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sábado, 9 de marzo de 2019

Un presidente sin bancada

https://larepublica.pe/politica/1409138-presidente-bancada
La República
La mitadmasuno
8 de febrero de 2019
Juan De la Puente
Es paradójico que el presidente de la República, Martín Vizcarra, tenga 62% de aprobación, pero carezca de bancada parlamentaria. Más extraño todavía que una parte de legisladores de las cuatro bancadas que orbitan a su alrededor deje claro que no es gobiernista; y más insólito, que el presidente del Congreso, Daniel Salaverry, tampoco pertenezca a un grupo parlamentario.
La primera explicación es la pérdida de centralidad del Parlamento, es decir, su aislamiento y debilidad, sobrepasado por el torbellino que quebró el orden mayoritario del fujimorismo, coincidente con aumento del poder personal del presidente y de la importancia de la opinión pública y los medios para gestionar la agenda pública.
La segunda explicación es que el Congreso carece, incluso en el caso de las bancadas más numerosas, de grupos que operen como actores unitarios; al contrario, son actores individuales los que hegemonizan las relaciones internas y las relaciones con los otros poderes y medios. En el Congreso no existe multipartidismo sino “multibancadismo”, un escenario donde los grupos parlamentarios se han independizado de sus direcciones partidarias.
El Gobierno por ahora no sufre por la falta de adhesiones parlamentarias orgánicas. Su relación con el Congreso es tirante pero no borrascosa, mientras que los congresistas carecen de los dos incentivos clásicos para las coaliciones institucionales, la posibilidad de asumir puestos en el Ejecutivo, debido a que Vizcarra gobierna con un gabinete de técnicos de bajo perfil político; y de incidir en el programa de gobierno, porque carecen de un cuerpo sólido de propuestas de políticas públicas.
La actual posición de Vizcarra –alta aprobación más alta legitimidad- le permite no negociar con otros actores las principales líneas de su gobierno. Esto no significa que, en el futuro, el presidente no necesite de una coalición “arriba”. Es cierto que desde julio ha podido derrotar al Parlamento apoyado en la opinión pública y la mayoría de medios con los que coinciden en la lucha contra la corrupción y la reforma del sistema de justicia. En ese sentido, no es demagógico afirmar que la alianza de Vizcarra es con el pueblo, un inédito caso de un gobierno minoritario, pero fuerte. Hasta ahora.
Lo que sucede recientemente en el Congreso con el juego de las actuales minorías revela los límites de una política sin coaliciones, sobre todo si se propugna el cambio. La pérdida de la mayoría absoluta del fujimorismo no ha significado la formación de una mayoría esencialmente gobiernista, sino la creación de un núcleo dirimente y retrechero, una opción más propia de los sistemas donde el gobierno está obligado a ganar votos en el Parlamento para las cuestiones esenciales. A esto se suma la actividad de los legisladores topo, que podrían llegar al 10% del total y la posibilidad de que en julio Fuerza Popular recupere el control de la conducción del Legislativo.
En ese escenario, la gobernabilidad no dependerá del cambio sino de la ausencia del cambio. La experiencia de América Latina es rica respecto a la necesidad de la formación de vastas alianzas institucionales y sociales para impulsar las reformas, con un saldo conocido: todos los fracasos del cambio democrático han estado precedidos de la falta de coaliciones, un aspecto de las democracias precarias que estudia con tardanza la teoría política en América Latina, tanto en su versión norteamericana –derivada de la elección racional- o europea, basada en la competencia política.
Se ha escrito y especulado bastante sobre las tensiones entre el Gobierno y el Congreso desde una perspectiva constitucional, es decir, cómo debe gobernarse. En este punto existe un consenso básico respecto al éxito obtenido por el Gobierno para imponer la vacancia del viejo CNM y las cuatro preguntas del referéndum, ganar ampliamente la consulta del 9 de diciembre, y arrancar la renuncia del fiscal de la Nación, Pedro Chávarry, y la expedición de la Ley Orgánica de la Junta Nacional de Justicia. La discusión pendiente es cómo hacer el cambio

