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sábado, 30 de diciembre de 2017

Manual de crisis 1. La encuesta de Ipsos Perú. 30.12

Por Juan De la Puente
La reciente encuesta de Ipsos Perú revela que las claves de la crisis política que agita a las instituciones, partidos y medios, no se trasladan automáticamente a una opinión pública que procesa los datos con desconfianza en los actores y con salidas matizadas. Contra esa opinión pública incrédula y al mismo tiempo exigente, buena parte ella en las calles, se estrellan las estrategias.
Datos y tendencias. En una crisis en ascenso como la actual, con todos los escenarios abiertos debido de la debilidad de los actores y la fragmentación de los intereses, las encuestas muestran datos “nuevos”, directamente emanados de la coyuntura, y tendencias sobre proceso en curso de origen anterior que la crisis dinamiza. En la reciente encuesta de Ipsos Perú, hay por lo menos dos tendencias disruptivas que alteran la coyuntura. La primera es la caída del respaldo al indulto de Alberto Fujimori que se ubica en 56% frente al 65% de la medición en setiembre, 9 puntos menos que hace 3 meses. La misma encuesta abunda en datos que explican esa caída, es decir, la negociación con el gobierno para salvar a PPK de la vacancia.
La segunda es la caída de la aprobación de Keiko Fujimori, de 10 puntos en 2 meses, ahora en 29% frente al 39% registrado en octubre. Esta caída es más difícil de explicar en la medida en que son por los menos tres elementos a considerar en su debilitamiento público; las acusaciones de las que es objeto, la moción de vacancia presidencial que impulsó, y el indulto a su padre, rechazado por el 40% de peruanos.
Sin salidas vedadas. Entre los datos “nuevos” de la encuesta, se encuentran tres que merecen una atención desagregada. El primero, que la mayoría de peruanos (53%) se muestra a favor de la vacancia, lo que de hecho es una variable de la crisis que pone sobre el tapete que, para un amplio sector de la sociedad, la salida de PPK del poder no estaba asociada necesariamente a un juego golpista o identificado este, era tolerado.
Al mismo tiempo, y en segundo lugar, nótese que solo el 38% de personas cree que PPK no debió ser vacado, en tanto que un sorprendente 29% cree que debió producirse una sucesión constitucional de sus vicepresidentes, la vía que PPK hábilmente cerró al forzar la amenaza de renuncia de estos, asustando a una parte del Congreso. No deja de ser igualmente importante que el 24% apueste a nuevas elecciones, mucho y poco por donde se le mire: poco por el porcentaje, pero mucho considerando la crisis está en ascenso. Puede parecer poco auspicioso para los mensajes ”PPK o nada” o “PPK es democracia”, pero queda claro que, en esos momentos, y aun ahora, no hay salida vedada a la crisis política, entre el “quédate PPK”, “que solo se vaya PPK” o “que se vayan todos”.
Cambio y reconciliación. Entre los datos “nuevos” quizás uno sea el más provisional de todos, es decir la brecha que se abre entre el cambio y la reconciliación. Según la encuesta, el 80% de peruanos quiere cambios en el gobierno, pero solo el 45% cree que en el esquema de reconciliación. Esta brecha puede leerse como la persistencia a pesar de la crisis, de un escenario donde los ciudadanos reclaman cambios firmes, pero no necesariamente dramáticos, sea porque no creen en la posibilidad de un giro gubernamental o porque consideran que es más importante el fondo que la forma.

Esta brecha deja al Gobierno con poco margen de maniobra en relación al gabinete, lo que se reitera en la comparación del 80% de peruanos que exige cambios y los que –algunos son los mismos-piden ministros independientes (53%). Una de las explicaciones, más allá de la desconfianza a los políticos como actores de cambio, es el diseño de mensaje: “tu cambio no es mi cambio, tu reconciliación no es mi reconciliación”.

