viernes, 27 de octubre de 2017

La izquierda y la linea propia

http://larepublica.pe/politica/1101410-la-izquierda-y-la-linea-propia
La República
La mitadmasuno
22 de setiembre de 2017
Juan De la Puente
Un problema de la izquierda desde la segunda vuelta electoral fue que gran parte de sus activistas creían que el gobierno de PPK era suyo, y que el mismo PPK también lo era. No eran los únicos; sucedía lo mismo con los liberales y la amplia facción antifujimorista de la sociedad.
Esta identidad llegó al punto de criticar la actuación de la misma izquierda en otros sectores, como Salud y Educación, que cuestionaban la falta de eficiencia de esos ministerios, o de negarse a discrepar de la actuación censora del ministro de Cultura de exposición Resistencia visual 1992 en el Lugar de la Memoria (LUM), solo porque lo pidió un congresista de Fuerza Popular. Pequeño o grande, el pueblo izquierdista fue un actor decisivo de las dos lunas de miel de las que gozó el Gobierno.
Parece que esto se acabó. La decisión del Frente Amplio y de Nuevo Perú de rehusarse a otorgar el voto de confianza al gabinete Zavala abre una etapa nueva, de afirmación de una línea propia de la izquierda.
Desde su fundación, la izquierda persistió en un curso propio, incluso cuando en los años treinta y cincuenta fue objeto de exclusión del sistema político por las dictaduras de Sánchez Cerro, Benavides y Odría. Sus pocos pactos externos, con el Apra (1945) y Fujimori (1990), fueron efímeros, y de esa tradición solo cabe una excepción, la colaboración abierta y poco crítica del PC con el gobierno de Velasco (1968-75).
Aunque todavía se registran cuestionamientos a la votación del Frente Amplio y de Nuevo Perú sobre la cuestión de confianza, ya es evidente que la izquierda se opondrá al mismo tiempo al Gobierno y al fujimorismo. Con ello acaba el escenario hegemonizado por estas dos fuerzas y se abre la posibilidad de recuperar una plataforma plural y con más opciones en liza, y superar el bipartidismo imperfecto que amenaza nuestro sistema, de por sí ya carente de partidos que reflejen el arco de intereses y posiciones.
La clave del juego propio reside en los intereses. Pretender que los grupos que levantaron programas distintos a PPK y Fuerza Popular en la campaña electoral los abandonen para alinearse en una polarización que exhibe brechas visibles en lo económico, político e institucional, equivale a obligarlos a dejar esos programas y los intereses que representan, una renuncia a los compromisos asumidos, igual que los gobiernos que dejan en el camino sus promesas.
Estas brechas son significativas; han sido construidas por el gobierno y Fuerza Popular con el siguiente esquema: 1) el centro de la oposición de Fuerza Popular se encuentra en lo político, con marcado acento en el debilitamiento del Gobierno; 2) al costado y en paralelo, Fuerza Popular colabora en lo económico; y 3) en lo institucional, se cruzan pocas líneas de confrontación y de cooperación, y más de abstención de ambos, patente esencialmente en la omisión de las grandes reformas.
La línea propia es, primero, un desafío interno para la izquierda. Es viable a condición de que se levanten estrategias propias de acumulación y recuperación de la representación social. Implica poner un pie en la sociedad. Allí el agua está fría, la calle está dura, dura de dureza y de severidad. La reciente encuesta de Ipsos indica que el 58% de peruanos no estaba enterado de la presentación de la cuestión de confianza, que el 53% desaprobaba que el pedido fuese presentado, y que la relación entre el voto a favor o en contra de la confianza estaba muy parejo, 50% por el sí y 46% por el no.

Una línea propia no le impedirá a la izquierda participar en las iniciativas de diálogo político convocado por el Gobierno o respaldar elementos cruciales de la política social actualmente en curso. Tampoco necesitará jubilar su antifujimorismo, sino hacerlo también desde abajo, y pactar en el Congreso la aprobación de leyes e iniciativas de control político, bajo el criterio que el voto ciudadano le ha conferido a Fuerza Popular la condición de opositor al Gobierno, en tanto que a los otros grupos que participaron en las elecciones una doble condición opositora, al Gobierno y al Congreso.