domingo, 6 de enero de 2019

El año de las coaliciones

https://larepublica.pe/politica/1387649-ano-coaliciones
La República
La mitadmasuno
4 de enero de 2019
Juan De la Puente
El año 2019 será el de las coaliciones. El resultado del referéndum del 9 de diciembre licuó la polarización entre el Gobierno y el Congreso, estableciendo una nueva mayoría política que legitimó al presidente Martín Vizcarra. Al mismo tiempo, rebajó a mínimos la fuerza de los partidos como actores públicos –reduciéndolos casi exclusivamente al ámbito parlamentario– ayudado por el proceso electoral regional y local que consagró la debilidad de las formaciones partidarias.
Este nuevo momento no se organiza solo a partir de mayoría y minoría, sino a través de coaliciones de las que emergerán las apuestas del 2021, en las que los liderazgos se vuelcan a la sociedad en busca de mayor legitimación. El fin de la polarización no es el fin de la confrontación, como que no es seguro que las coaliciones impidan la fragmentación. El Congreso y las otras instituciones del sistema se han integrado a la etapa de cambios como sujetos u objetos, una interesante politización que enriquecerá el escenario. 
La más activa es la coalición reformista, que ha puesto en marcha el Gobierno y el presidente Vizcarra, con un apoyo parlamentario –y dos bancadas parlamentarias y media o, si se quiere, tres–, otro en los nuevos gobiernos regionales y locales, y uno más en los medios que han respaldado tanto la política del Gobierno en el referéndum como su propuesta ante la crisis del Ministerio Público.
En esta coalición, la de mayor respaldo en la sociedad, la novedad es la bancada liberal porque más allá del número de sus integrantes expresa una apuesta por una identidad maltratada los últimos 25 años por la derecha económica, al punto que las críticas más duras contra el nuevo grupo parlamentario provienen de ese sector hortelano, que ni son liberales ni dejan que otros lo sean.
La segunda es la coalición de la resistencia, ahora claramente dirigida por el Apra y obviamente por Alan García, a la que se adscriben varios grupos o humores conservadores y algunos espacios claves del Estado. Al romperse o agrietarse la alianza entre Fuerza Popular y el Apra, la derecha sin partido, que no es poca cosa en el país, se siente liberada de su apoyo al fujimorismo y coincide principalmente con las tesis apristas respecto a la reforma política y judicial. No es predecible el destino de esta coalición, desde el respaldo a un Bolsonaro –¿ya es muy tarde para que aparezca?– hasta la reincidencia en el apoyo a García como el año 2006. El reclamo por una identidad claramente derechista es creciente en el país y recorre los restos de lo que fue la centro derecha peruana.
La tercera es la coalición constituyente, con escaso peso en la elite nacional, pero con una fuerte vigencia en los movimientos sociales organizados y en las regiones, liderados por Verónika Mendoza, Marco Arana y varios líderes y autoridades regionales. Esta coalición simpatiza con Vizcarra y respalda su política contra la corrupción, pero su programa es otro; no se agota en una nueva Constitución o en una Asamblea Constituyente sino en un programa todavía difuso, en donde caben las políticas ambientales y de género, pero también el viejo descentralismo.
En este cuadro, el fujimorismo aparece como el más damnificado. Ha pasado de tener una mayoría autosuficiente en el Congreso y de manejar una política de alianzas con partidos y gremios empresariales, a un aislamiento riguroso. Fuerza Popular sigue teniendo la mayoría en el Congreso, pero esa mayoría está fuertemente condicionada por el resultado del 9 de diciembre, el precario (des)equilibrio interno y la situación judicial de Keiko Fujimori. De algún modo, Fuerza Popular está presa de su propia mayoría, con una escasa capacidad de movimiento.

