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viernes, 10 de agosto de 2018

Pacto sin retorno

https://larepublica.pe/politica/1281731-pacto-retorno
La República
La mitadmasuno
20 de julio de 2018
Juan De la Puente
El presidente de la República, Martín Vizcarra, ha respaldado las marchas contra la corrupción del sistema de justicia, suscribiendo una alianza expresa con la opinión pública movilizada, apoyándose en ella, dándole voz a la calle esta crisis, y compensando un tanto su debilidad numérica frente al Congreso.
Vizcarra está tomando aire fresco, pero no solo es oxígeno. Este pacto implica un giro hacia la sociedad, de lo que precisamente carecieron sus primeros 100 días de gobierno. El preludio de este hecho ya presentaba logros; de hecho, las renuncias y procesos de las últimas dos semanas, luego de la primera entrega de lo audios por IDL Reporteros, se debieron a una coincidencia tácita entre la voluntad del gobierno y la indignación de los peruanos. Hasta ahí las cosas son de manual.
No obstante, el momento es inédito y ejemplar, como lo fueron los sucesos que vivimos desde las elecciones del año 2016. Es la primera vez en varias décadas que una severa crisis no tiene como centro al gobierno sino a otros poderes e instituciones, dejando a la presidencia del país con una amplia capacidad de movimiento y juego.
El Ejecutivo no es parte del problema. Todavía; Vizcarra y el premier Villanueva han desplegado algunas iniciativas audaces entre ellas la de exigir la renuncia de todos los miembros del Consejo Nacional de la Magistratura (CNM) como elemento imprescindible de la reforma judicial. Luego, con la creación de la comisión presidida por Allan Wagner y la promesa de trazar el 28 de julio las líneas gruesas de los cambios en la administración de justicia, han inaugurado un curso de reforma que no podrá ser cerrado fácilmente sin medidas de algún calado.
El gobierno resuelve en parte el problema de la etapa post PPK que era de una estabilidad un tanto vacía, sin promesas y sin centro de gravedad. Es un camino sin retorno que podría permitirle al país encarar con éxito la reforma que las sucesivas explosiones de la corrupción brasileña plantearon sin éxito.
El parte de esta batalla de dos semanas es promisorio; en 14 días se ha logrado más que en 14 años. El cuadro, con el jefe de la ONPE suspendido, el CNM acéfalo, un vocal supremo a punto de entrar a la cárcel, y el Poder Judicial –sacudido– debatiendo cambios a los que se resistió varios años, para más de uno es el escenario de un desorden, pero visto en la perspectiva de la infertilidad de un sistema que se niega al cambio, más que desorden es movimiento.

El Congreso está en serios problemas. Una crisis que se abre paso de la mano de una opinión pública indignada indica que por ahora valen más las voces que los votos. Fuerza Popular está siguiendo la pauta marcada por la calle y el gobierno, sin más estrategia que la defensa y la concesión, impactado por la situación de Héctor Becerril, cuya permanencia cada día en el Congreso representa el desangrado del fujimorismo.

Justicia, el cuarto elemento

https://larepublica.pe/politica/1277296-justicia-cuarto-elemento
La República
La mitadmasuno
13 de julio 2018
Juan De la Puente
En los últimos 50 años, hubo cuatro movimientos de reforma de la justicia, dos autoritarias e intervencionistas, en los años setenta con Velasco y en los noventa con Fujimori, de duración temporal y desmontadas luego; y dos de orden democrático, los capítulos IX, X y XI del Título IV y el Título V de la Constitución de 1979 (en la parte dogmática reiterada en la Constitución de 1993), y el CERIAJUS (Comisión Especial para la Reforma Integral de la Administración de Justicia) entre el 2003 y 2004.
En otro corte podríamos añadir que los tres primeros fueron de origen externo y el último un esfuerzo mixto de dentro y fuera del sistema. De los cuatro procesos, el único exitoso fue el de dimensión constitucional (1979) que instaló un sistema de justicia que rodeó al Poder Judicial (PJ) de organismos constitucionales autónomos y desarrolló por primera vez un régimen de garantías de la función jurisdiccional, un proceso completado luego por la creación de la Defensoría del Pueblo. El último intento, acaso el más ambicioso y plural, el CERIAJUS, fue desarmado por una alianza entre la Corte Suprema y algunas bancadas parlamentarias.
En una apretada síntesis se podría concluir que la justicia es quizás el área más manoseada del último medio siglo y con sonados fracasos, con un pequeño saldo favorable que habría que reconocer: la creación de una vigorosa jurisdicción constitucional (TC, procesos constitucionales y Código Procesal Constitucional) y el desarrollo de una línea jurisprudencial desde el TC y la Corte Suprema.
El país se enfrenta ahora a un nuevo movimiento de reforma, en otras condiciones, donde el primer eje de la discusión ya no es el financiamiento o la autonomía de las instituciones, sino la corrupción. El CNM es una pústula sangrante cuya reforma es una condición de cualquier otra acción de mínimo cambio y es probable que su reforma tenga más consensos.
No obstante, el escenario reformista es débil. El Congreso se resistió desde el inicio a una discusión de cambios de naturaleza constitucional, y ahora que ha estallado el escándalo, desde un argumento falso, Fuerza Popular se resiste a la reforma aduciendo que favorecería a la izquierda. En tanto, los primeros acuerdos en el Ministerio Público y el Poder Judicial apuntan a que parecen dispuestos a acompañar y participar activamente en el debate de los cambios, aunque no se sabe hasta qué límite y en qué plazos.
Debatiremos en caliente. De la corrupción judicial se tenían certezas y ahora se tienen pruebas, y la crisis a la que hemos ingresado violentamente durará varias semanas. El proceso tiene tres elementos que se superpondrán y alimentarán al calor de las apariciones anunciadas: 1) los audios que desnudan corrupción en el sistema de justicia; 2) los audios que descubren la relación entre magistrados y hombre públicos; y 3) la resistencia institucional al cambio, con correlaciones internas que permiten un pasito adelante y otro atrás, la vieja dinámica donde lo que tiene que morir se resiste en agonía y lo que debe nacer se demora, una complejidad dibujada por Luis Pásara en su texto valioso Una reforma imposible. La justicia latinoamericana en el banquillo (PUCP 2014).
El cuarto elemento está en debate, y se refiere a la capacidad de influencia de la sociedad para respaldar e imponer los cambios y desarmar las poderosas resistencias. Este elemento es el más decisivo, considerando que, desde la caída de Fujimori, nuestra democracia ha sido estéril para las grandes reformas salvo dos, la descentralización iniciada el 2002, y la reforma educativa iniciada el 2007.

