jueves, 12 de septiembre de 2019

Miedo, incertidumbre y orden

https://larepublica.pe/politica/2019/08/23/miedo-incertidumbre-y-orden/
La República
La mitadmasuno
23 de agosto de 2019
Juan De la Puente
El debate alrededor de la propuesta para el adelanto de elecciones traslada el discurso de la élite desde la natural incertidumbre hacia el miedo y la demanda de orden. Es una ruta también natural en un país que, según el historiador Jorge Basadre, en momentos de grave tensión, sus líderes han elegido el orden y despreciado la libertad, como si fuesen opciones contrapuestas.
El discurso de la “salvación nacional” y la “salud pública” ha sido, generalmente, una apuesta populista autoritaria que lograba frenar el debate y la legitimación de lo nuevo, y especialmente para garantizar la defensa de privilegios e intereses. Este discurso está de regreso en un sector del país, y amenaza convertirse en una opción firme para enfrentar el futuro.
La elite peruana está manejando mal la incertidumbre. Su enorme miedo explica su discurso agresivo contra los movimientos sociales y el ejercicio de los derechos. Es más que un miedo estrictamente político. Algunos autores, como la filósofa Martha C. Nussbaum, explican este miedo, acompañado de la ira, por la impotencia frente al cambio de realidades y paradigmas, y que al no ser encarados con las formas de la democracia y sus reglas, avanza a una “alterización” de los que demandan. Ellos, los otros, resultan los malos, la turba, y los desadaptados que hay que atajar y subordinar, es decir, “poner en su sitio”. El sitio de siempre.
Por esa razón, el uso de la palabra incertidumbre, para referirnos a uno de los atributos de esta transición resume menos de lo que esconde, de manera que es necesario desagregar “las incertidumbres”. Tu incertidumbre no es la mía. De primera impresión, existe una relación emocional entre la elite política que se resiste a las elecciones adelantadas al año 2020 y los sectores que se sienten amenazados por la demanda de derechos sociales y económicos. Es el sector más temeroso del futuro.
La galvanización de estos intereses ha sido más rápida que la de la orilla contraria, lo cual ha producido la primera narrativa que demanda orden contra el caos, mano dura contra la turba, la ley contra la anarquía. Los partidarios del adelanto electoral han demorado en reaccionar, especialmente porque para ellos hay otras emociones en juego, es decir, no solo una cuestión de poder (la cuestión política) sino un problema de justicia y derechos reclamados desde el pasado (la cuestión social).
La del miedo y del orden es por ahora una narrativa localizada en los sectores altos del país, que viven el momento con agitación y desesperanza, distinta a cómo lo vive la sociedad, con expectativas que aún no son cancelatorias.

Es cierto que la mayoría de los peruanos tiene que perder en una larga crisis sin salida, pero sienten que la incertidumbre es menos perentoria que la corrupción. Alimentados por la desconfianza de dos décadas de mala política diferenciada de una economía con un desempeño aceptable, no exhibe la angustia de su clase dirigente; prefiere que se vayan todos, y si debe respaldar a alguien, lo hace a Vizcarra empoderándolo como abanderado de las elecciones adelantadas. La oposición va a tener que trabajar muy duro para que su discurso de orden subordine el descrédito de la política.

martes, 20 de agosto de 2019

Cuestión política y cuestión social

https://larepublica.pe/politica/2019/08/16/juan-de-la-puente-cuestion-politica-y-cuestion-social/
La República
La mitadmasuno
16 de agosto de 2019
Juan De la Puente

Quien se incomode porque esta etapa ha empezado a ser dinamizada –cuando no jaqueada- por las demandas sociales, debería reconocer que no existe una transición estrictamente política y que al abrirse la agenda pública, esta contiene todas las expresiones de una larga coyuntura crítica, irresuelta y acumulativa. Ese es el sentido de un proceso donde todo o casi todo se juega nuevamente, y no solo se barajan las cartas.
Es errada la idea de que en la transición, cuyos plazos se fuerzan desde el 28 de julio, solo existe una “cuestión política”. Las actuales batallas que se libran en los espacios institucionales derivan de una “cuestión social” que no puede ser negada, y que al ser irresuelta muestra una realidad que también reclama cambios fuera de los códigos partidarios. Todo ello hace de este escenario pleno de perspectivas relacionadas con la vida cotidiana de los peruanos.
La transición 2000-2001 sacrificó la cuestión social, a pesar de que las demandas por democracia habían incorporado críticas de fondo al modelo social y económico impuesto el 5 de abril de 1992. Solo que en la fase final del gobierno de Fujimori, la naturaleza del poder oscuro y la hegemonía liberal opositora en esa etapa, hicieron a un lado la agenda social de modo que la disyuntiva en las elecciones del 2001 fue fundamentalmente política. Distinto fue el derrotero de la otra transición, la de 1977-1980, donde ambas cuestiones, la política y social, fueron parte del proceso, reflejadas en el texto de la Constitución de 1979, en el contexto de una crisis económica en progreso.
Dos esferas componen la política peruana de estos días. La esfera externa es la más compleja, y la más desordenada. Allí se advierte más incertidumbre y es donde se queman etapas aceleradamente desde el año 2016: una sucesión constitucional, dos presidentes, pedidos de vacancia, cuatro gabinetes, tres cuestiones de confianza, 12 bancadas parlamentarias para 130 congresistas, una reforma constitucional con referéndum, un organismo constitucional desactivado, entre otros sucesos.
Pero la otra esfera, la interna, es la más decisiva y sobre ella se ha profundizado poco. Es el fondo del proceso que transitamos, el que hace gran parte de la promesa de cambio en esta hora, su motor y motivo, y que resume el agotamiento de un sistema que, siendo fuerte todavía y habiendo conseguido logros notables, no puede producir más un orden estable para satisfacer a una sociedad que ha cambiado radical y rápidamente en solo dos décadas, luego de la reducción de más de 35 puntos de pobreza y la duplicación de las clases medias.

