receta, nuestra cocina se percibe desde fuera como un vasto movimiento cultural que redescubre el país mismo, rescatando saberes aprendidos y modos históricos de alimentación popular. Desde una perspectiva etnológica, de la que peligrosamente empieza a prescindirse en el Perú marketero, esta mirada privilegia y se asombra de nuestra biodiversidad y de nuestro empeño por alimentarnos con productos que emergen de la tierra.
Al mundo no parece importarle nuestra adaptación al proceso de unificación de los gustos. Al contrario, considera que la fusión es parte de nuestra diversidad y no su reemplazo. Es sintomático, por ejemplo, que a los especialistas del Gourmand World Cookbook Awards, les llame poderosamente la atención nuestros sabores ancestrales y modernos elaborados desde la papa, el maíz, los ajíes, las frutas y el pescado, y que valoren nuestro talento gastronómico a partir de su relación con la naturaleza, en la misma ruta en que se ubican experiencias como la Feria Mistura o la creación de la Sociedad Peruana de Gastronomía.
De ese modo, es natural que la protección de la tradición culinaria incluya la defensa de la tierra, de los productos y de los productores, una forma de modernidad ausente en la mayoría de las novísimas escuelas de cocineros y en los discursos de buena parte de los conocidos chefs peruanos seducidos por la receta y el sabor sin historia. Me cuesta imaginarlos cuestionando la invasión de semillas transgénicas, la experimentación con la papaya transgénica impulsada con procedimientos mañosos, o reclamando contra el silencio oficial respecto de los hallazgos de maíz amarillo transgénico en el norte del país y de granos de soya transgénica en Huancayo y Ayacucho.

Lima, la pobre

La mitadmasuno
La República
Sábado 6 de marzo del 2010
http://www.larepublica.pe/la-mitadmasuno/06/03/2010/lima-la-pobre

Por Juan De la Puente
La elección de octubre para la alcaldía de Lima se promete por ahora como una disyuntiva entre la corrupción y la anticorrupción. Es impredecible que tal perfil sea el predominante en la campaña, porque la capital tuvo en los últimos 30 años experiencias electorales de dos signos. Mientras las elecciones de Barrantes (1983), Belmont (1989 y 1993) y Castañeda (2002 y 2006) se constituyeron en competencias primordialmente vecinales, las de Orrego (1980), Del Castillo (1986) y Andrade (1995 y 1998), fueron plebiscitarias respecto del poder de turno.
Los principales candidatos en esta elección aún no presentan sus ofertas para una metrópoli de más de 8 millones de habitantes, que en la lista de las más pobladas del mundo figura en el puesto 30 y en la de A. Latina en el 5. No obstante, algunos consideran que nuestra capital ya es una ciudad global, paradigma asociado erróneamente a las grandes obras de infraestructura.
No basta que una ciudad sea populosa para ser una ciudad global. Ni siquiera es suficiente que tenga grandes vías de comunicación y sea limpia. Los análisis más reconocidos miden variables como el nivel educativo de sus habitantes, la provisión de servicios básicos, la calidad de vida urbana, la seguridad y la tecnología. En esas mediciones aparece Lima como una ciudad polarizada, con un millón y medio de pobres, y con distritos a 30 minutos de los centros financieros con tasas de pobreza superiores al 25% (Carabayllo, Puente Piedra, Pachacámac, San Juan de Lurigancho y Villa María del Triunfo, entre otros).
Lima tiene miles de familias excluidas del mercado como fuerza laboral y como consumidoras. Nuestra capital, emergente, mestiza y emprendedora, es una realidad. También lo son la pobreza y la autocomplacencia de sus elites gobernantes, febriles defensoras del cemento como doctrina. Esa pobreza, la de la ciudad, indica que la riqueza en Lima es todavía un enclave, como hace siglos. La otra pobreza, la de sus autoridades, apunta a que nuestra principal ciudad demanda un liderazgo realmente moderno.
Hace 27 años Alfonso Barrantes cambió por una vez el paradigma de oferta electoral municipal al proponer la entrega de un vaso diario de leche a los niños pobres. Más allá de las vicisitudes de ese programa, marcó un hito: los alcaldes no pueden ignorar la pobreza de sus vecinos ni gobernar sus ciudades tratando a sus habitantes como si fuesen iguales, cuando no lo son.