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martes, 31 de diciembre de 2019

Quién se llevó mi modelo

https://larepublica.pe/economia/2019/11/01/quien-se-llevo-mi-modelo-juan-de-la-puente/
La República
La mitadmasuno
1 de noviembre de 2019
Juan De la Puente
La rebelión social en Chile ha reactivado en el Perú la discusión sobre el “modelo”, definiendo a un sector que, siendo más pequeño respecto al pasado, se atrinchera en la defensa de un concepto difuso al que la evolución de la economía y política ha vaciado de contenido. Ello es natural, pasa lo mismo con otros términos como justicia, democracia u orden público.
Esto no significa que no necesitemos de un debate y consenso alrededor de este término. La larga transición peruana reclama de pactos y por esa razón requerimos de parámetros de discusión que impidan un debate ligero y pendenciero.
Los defensores del “modelo” deberían previamente resolver el ámbito del concepto; por ejemplo, no creo que este aluda, exclusivamente, a las reglas del mercado o las políticas económicas, sino también a las reglas de la política, el poder y las funciones del Estado.
De hecho, todo reduccionismo económico del “modelo” fue tempranamente desechado por el Consenso de Washington, en el cual se inspiró la experiencia peruana 1990-2000. En ese punto, los neoliberales hicieron patente su rechazo a la receta política de este Consenso cuando el país inició el proceso de integración a la OCDE.
Debe ser parte de este método que devuelva contenido al concepto una periodización de la experiencia peruana. El “modelo” estuvo en movimiento, y es probable que su esfera económica evolucionara más que la política, y que esa evolución fuese más radical en la política social. La literatura de parte o hagiográfica revisada destina muy poco esfuerzo a esta tarea, de lo que se tiene una pérdida de posibilidades de retratar sus cambios y aciertos en el tiempo.
Algunos textos solo separan dos momentos, el de 1990-1997 y 1997-2000, el primero de la estabilización y reformas estructurales, y el segundo de la primera crisis del “modelo”, recesión incluida. Falta una segunda periodización que coincida con la recuperación democrática, para darle un lugar a cambios de fondo del período 2000-2011, como el incremento de la demanda, la descentralización del gasto, el auge de la inversión pública, y las políticas de protección social; o al período 2011-2018 de reducción del crecimiento, la caída de la inversión privada, y las políticas sociales universales y no contributivas.
El discurso neoliberal se ha hecho nostálgico y mercantilista, privándose inclusive de su componente liberal inicial. Sin profundidad, confunde frecuentemente “modelo” con “paradigma”, de modo que su épica empieza y acaba en una batalla pesimista, a la defensiva. Su matrimonio con los sectores conservadores en lo político y moral y su falta de autocrítica respecto a los mecanismos que promovieron la corrupción reducen sus capacidades de argumentación por insistir en consignas increíbles como el Estado neutral, Estado pequeño, crecimiento sin correlato distributivo, inversión sin licencia social o mercado sin derechos de los consumidores.

Su ventaja programática, el descalabro de las recetas heterodoxas Venezuela de por medio, debería ser aprovechada en favor de un sistema –salir de la camisa de fuerza del “modelo”– que mire más nuestro recorrido que tiene mucho de propio. Ya miramos demasiado al vecino que se incendia.

América del Sur rota

https://larepublica.pe/mundo/2019/10/25/juan-de-la-puente-america-del-sur-rota/
La República
La mitadmasuno
25 de octubre de 2019
Juan De la Puente
América del Sur se ha roto; y nada será lo mismo luego de las violentas jornadas en Ecuador, Chile y Bolivia. La violencia de los sucesos y los rápidos cambios que producen en el poder hacen obsoletos los códigos convencionales que servían para interpretar los conflictos en la región. La necesidad de agregar y desagregar al mismo tiempo es imperiosa porque son tan decisivas las diferencias como las similitudes.
La primera hipótesis es que nos encontramos frente a un movimiento regional que se expresa como una rebelión multiclasista contra los regímenes políticos y no solo contra los gobiernos. Su sentido radical y violento no impide reconocer que, a pesar de su potencial destructivo, implica una larga tendencia (quizás una megatendencia, en el modelo de Lechner) que acabará forzando las reformas que no fueron atendidas en la reciente ola democratizadora, especialmente en su etapa de consolidación. Quizás por ello han aparecido las primeras previsiones que relacionan estos sucesos con otros lejanos (Líbano, Hong Kong), aunque ahora los de estos países nos parecen tan locales.
La segunda hipótesis es que, a pesar de sus claves dramáticas, la rabia inherente y la simbología demoledora que exhibe, es un movimiento democratizador orientado contra el abuso de poder, la desigualdad y otras formas de injusticia. Es absolutamente irreflexivo reducir este movimiento a los hechos y obviar su contenido, lo que fue la primera reacción de los presidentes Moreno, Piñera y Morales. Si salimos del reducto de los hechos, estos son los primeros pasos de una ola democratizadora en la región, una primavera sudamericana.
La tercera es que los sucesos en estos países exhiben una fractura de la que no se sentía notificada la política. América del Sur estaba rota antes, aunque las heridas están ahora expuestas aporreando las narrativas oficiales que confunden la tolerancia al fracaso con el éxito –la atroz frase de Piñera sobre que Chile era un oasis en la región– absolutizan el éxito social para suprimir la competencia democrática (Bol) o se niegan a admitir los desencuentros históricos en las comunidades nacionales (Ecu).
Esa fractura expone realidades específicas que no pueden agregarse ideológica y facilistamente. En las protestas en Ecuador se reúnen el rechazo tanto al Gobierno de Correa como a las medidas inspiradas en las recetas del FMI, mientras que en Chile el eje de la crítica social es al modelo neoliberal cultivado y exportado a varios países de la región, incluido el Perú. En Bolivia en cambio, la crítica social se estrecha al modelo político de un régimen que pretende extenderse ilegalmente, dando por aceptados los éxitos de las políticas social y económica de Evo Morales. De ello emerge otra característica de este movimiento, que es post Chávez/Maduro y posneoliberal al mismo tiempo.