El retorno del lado oscuro

La República
La mitadmasuno
29 de diciembre de 2017
Juan De la Puente
"Tus débiles habilidades no pueden
competir con el poder del Lado Oscuro"
Darth Sidious/Palpatine (Star Wars).
Alberto Fujimori está libre. Su indulto es el acto menos reflexivo de Pedro Pablo Kuczynski respecto de sus consecuencias. El hecho de que sea ilegal y que fuese negociado poco menos que en vivo en directo, lo hace más espectacular en medio de una crisis donde los actores –casi todos- deambulan sin guion satisfechos con su parlamento. Es una puesta en escena perfecta para una crisis que se antoja extraña y cada vez más implacable con sus protagonistas.
El hecho de que la libertad de Fujimori no fuese deseada por el fujimorismo oficial, por la elite peruana y un sector democrático con memoria, pero si por la mayoría de peruanos, indica que se ha liberado no solo a un hombre, sino a una bandera. Su liberación es un poderoso mensaje que impacta a la sociedad. Proyecta ideas-fuerza que serán vigentes por mucho tiempo: que la impunidad es socialmente aceptada, que la democracia perdona a los dictadores, que las víctimas no son importantes para la alta política, y que el olvido de los pueblos es tan vigente como la memoria de los mismos pueblos.
Nadie como Fujimori resume el Perú de hoy, pero sobre todo lo explica, especialmente el sistema político que se creía curado de él. Su libertad vía indulto era el eslabón que faltaba para unir los dos ciclos del Perú, 1990-2000 y 2000-2017. Fujimori condenado y sentenciado era la expresión del primer ciclo, y a quienes se juzgaba recientemente son los grandes protagonistas del segundo ciclo. Con Fujimori libre no tiene sentido separar un período del otro; en menos de tres días, el Perú fue derrotado dos veces por la corrupción, la del presente y la del pasado.
El indulto es un golpe a la política postfujimorista o posterior al año 2000. Imposible no pensar que para algunos peruanos -¿pocos, muchos?- la liberación de Fujimori puede ser una llama de esperanza. Se trata de un político con un peso específico en la historia; es el único caudillo que en casi tres décadas ha dado forma a un pueblo, el pueblo fujimorista, y ha creado por contraposición el otro pueblo, el pueblo antifujimorista.
Su liberación pone a los dos pueblos en crisis porque los activa e interpela, los enfrenta al corto plazo, les pide cuentas inmediatas y los fuerza a definir estrategias. Por ello, tiene por lo menos una base de discusión la hipótesis de que hemos retornado a los años noventa. No obstante, aun debemos saber el tipo de división que se ha emplazado entre nosotros porque, aunque parezca surrealista, una parte del fujimorismo no bota espuma por la boca sino habla lenguas extrañas: puentes, gobernabilidad, tolerancia y reconciliación; en tanto que otra, la oficial, está callada escuchando su propia voz y como dice el poema “con sus demonios de debajo”. El tercer fujimorismo, el más grande y atroz, el de a pie, es un ejército de zombies que vaga por su cuenta creyendo que este es el momento de morder y matar.
Es probable que el mismo Fujimori no sepa qué hacer con su libertad y que el segundo paso se le sospeche arriesgado. Sus dos primeros dilemas son, si debe dividir su legado (léase Fuerza Popular), y cómo debe hacer la política (directa o indirectamente). El país que encuentra es más pragmático y más impaciente, en suma, más fujimorista que él. Por otro lado, él no es Haya de la Torre, un político perseguido por poderes económicos y clases oligárquicas; y tampoco es Belaunde, un patricio de la democracia, golpeado, que regresó 12 años después, revindicado. Forzar el retorno tendrá un precio, considerando la fuga, la renuncia por fax, la extradición y la sentencia por corrupción y delitos de lesa humanidad.

