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domingo, 18 de febrero de 2018

Los Fujimori, segunda temporada

La apreciación simplista de la crisis del fujimorismo reduce lo que ahí sucede a una lucha sucesoria de tres actores, obviando el movimiento y los intereses que representa cada tendencia. En respuesta, es necesario trascender del patrón banal para enlazar la lucha dinástica con la disputa en curso por la tradición conservadora popular.
La salida del sector liderado por Kenji de Fuerza Popular es la liberación de fuerzas reprimidas durante varios años y el inicio de la construcción de proyectos al mismo tiempo diferenciados y parecidos. Más allá de la novela, es un reacomodo orgánico acompañado de reajustes en el discurso.
Nunca se había experimentado en el Perú una lucha dinástica con esa intensidad. La magnitud de este hecho no puede ser estimada, pero tiene dos probables desenlaces; 1) que la batalla entre hermanos sea un mal negocio para el fujimorismo, de modo que el efecto más importante consista en la reducción de su espacio social y electoral; y 2) que, repitiendo una lógica peronista, la disputa agrande el movimiento y permita el desarrollo de tendencias con desigual destino.
Por ahora, un fujimorismo único ya no es posible y es la prueba del error de las predicciones que proclamaban que la libertad de Alberto era el inicio de un brillante plan para la recuperación del poder que su huida a Chile y la extradición interrumpieron hace 10 años.
Las cosas se presentan de otro modo; Alberto no ha logrado que su libertad sea un shock recreador del fujimorismo. Al contrario, según las recientes encuestas de Ipsos y GfK, las grandes cifras le son desfavorables, a lo que se agregan otras desventuras de gran calado: no ha podido unir su legado, ni ponerse por encima de la disputa entre sus herederos.
Luego de la salida del grupo “kenjista/albertista” de Fuerza Popular, la tendencia es a la formación de un fujimorismo tradicional, orgánico respecto del pasado (el golpe de 1992 y la década de gobierno) liderado por Kenji con el beneplácito de Alberto; y otro fujimorismo, el partidario, liderado por Keiko, menos identificado con Alberto, tolerado por este y con elementos de posfujimorismo. Como en toda ruptura, sin embargo, habrá más vasos comunicantes abajo que arriba.
La República
La mitadmasuno
2 de febrero 2018
Juan De la Puente
El fortalecimiento de una de las opciones está relacionado actualmente con las apuestas discursivas que emergen claramente. El bloque orgánico-tradicional realiza paradójicamente un giro narrativo apostando al diálogo y a la gobernabilidad, una forzada salida por el centro, una recreación del fujimorismo inicial de 1990 (el prefujimorismo), o si se quiere, una suerte de Acuerdo de Paz que no mire el pasado. Este ensayo entrará en crisis cuando se afirme que los 10 renunciantes son el apéndice del oficialismo.
En tanto, el bloque partidario persiste en el relato de “Keiko es Fujimori pero no es Alberto”, sigue apostando por la oposición, y mantiene su alianza con los sectores conservadores con el que se alió desde la segunda vuelta electoral del 2016. Aunque las cosas no están mejor: Fuerza Popular ha perdido la batalla por la vacancia y la mayoría absoluta del Congreso y está por ahora obligada a defender a PPK, discretamente, de las nuevas mociones de vacancia.
Es temprano para señalar quién ganará la disputa, aunque es obvio que Fuerza Popular tiene más instrumentos para fortalecerse (partido inscrito, bancada, aparato, discurso opositor), a pesar de lo cual, en relación a Kenji queda por dilucidar el alcance de la épica “el hijo que libera al padre”. Otro pendiente es la relación entre el partido y las masas; si nos atenemos a las encuestas recientes, Kenji/Alberto han ganado la batalla social, pero parece que han perdido la batalla por la representación formal del fujimorismo, lo que implica un reto a cada facción, para que busquen adhesiones en otros lados.