Finalmente, con cargo a otras notas, tampoco puede pasar desapercibido que estas acciones se orientan contra el régimen político en su conjunto, incluyendo a todas sus instituciones, la contrapolítica en su estado puro. Esta forma de política en modo de negación, una completa recusación a toda práctica de poder y el rechazo a un mínimo estándar de representación pactada, ha llegado para quedarse.

viernes, 18 de octubre de 2019

Una nueva mayoría democrática

https://larepublica.pe/politica/2019/10/18/una-nueva-mayoria-democratica-juan-de-la-puente-congreso-del-peru/
La República
La mitadmasuno
16 de octubre de 2019
Juan De la Puente
Desde el año 2001 la elección del Parlamento ha seguido dos reglas concurrentes. La primera, la de la continuidad, permitía que los partidos del llamado elenco estable mantuviesen posiciones, y la segunda, la regla de la novedad, que reflejaba en los congresos la presencia de nuevas formaciones. Aun cuando la regla de la continuidad fuese más acusada (elecciones 2006 y 2016), o la de la irrupción (2001 y 2011), ninguna aplastó a la otra, de manera que el Perú no tuvo en los últimos 18 años parlamentos totalmente novedosos.
En el Congreso a elegirse el 26 de enero, estas reglas persistirán y se condicionarán mutuamente; su principal signo no será la absoluta novedad de los partidos por si alguien cree que estos comicios servirán para fundar un nuevo sistema de partidos. En este punto, el sistema seguirá funcionando como un proveedor de representaciones que no se proponen alterar disruptivamente las reglas de juego. En el mismo sentido, si se indaga sobre si el próximo Congreso será pleno de un momento constituyente, la respuesta más probable es no.
La corta duración del nuevo Parlamento se contrapone con las exigencias de un proceso que tendrá como competencia de fondo las elecciones del año 2021. Esta realidad corresponde a dos elecciones seguidas a la mitad del ciclo de recomposición del sistema de grupos políticos, donde predominan actores débiles, y en el que se registran todavía más defunciones que nacimientos. De la elección emergerá un Parlamento con algunas características: 1) fragmentado; 2) inexperto; y 3)autolimitado. Será entonces, un Congreso de transición dentro de la transición, lo que no impide que sea, si se lo proponen los grupos más avanzados que lo integren, un instrumento de mucha utilidad para el futuro.
El papel más relevante del nuevo Congreso es la reforma, y en este punto se juega su trascendencia. Ese también fue el imperativo del Congreso disuelto, una hoja de ruta cantada por la realidad que fue cambiada por la confrontación, un error descomunal, de esos que solo pueden cometerse una vez en la vida, con los resultados conocidos.
El nuevo Congreso deberá fomentar con rapidez una coalición reformadora y hacer de ella su mayoría parlamentaria. Para ello, la reforma debería ser el eje de la corta campaña electoral que se ha iniciado. Lamentablemente, la mayoría de grupos pretenden encarar esta nueva etapa con otros códigos: de cara a la disolución del Congreso y con un discurso que recrea la dinámica de los últimos tres años. En quienes resulta más insólito este emplazamiento es en la izquierda, que ha vuelto a agitarse con el fantasma de una unidad en base a un programa maximalista.
De la derecha peruana, trancando la puerta para que no se toque nada de nada, no se puede esperar mucho, de manera que con la derecha e izquierda unidas -una inmovilista y la otra maximalista- sería ideal que los grupos que adscriben al centro y a las posiciones progresistas y liberales levanten un programa de reformas puntuales que atiendan ahora, no mañana, la cuestión política y social de esta transición: territorio, derechos, empleo, infraestructura, género, universalización de la salud y educación, por ejemplo.