Por estas razones, es extraña la pretensión de forzar la reconciliación desde el indulto, una apuesta que hasta suena ofensiva al no considerar los medios, los fines y los plazos. No puede haber reconciliación con jóvenes gaseados en las calles, con magistrados del TC a punto de ser destituidos acusados de conspirar contra militares que no quieren someterse a la justicia en casos graves de violación de DDHH, o con una campaña en curso que tacha de terroristas a los organismos defensores de los DDHH.

lunes, 31 de julio de 2017

Oleada divisionista y divisoria

http://larepublica.pe/politica/1064138-oleada-divisionista-y-divisoria
La República
La mitadmasuno
21 de julio de 2017
Juan De la Puente
La presente es una coyuntura excepcional del sistema, que muestra nuevos y más consistentes límites del modelo de democracia sin partidos que el año pasado volvió a ilusionar a más de un académico, al punto de sostener que habíamos franqueado sin problemas las puertas de un nuevo quinquenio de gobierno, contra el sentido común que sostiene que nos encontramos ante el fin del ciclo antipolítico.
No ha sido así. En pocos meses, ha colapsado la representación emergida de las elecciones. De los seis grupos que pasaron la barrera electoral, dos están divididos en facciones orgánicas (Apra y AP); otro ha consumado un divorcio a palos (Frente Amplio); un cuarto grupo se agita por tendencias centrífugas (PPK); y el quinto vive una disputa familiar extraña. Solo se salva Alianza para el Progreso (APP) quizás solo porque es un emprendimiento electoral, con más socios que militantes.
Desde la década de los sesenta (Apra, AP, Democracia Cristiana y Partido Comunista) el sistema no había experimentado un frenesí de divisiones o de sonadas disidencias. Las razones esta vez son distintas. La actual ola divisionista presenta un carácter inédito: nada ideológica, nada programática, muy poco principista, y eso sí, esencialmente administrativa. En dos de estas divisiones (Fuerza Popular y Frente Amplio), lo central son los reglamentos parlamentarios y en otros dos casos (Apra y AP), los estatutos.
Los grupos partidarios nunca se habían peleado tanto por tan poco. Visto como un fenómeno agregado, no se encuentran en disputa los proyectos sino las inscripciones legales. Divisiones profundas las de antes, cuando las guerras internas consistían en arrebatarle al adversario pedazos de militancia para construir nuevas colectividades. En este contexto, la militancia tiene poco interés para la batalla; solo recordemos que los tres partidos que ocuparon los primeros lugares en la primera vuelta del año pasado, Fuerza Popular, PPK y Frente Amplio, no superaban juntos los 15 mil militantes, a pesar de lo cual les ganaron a partidos como el Apra, PPC y AP, que juntos superaban medio millón de militantes.
En las actuales peleas, las formas hacen el fondo. Eclipsados o liquidados los líderes vigentes durante las últimas tres décadas, la nueva representación que parecía haber tomado la posta confronta tempranos problemas. Les falta ya no historia, que sería injusto pedir ahora, sino lo más elemental, les falta política, eso que le piden a PPK cuando en realidad se trata de una carencia generalizada.
Todas las divisiones a las que asistimos no movilizan sino desmovilizan, no politizan sino despolitizan, no ensanchan el escenario sino lo vacían de razones superiores. En el Apra, ya ni se discute al retorno a Haya, el leitmotiv de sus debates en la década pasada, y en Fuerza Popular no está en discusión el fujimorismo sino la capacidad decisoria de su lideresa, al punto que ha nacido –paradoja de paradojas– una corriente antifujimorista dentro del fujimorismo.
La baja política está en su hora estelar acompañando la crisis al parecer final de la antipolítica. Sucede no obstante que los hechos de esta crisis no permiten albergar esperanzas de una renovación del sistema, especialmente luego de que con un entusiasmo más o menos compartido los nuevos líderes han matado la reforma electoral, la llave que les podría garantizar la reproducción legitimada de su liderazgo. Parafraseando a PPK, se han suicidado un poco.

En cambio, lo que asoma es la contrapolítica, que es divisoria de las opciones éticas de lo público, una completa recusación a toda práctica política y el rechazo a un mínimo estándar de representación pactada, es decir, un vaciamiento de los más elementales principios republicanos. Si no se produce un pacto por una reforma profunda, la contrapolítica barrerá a los nuevos liderazgos y a sus grupos. Varias regiones del país, por lo menos un tercio de ellas, ya viven en contextos de contrapolítica. Por esa razón no me entusiasma el cuadro de rivalidades actuales y guerras que parecen ser del fin del mundo. No lo son.