Lo nuevo es que estas coaliciones actúan de cara a la opinión pública, el gran elector que les ha expropiado a los políticos su capacidad decisoria el 9 de diciembre. En esa dinámica los giros bruscos son moneda corriente, las rectificaciones y por supuesto las traiciones, una sucesión de pequeños dramas y comedias bajo el signo de una etapa en la que el cambio es un parto doloroso.

jueves, 3 de enero de 2019

2018, la rebelión inconclusa

https://larepublica.pe/politica/1383754-2018-rebelion-inconclusa
La República
La mitadmasuno
28 de diciembre de 2018
Juan De la Puente
Hay más certezas de que el 2018 empezó mucho antes, quizás en julio del año 2016, con un gobierno dividido, entre una presidencia precaria y autolimitada y un Congreso autosuficiente, y que acabará muchos meses más adelante, adentrados en el 2019, con un gobierno sin mayoría, con una presidencia más fuerte frente a un Congreso fragmentado y quizás autolimitado.
El largo 2018 no se parece a ninguna de las etapas que vivimos en las últimas décadas. Liberados de la palabra crisis, que ya nos dice muy poco, el término rebelión –como rechazo al poder, revuelta y resistencia– podría resumir lo vivido como un conjunto turbulento e inconexo de varios movimientos cuyos rasgos más definidos son la crítica y la radicalidad más que el cambio mismo, un escenario donde caben la áspera denuncia popular contra las élites, el empoderamiento solitario del presidente, la popularidad de algunos jueces y fiscales, el extremismo de la derecha y el auge de lo que se denomina ética pública. La ética privada, ya sabemos, normal nomás.
La rebelión se topó con un sistema fuerte y a ello se debe que sus desenlaces sean limitados si se compara con la fuerza de los remezones. Esta etapa termina con el liderazgo político nacional descabezado y el Congreso vencido, como elementos que condicionan la apertura de una evolución insospechada por sus actores.
No nos engañemos. Ha terminado la disyuntiva y se inicia la transición, aunque la cuota de incertidumbre sigue siendo alta porque la llave de la gobernabilidad no está en poder de las instituciones sino de la sociedad. Esta no es una frase de cliché; el referéndum les ha expropiado a los políticos su capacidad decisoria. El plebiscito –de las urnas, encuestas, redes sociales y medios– será permanente en adelante.
Una parte de las principales instituciones, el Congreso, el Poder Judicial y la fiscalía, están heridas de muerte, pero no muertas. La extrema derecha cree que el Gobierno las quiere tomar, aunque en realidad este aplica una presión imprecisa para el cambio por dentro. Los verdaderos problemas son otros, sus liderazgos sangrantes y precarios, y su absoluta imposibilidad para reconstruirse. En eso consiste el carácter inconcluso de esta rebelión que el presidente Vizcarra intentó relanzar en su mensaje del 12 de diciembre, incorporando la reforma política, diálogo nacional y presión en corto al Congreso para avanzar en los cambios judiciales.
Vizcarra camina hacia un pacto con una parte del Congreso. El presidente debe ser el más interesado en no disolver constitucionalmente el Parlamento porque los plazos de la reforma –las siete leyes, la Ley Orgánica de la Junta Nacional de Justicia– presionan más su agenda que la de la oposición.
La reforma judicial tiene una ruta “externa” más o menos cierta, aunque ilusiona demasiado con que las leyes curarán la corrupción. En cambio, la reforma política es un libro abierto que debe ser escrito cada semana con el riesgo de dejar hojas en blanco. En este punto, lo inconcluso de la rebelión consiste en reemplazar el “que se vayan todos” por el “que vengan los nuevos”, dos lógicas más contrapuestas de lo que suponemos.
Muy a menudo, es decir, casi todos los días, la rebelión es jalonada por las batallas judiciales que más allá de su importancia procesal, y de conjurar el riesgo de la impunidad, no pueden brindar más resultados políticos que los entregados entre octubre y noviembre. En este punto, los tribunales impactan menos a la espera de las revelaciones que promete el acuerdo de la justicia peruana con Odebrecht. Si estas informaciones son graves forzarán nuevos desenlaces, de modo que el sistema depende otra vez de testimonios procesales.

A esta rebelión le falta promesa; por eso no es revolución. La sucesión constitucional PPK/Vizcarra fue una experiencia tan escandinava que nos ha preparado para casi todo. En pocos meses hicimos con éxito travesuras constitucionales que para nosotros estaba solo en los libros. El país está preparado para más, pero el sistema resiste. Por eso también, esta rebelión es inconclusa. Alguien tiene que abrir la puerta a los grandes cambios.