Finalmente, esta disputa pone en crisis al antifujimorismo que no estaba preparado para enfrentar a dos fujimorismos. Ya en el pasado cercano, desde la censura a Saavedra, el antifujimorismo dejó libre su retaguardia al poner todos los huevos en una sola canasta, una estrategia que el cóctel vacancia/indulto ha dinamitado.

sábado, 20 de enero de 2018

La primera etapa del posindulto

http://larepublica.pe/politica/1166712-la-primera-etapa-del-posindulto
La mitadmasuno
La República
5 de enero 2018
Juan De la Puente
La crisis generada por la no vacancia y el indulto, constituidos en un solo momento, permanece latente, con todas las opciones abiertas, en un escenario que, sin embargo, se encuentra suspendido en el aire. Al silencio del presidente y de Keiko Fujimori, se suma el silencio específico del ala albertista del fujimorismo respecto a su colaboración con el Gobierno; la incertidumbre sobre el anunciado nuevo gabinete; y la permanencia de Fujimori en la clínica hasta ayer, un limbo territorial que no le permite tomar grandes decisiones. La reciente declaración de Fuerza Popular no altera lo señalado.
Más que nunca es vigente la imagen de una elite que sobrevive en una nube; una evidencia más de una crisis a la que le falta guion, una situación en la que sobran las contradicciones, pero escasean las soluciones. La clave reside en el viejo mal de todas nuestras últimas crisis: la debilidad de las partes.
La ecuación se alarga en busca de desenlaces. No vacancia/indulto, más fraccionamiento de Fuerza Popular, más debilidad del gobierno, y más indignación ciudadana en las calles, han trastocado el (des) orden de cosas heredados de las elecciones del 2016. No obstante, quien creía que estas explosiones continuadas se iban a transformar en una llamarada uniforme, intensa y vasta, se equivocó.
A casi dos semanas del indulto, la crisis que generó este hecho no es febril. La indignación ha disparado 10 puntos la oposición al indulto, y ha rebajado en otros 10 puntos el porcentaje a favor de la libertad de Fujimori. De hecho, ha equilibrado las memorias, la memoria autoritaria y la memoria democrática, y desembocado en una movilización viva, la segunda de ellas en las calles, liderada prometedoramente por los jóvenes. No obstante, las dos fuerzas organizadas alrededor de Fujimori –anti y pro- poseen vanguardias, pero ellas tienen dificultades de pasar de una limitada agitación porque la opinión pública erizada, está de espaldas a la política.
Existe un reagrupamiento de fuerzas en proceso. Que no se tengan grandes masas en las calles no significa que no existan grandes ideas en pugna. La opinión pública está dividida con relación a Fujimori en dos mitades -el indulto (impunidad) y la prisión (justicia)- y con relación a Kuczynski en tres bloques desiguales, entre la no vacancia (38%), la vacancia con sucesión de los vicepresidentes (29%) y el adelanto de elecciones (24%), haciendo de las dos últimas opciones, juntas, las mayoritarias.
En la elite, en cambio, la tercera opción no existe, y en las alturas la no vacancia es muy predominante. Respecto al poder, las masas están en modo off y la elite en modo on; en esta crisis, el segmento social que pide cambios es más radical que sus líderes (otra vez la falta de guion).
En este escenario suspendido en el aire, los movimientos menores reducen el impacto del indulto a la espera de grandes hechos. El acto llamado a realinear las fuerzas es el nuevo gabinete, a partir del cual se empezará a jugar la primera etapa del posindulto. Por ahora, el tiempo corre en favor de PPK y contra el resto. Solo una mayor movilización ciudadana, ya no solo contra el indulto sino contra la permanencia en el poder de PPK, o una nueva revelación explosiva, podrían bloquear rápidamente este primer tiempo del posindiulto. El Perú ya ha perdonado grandes traiciones en la democracia reciente, por lo menos dos: la de Fujimori y el shock (1990) y la de Humala y la gran trasformación (2011).