Reyerta sin el pueblo

http://larepublica.pe/politica/1098423-reyerta-sin-el-pueblo
La República
La mitadmasuno
15 de setiembre 2017
Juan De la Puente
Desde el año 2001, la relación del Gobierno y el Congreso ha sido de tensión constante, y creciente. El principal atributo de nuestra gobernabilidad durante 16 años ha sido la inestabilidad conocida, de la que emergió una democracia de baja intensidad y con grandes brechas institucionales. Este proceso tuvo el año pasado un momento de quiebre debido a que los electores le dieron por primera vez la mayoría absoluta a un partido, el que precisamente perdió la segunda vuelta, y dejaron al gobierno con una escasa representación.
Esta gobernabilidad se reformuló sobre nuevas bases y se hizo más conocida por los actores desde julio del año pasado, aunque la crisis abierta recientemente por la interpelación a la ministra de Educación y la cuestión de confianza planteada por el Gobierno, abre la posibilidad de otra gobernabilidad, más precaria, más inestable y menos predecible. A pesar de ello, siguen vigentes algunas constantes que dejaron las crisis Congreso-Gobierno del ciclo 2001-2017. Consigno aquí algunas de ellas.
Primero. Todos los ministros que en este período fueron objeto de dura crítica del Congreso o muy dura crítica social, interpelados o no, más o menos 32 (7 en el Gobierno de Toledo, 12 de García, 15 de Humala, y 3 de PPK hasta ahora), han terminado fuera del cargo, seriamente desgastados y con poca capacidad de maniobra previa a su salida. Esta constante se debe a varias razones, entre ellas las deficiencias del reclutamiento de ministros, el deterioro de las bancadas oficialistas y el auge del control político parlamentario.
Segundo. Los gobiernos no pueden ingresar a largos periodos de tensión con el riesgo de un mayor desgaste social, debido a lo ya anotado –el auge del control político– y a dos realidades del equilibrio de poderes a la peruana: 1) el brote de varios conflictos políticos a la vez, que se hacen latentes por la intervención de la prensa, con su lógica propia y su creciente capacidad de investigación; y 2) el escaso compromiso de los parlamentarios con las políticas públicas, sea por sus debilidades o por la jerarquización de sus intereses. El modo en que el Congreso trató el voto de investidura de los gabinetes de Ana Jara y René Cornejo, al filo de la inconstitucionalidad, son dos botones de muestra.
Tercero. Los gobiernos se debilitan y caen en aprobación ciudadana principalmente por su relación con la sociedad y no necesariamente por su buena o mala relación con el Congreso. Toledo y Humala tuvieron mayorías parlamentarias cuatro de los cinco años de sus mandatos, pero para ellos fueron determinantes eventos extraparlamentarios como el “Arequipazo”, Ilave, Conga o Espinar, en tanto que García logró una mayoría parlamentaria durante todo su gobierno, pero su gobierno se debilitó por el “Moqueguazo”, el caso Business Track o el “Baguazo”.
Cuarto. El sistema ha subestimado durante 16 años la necesidad de reformas y no ha resuelto un problema de arquitectura. La Constitución de 1993 fue elaborada para facilitar la cooperación en favor del Ejecutivo y no para procesar las tensiones, de modo que aspectos cruciales de la gobernabilidad, como la vacancia presidencial, carecen de rigor constitucional, siendo frecuente que se convierta en amenaza contra el Jefe del Estado. Sucede lo mismo con la rebaja de tres a dos el número de gabinetes derribados para dar paso a la disolución del Congreso.

Quinto. Finalmente, en el contexto de una crisis de representación, el Congreso se dedica desde el segundo año de su mandato a diferenciarse del Gobierno, con la ilusión de una fácil reelección, dando paso a una espiral populista y sin contenidos. Es inútil, el Congreso peruano no puede divorciarse del Gobierno ante los ojos de la sociedad y a lo sumo se pelea con él de espaldas al país. Por ello, la tasa de reelección parlamentaria apenas supera el 25%. Es el drama de la convivencia forzada que el sistema fija, porque no hay segunda vuelta en la elección parlamentaria, porque carecemos de Senado o porque no tenemos renovación por tercios.