El reclamo por un nuevo consenso que no sea exclusivamente político –que ya nos llevó a 20 años de cuerdas separadas- no puede quedar esta vez fuera. Por ahora, por tradición y programa, la centralidad de la cuestión social solo es enarbolada por la izquierda y los movimientos sociales, una fuerza todavía marginal en esta transición. Ahí reside quizás parte de las potencialidades de lo que se denomina “la calle”, una variable cuyo volumen y fuerza es todavía incierto, no para construir una alternativa radical y sectaria sino para promover un proyecto plural y amplio que se haga cargo del cambio democrático.

La puerta abierta

https://larepublica.pe/politica/2019/08/09/la-puerta-abierta/
La República
La mitadmasuno
9 de agosto de 2019
Juan De la Puente
La propuesta de adelanto de elecciones significa la alteración de la hoja de ruta que parecía haberse trazado con el inicio de la gestión del actual Gobierno, y que constaba de cambios mínimos resistidos por un amplio abanico de fuerzas opositoras, especialmente inmovilistas. La etapa que se acaba de iniciar es de un desenlace suspendido en el aire y de una posibilidad incierta de cambio. La política peruana es un cuaderno en blanco que se escribe cada día.
Vivimos una transición; es la palabra que mejor puede designar este proceso. Las otras, como crisis, coyuntura crítica o recomposición, no son suficientes para un ciclo precario e inseguro donde las elecciones del año 2020 serán un hito, no el final del recorrido. Es tan precario este tránsito que aún no sabemos qué será lo más importante; la única certeza es que no hay vuelta atrás.
Transitamos una experiencia nueva, pero solo en términos relativos. El Perú ha vivido tres transiciones en los últimos 50 años: la de 1977-1980, de 2000-2001 y la actual. Los códigos “externos” de las dos primeras fueron: 1) que lo esencial son las soluciones democráticas; 2) que lo constitucional se aborda con creatividad y responsabilidad desde la política, no al revés; y 3) que las salidas son negociadas, bajo un juego de presiones rudas, pero pactadas.
Y tenemos nuevos fenómenos. Las anteriores transiciones (1977-1980 y 2000-2001) se llevaron a cabo con efervescencia y masiva participación de la sociedad que hicieron débiles a los actores que empezaron la ruta con cierta fortaleza. Fueron procesos para recuperar la democracia, en tanto que la actual se propone renovarla desde dentro, con actores débiles desde el inicio y una participación social todavía pendiente.
Los datos sobre la voluntad política se posan sobre esta realidad donde se combina lo conocido y lo nuevo. Es incontestable que hay una mayoría política en favor de las elecciones adelantadas (75%), aunque por debajo de la mayoría anterior, la que obtuvo el referéndum de diciembre pasado, y con un número más bajo de peruanos (56%) que, a pesar de la impopularidad del Congreso, prefiere que se disuelva el Parlamento.
Esta mayoría es por ahora constitucional; opta por una salida legal, pacífica, pactada y democrática. No es un “que se vayan todos” en clave rupturista, sino negociada. Y pensar que todavía algunos no distinguen esa madurez y califican de populista el humor de la calle.
Que no se engañen los que no quieren calendario electoral adelantado. Ya no existe en la calle una mayoría vizcarrista y plebiscitaria; hay una mayoría transicional. El presidente tiene un alto respaldado para gestionar esta etapa, la mayoría se opone a su vacancia (70%), aunque su ubicación en el bloqueo institucional ha cambiado: ha pasado de ser una solución, a ser un problema, o en mejor de los casos una solución/problema. Solo el 18% piensa que Vizcarra y el Congreso deben de seguir en funciones hasta el 2021.

Estos datos deben servir para las negociaciones y para las soluciones unilaterales en caso fracase un pacto para usar la vía de la regla de la reforma constitucional (artículo 206º de la Carta) y se abra el uso de la regla de sucesión (artículo 115º). Se tiene que negociar el futuro y no el pasado.