La falta de guion de la crisis y la debilidad de sus adversarios podrían salvar a PPK en el corto plazo. Pero que PPK transite el posindulto sin caerse del caballo es una cosa, y que siga cabalgando más adelante, es otra. Si reconstruye su gobierno con alianzas sociales (Fujimori 1990) y alianzas parlamentarias, aunque sea intermitentes (Humala 2012), su esperanza de vida será mayor. El fujimorismo dividido y el antifujimorismo en la encrucijada, atrapado entre las opciones de reducir su acción a la lucha contra el indulto y la salida de PPK del poder, favorecen la tendencia a la continuidad del presidente.

viernes, 27 de octubre de 2017

La izquierda y la linea propia

http://larepublica.pe/politica/1101410-la-izquierda-y-la-linea-propia
La República
La mitadmasuno
22 de setiembre de 2017
Juan De la Puente
Un problema de la izquierda desde la segunda vuelta electoral fue que gran parte de sus activistas creían que el gobierno de PPK era suyo, y que el mismo PPK también lo era. No eran los únicos; sucedía lo mismo con los liberales y la amplia facción antifujimorista de la sociedad.
Esta identidad llegó al punto de criticar la actuación de la misma izquierda en otros sectores, como Salud y Educación, que cuestionaban la falta de eficiencia de esos ministerios, o de negarse a discrepar de la actuación censora del ministro de Cultura de exposición Resistencia visual 1992 en el Lugar de la Memoria (LUM), solo porque lo pidió un congresista de Fuerza Popular. Pequeño o grande, el pueblo izquierdista fue un actor decisivo de las dos lunas de miel de las que gozó el Gobierno.
Parece que esto se acabó. La decisión del Frente Amplio y de Nuevo Perú de rehusarse a otorgar el voto de confianza al gabinete Zavala abre una etapa nueva, de afirmación de una línea propia de la izquierda.
Desde su fundación, la izquierda persistió en un curso propio, incluso cuando en los años treinta y cincuenta fue objeto de exclusión del sistema político por las dictaduras de Sánchez Cerro, Benavides y Odría. Sus pocos pactos externos, con el Apra (1945) y Fujimori (1990), fueron efímeros, y de esa tradición solo cabe una excepción, la colaboración abierta y poco crítica del PC con el gobierno de Velasco (1968-75).
Aunque todavía se registran cuestionamientos a la votación del Frente Amplio y de Nuevo Perú sobre la cuestión de confianza, ya es evidente que la izquierda se opondrá al mismo tiempo al Gobierno y al fujimorismo. Con ello acaba el escenario hegemonizado por estas dos fuerzas y se abre la posibilidad de recuperar una plataforma plural y con más opciones en liza, y superar el bipartidismo imperfecto que amenaza nuestro sistema, de por sí ya carente de partidos que reflejen el arco de intereses y posiciones.
La clave del juego propio reside en los intereses. Pretender que los grupos que levantaron programas distintos a PPK y Fuerza Popular en la campaña electoral los abandonen para alinearse en una polarización que exhibe brechas visibles en lo económico, político e institucional, equivale a obligarlos a dejar esos programas y los intereses que representan, una renuncia a los compromisos asumidos, igual que los gobiernos que dejan en el camino sus promesas.
Estas brechas son significativas; han sido construidas por el gobierno y Fuerza Popular con el siguiente esquema: 1) el centro de la oposición de Fuerza Popular se encuentra en lo político, con marcado acento en el debilitamiento del Gobierno; 2) al costado y en paralelo, Fuerza Popular colabora en lo económico; y 3) en lo institucional, se cruzan pocas líneas de confrontación y de cooperación, y más de abstención de ambos, patente esencialmente en la omisión de las grandes reformas.
La línea propia es, primero, un desafío interno para la izquierda. Es viable a condición de que se levanten estrategias propias de acumulación y recuperación de la representación social. Implica poner un pie en la sociedad. Allí el agua está fría, la calle está dura, dura de dureza y de severidad. La reciente encuesta de Ipsos indica que el 58% de peruanos no estaba enterado de la presentación de la cuestión de confianza, que el 53% desaprobaba que el pedido fuese presentado, y que la relación entre el voto a favor o en contra de la confianza estaba muy parejo, 50% por el sí y 46% por el no.

Una línea propia no le impedirá a la izquierda participar en las iniciativas de diálogo político convocado por el Gobierno o respaldar elementos cruciales de la política social actualmente en curso. Tampoco necesitará jubilar su antifujimorismo, sino hacerlo también desde abajo, y pactar en el Congreso la aprobación de leyes e iniciativas de control político, bajo el criterio que el voto ciudadano le ha conferido a Fuerza Popular la condición de opositor al Gobierno, en tanto que a los otros grupos que participaron en las elecciones una doble condición opositora, al Gobierno y al Congreso.