En este momento, si a la propuesta del Ejecutivo se suma la propuesta del PJ, tendremos por fin una discusión nacional que debe salir de los salones del poder. En ese sentido, sería ideal que la movilización democrática iniciada haga suya con contenidos propios la propuesta de un referéndum que ha dejado el Gobierno en condicional, si el Congreso se negara a los cambios. Como la misma Constitución de 1979 lo demostró, la dinámica entre la participación y las instituciones, produce éxitos y conjura la posibilidad de fracasos.

sábado, 30 de junio de 2018

Vizcarra, los 100 primeros días

https://larepublica.pe/politica/1269172-vizcarra-100-primeros-dias
La República
La mitadmasuno
29 de junio de 2018
Juan De la Puente
El gobierno del presidente Martin Vizcarra se apresta a cumplir 100 días, caracterizado por dos grandes momentos. En una primera etapa, ha gobernado con baja intensidad y mirando exclusivamente al Congreso, y en la segunda etapa, las tres últimas semanas, de cara también a la sociedad, y por qué no decirlo –y aunque no se acepte formalmente- con un ojo en las encuestas.
Ambos momentos expresan la complejidad de un gobierno legal y legítimo, que sufre los efectos de una crisis de la que es heredero, caracterizada por una descomunal desconfianza de la sociedad, unida a demandas exigentes. Por esa razón, el principal logro de los 100 días es haber culminado con éxito el proceso pos PPK la inédita sucesión constitucional pacífica, un proceso que en otros países de la región fue tempestuoso. Este resultado desde una mirada que podría ser acusada de cínica, es a la vez bueno y malo: bueno por la estabilidad que recupera, y malo por la solidez de un sistema cuestionado e impopular de reglas y actores que apenas ha crujido. En ese sentido, la sucesión misma ha marcado un primer límite al cambio, que debe ser tomado en cuenta por las opciones electorales en formación.
Otro hecho de los 100 días, que el gobierno parece haber descubierto en el camino, es el límite del comportamiento de los actores, especialmente del Congreso. El gobierno carece para los efectos prácticos de una bancada propia, y al mismo tiempo ha tenido varios episodios de diferenciación con Fuerza Popular entre ellos el apoyo a la ley de la supervisión de cooperativas, la aprobación del decreto sobre el uso de octógonos en los productos de consumo no saludables, el rechazo a la ley que prohíbe la publicidad del Estado en medios privados, y recientemente la posición contra los contenidos conservadores en los textos escolares.
Frente a estas muestras iniciales de independencia, el Congreso puede ensayar varias medidas, pero en ningún caso retornar al modelo de oposición ejercida contra PPK, especialmente desde diciembre del año pasado. Con la renuncia de Kuczynski se ha ido también un estilo de oposición que le ha costado aislamiento al fujimorismo un límite en el juego de fuerzas arriba que Vizcarra lo sabe ahora con más certeza que el primer día.
No obstante, el nuevo gobierno es débil, una realidad propia del presidencialismo posterior a Alberto Fujimori. Esta debilidad tiene su origen en la sociedad, y esto le plantea al actual presidente el mayor límite a su administración. La caída de la aprobación presidencial ha cercado a este gobierno más que a otros, y deja a Vizcarra en offside respecto a su modelo de relación con la gente –visitas sin hoja de ruta y programa- cuestionando el hecho de que se diferencie muy poco de su antecesor. La desaprobación de Vizcarra y del gobierno no sube ni subirá en la medida en que siga pareciendo una suerte de PPK 2.0.
En la respuesta a ese límite indicativo de la sociedad, en la segunda parte de los 100 días se ha visto a un presidente más empoderado. Como ha sucedido en otros episodios de nuestro complejo presidencialismo –moderado respecto de los otros poderes, pero con fuerza dentro del Ejecutivo- este nuevo comportamiento deja ver las flaquezas del Gobierno, particularmente de aquellos sectores encargados de dar, construir y atender.
Un presidente parado en la primera línea de la ofensiva es la realidad ideal de nuestro sistema. Al contrario, un mandatario ubicado a la defensiva, está menos expuesto, pero sus posibilidades de gestión dependen excesivamente de otros. Es probable que estos flancos débiles o deficitarios sean abordados en un impostergable relanzamiento del Gobierno en el corto plazo.

En cualquier caso, la clave del éxito de Vizcarra luego de sus primeros 100 días de gobierno empieza en la afirmación de su independencia. Esto no implica un Gobierno antagónico, pero sí dueño de sus decisiones y con una mayor capacidad de movimiento. Como cuando inició su mandato PPK, es atractivo el discurso de una coalición gobernante Ejecutivo/Legislativo, pero no es práctico ni posible.