viernes, 15 de junio de 2018

La guerra de las rosas

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La guerra de las rosas
La República
La mitadmasuno
1 de junio de 2018
Juan De la Puente
Puede haber un parlamento que no compre rosas, televisores, computadores y frigobares, pero que ejecute una política alineada a los grandes poderes, que muestre cercanía con fuerzas económicas ilegales u oscuras, o que expida normas que vulneren libertades ciudadanas. Ese es el esquema operativo al que parece conducir las denuncias sobre las compras del Congreso, con pocas posibilidades para las alternativas y para establecer los temas de fondo.
Ahora mismo miles de oficinas de compra del Estado, llamadas unidades ejecutoras, están comprando bienes y servicios, incluyendo flores y televisores. En principio, no me parece mal que esas operaciones se realicen, con racionalidad, modernidad, transparencia y control. El primer punto de esta discusión no reside en el qué sino en el cómo, cuándo y porqué. Es bueno precisar ello debido a que nos estamos deslizando por una ruta en la que la solución final podría ser que el Estado no compre nada, una perspectiva corrosiva considerando que el Estado peruano compra cada año por un monto equivalente al 7.7% de nuestro PBI.
El segundo punto de este debate consiste en el obsoleto sistema de adquisiciones que favorece la corrupción en todos los niveles, anclado en el concepto de que el Estado “necesita” de hacerse de un patrimonio, de manera que los que le venden algo, le cargan al erario público el riesgo y la coima. Este sistema se resiste a la modernización, como al modelo de leasing, el alquiler de equipos o la provisión de terceros que evitaría la enorme burocracia especializada en vigilar el patrimonio del Estado. En este ángulo del análisis cabe perfectamente la posibilidad de que algunos instrumentos de trabajo de los parlamentarios, por ejemplo, sean costeados por ellos mismos.
Todas las leyes para comprar o contratar mejor han fracasado; el sistema que las contiene ha derrotado por lo menos tres reformas de las adquisiciones estatales en los últimos 18 años en tanto que los mecanismos de soborno sí han pasado la prueba de la modernidad. Como lo ha demostrado el Lavajato peruano, y aun antes, la clave de la corrupción se encuentra, precisamente, en las normas originarias más que en el proceso, de manera que es importante mirar el bosque y no solo el árbol. O la rosa. 
El tercer punto de este debate reside en el lugar que ocupa esta controversia, cuya centralidad esconde delicados asuntos que parecen palidecer ante el aroma de las rosas. Uno de ellos es la rendición del Congreso ante los grupos que presionan a desandar el camino de la Ley de Alimentación Saludable o postergar la aprobación de la ley que prohíbe y reemplaza progresivamente el uso de bolsas de polietileno y otros materiales de plástico convencional. 
Es grave que las cooperativas truchas se salgan con la suya, mientras que una parte de la sociedad consume su energía combatiendo la compra de flores, o que la guerra de las rosas impida centrar la atención de la sociedad en la inminencia de la ley que prohíbe la publicidad del Estado en los medios privados y en la deriva legislativa contra el enfoque de género y los derechos de la comunidad LGTB.
Bienvenido el control de las compras del Parlamento, que es una forma de control del Congreso, aunque no habría que perder de vista el programa conservador en curso, de mayor trascendencia para el régimen político. El Congreso necesita ser controlado en aspectos decisivos y rendir cuentas a la sociedad sobre sus decisiones u omisiones, por lo que la desagregación de ese control –rosas por aquí, derechos y libertades por allá- es hasta cierto punto una forma de desmovilización respecto de la agenda de esta hora.

Es probable que la guerra las rosas no concluya en un cambio, lo que ha sucedido luego de los escándalos del financiamiento electoral, y que se descuide la necesidad de que desde el Congreso y fuera de él, se proponga una plataforma democrática que recoja las demandas sociales. Me gustaría ver que quienes pelean contra las rosas hagan suyas las exigencias del sur del país, la región que desaprueba más a la democracia y que acaba de realizar respetables paros en Cusco, Puno y Arequipa.

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