domingo, 26 de marzo de 2017

Las imágenes al mando. A propósito de la encuesta de GFK

Por Juan De la Puente
Los datos del reciente sondeo de GFK son como los de toda encuesta una foto, pero en movimiento constante y fuerte. Las percepciones de la opinión pública expresan esencialmente la relación de los peruanos frente a los potentes símbolos que los desastres todavía llamados naturales han impuesto.
Estas percepciones son muy provisionales al punto que ni siquiera expresan tendencias. No es un espejismo aunque si un destello y lo peor que deberíamos decir frente a ellas es que tenemos un escenario.
El trabajo de campo se llevó a cabo entre el 18 y 22 de marzo, cuando el país se había volcado en favor de la solidaridad con los pueblos del norte y de la costa central que sufren las lluvias y desbordes. En esa medida, la opinión pública ha premiado la respuesta del Estado a la emergencia, a pesar de los defectos de esta, y eso se traduce en los ligeros incrementos de la aprobación del Gobierno (23% a 27%), el Congreso (21% a 23%), el Presidente de la República (29% a 31%) y la Presidenta del Congreso (23% a 27%).
Es muy probable que con esta percepción provisional los peruanos rechacen las tensiones políticas en las alturas en este momento, lo que no significa que se guarden sus críticas. De cualquier modo, llama la atención que los ciudadanos no se plegaran a las estrategias de confrontación dispuestas por la mayoría de actores políticos y que sepulten a los ejércitos en batalla. Quedará para la cátedra profundizar  porqué un gobierno débil no se hundió con los huaycos y con la batalla política que la emergencia trajo.
Anoto una primera explicación. La otra batalla ha sido más intensa, la batalla de las imágenes simbólicas, en donde han ganado los más fuertes, los que grafican el sufrimiento de los peruanos que a su pobreza se le agrega ahora su condición de damnificado. Nunca como ahora hubo una gigantesca creación y recreación del drama, usando por primera vez en una crisis climática los instrumentos de comunicación en toda su potencia: Facebook, Twitter, TV, Radio, webs, Youtube, Instagram y plataformas integradas de los medios.
Estas imágenes simbólicas fueron construidas por primera vez por decenas de miles de personas al punto de que por primera vez los medios tradicionales debieron de organizar una cobertura periodística dependiente en gran medida de ciudadanos  armados de sus celulares. Esta influencia alteró esa cobertura que empezó siendo tradicional, con los códigos del pasado –su majestad el huayco- y terminó mostrando a la gente y su sufrimiento, y la reacción solidaria. Es tan cierto ello que la imagen más potente hasta ahora, es la de Evangelina Chamorro emergiendo precisamente de un huayco, captada por un anónimo ciudadano.
No hay como oponerse a las imágenes sin otras imágenes. Luis Castañeda es hasta ahora el único político nacional dañado por la emergencia (47% a 34% de aprobación) porque la caída del Puente Talavera es una imagen formidable, transmitida en vivo y retransmitida hasta la saciedad. Es la segunda imagen potente de esta crisis a pesar de que se han caído decenas de puentes. Pero ninguno era amarillo, nuevo, provocador y estaba en Lima. En cambio, el país vio como las pantallas se llenaron de políticos en acción y eso ha tenido un saldo positivo relativo, insistiendo en lo relativo, reflejado en aprobaciones ascendentes del Premier Fernando Zavala (de 3’% a 34%), por ejemplo.
Las  imágenes simbólicas no son eternas. Los desastres pasarán y nos volveremos a encontrar con nuevos símbolos o los viejos. De los políticos y los medios, y por supuesto de los ciudadanos, depende cómo se vaciarán estos números en los nuevos crisoles de la inestable coyuntura peruana.

viernes, 24 de marzo de 2017

100 años de la Revolución Rusa

http://larepublica.pe/impresa/opinion/856996-100-anos-de-la-revolucion-rusa
La República
La mitadmasuno
17 de marzo de 2017
Juan De la Puente
En marzo se celebra el centenario del inicio de la Revolución Rusa que culmina meses después con la toma del poder de los partidarios de Vladimir Ilich Lenin. Ese fue el acontecimiento más importante de inicio del siglo pasado que según el gran historiador Eric Hobsbwm tuvo repercusiones más profundas y generales que la Revolución Francesa (1879) porque sus impactos fueron mayores y perdurables, a razón de que originó un movimiento revolucionario de mayor alcance que ha conocido la historia moderna, una expansión mundial que, según Hobsbwn, no tuvo parangón desde las conquistas del islam en su primer siglo de existencia.
La rusa fue la más emblemática de las revoluciones del Siglo XX aunque aparezca distante a otras dos grandes revoluciones íntimas en nuestro continente, la Revolución Mexicana (1910-1917), distinta en geografía y programa, y a la Revolución Cubana (1953-1959), distante en tiempo, actores y trama.
Hobsbwm escribió que cualquier observador atento del escenario mundial comprendía desde 1870 que el zarismo estaba maduro para la revolución y que Rusia lo merecía. Es probable este apunte, aunque solo la conjunción de circunstancias inéditas y una férrea voluntad política hicieron posible su realización.
La primera guerra mundial empobrecía a Rusia y diezmaba su población y economía, y al mismo tiempo radicalizaba a las masas que crecientemente se alejaban del nacionalismo que llevó al país a aliarse contra Alemania. En la lista de circunstancias especiales habría que anotar la rampante descomposición del zarismo como sistema hegemónico en varios siglos y la debilidad de los grupos que propugnaban una Rusia liberal. Los partidos que impulsaban ese ideario –los Kadeti, por ejemplo– habían perdido vertiginosamente su vigencia desde la primera revolución, la de 1905.
En marzo de 1917, con la abdicación del Zar Nicolás II se abre un tortuoso periodo de transición que cambia radicalmente el sentido de proceso debido a que Lenin y sus partidarios consideraron, dando curso también a otro cambio, que la única salida era un gobierno socialista. En ese punto operó con magistral brillo el genio táctico de Lenin y su voluntad política capaz de galvanizar a un estado mayor político complejo y agitado, y paralizar a sus adversarios incluyendo a los socialistas moderados atascados en manejar un gobierno provisional suspendido en el aire.
En esa trama, Alexandr Kerenski es la figura central del gobierno provisional, el último intento de evitar un gobierno revolucionario y un experimento tormentoso y trágico solo apreciable con el paso del tiempo. Este gobierno sobrevivió entre marzo y octubre de 1917 y con él Kerenski expresa el lado de la derrota por su vocación extrema por el juego político y las intrigas en las alturas sin relación con la realidad, y por sus pésimos movimientos tácticos que lo llevaron a la absoluta soledad.
En esos meses cruciales, el pueblo ruso escogió entre la continuación de la guerra y la promesa bolchevique de “paz, tierra y pan”. Fue un dilema cantado por la impopularidad de la guerra, un fenómeno distinto al que experimentaron los pueblos de Europa 22 años después cuando aceptaron el órdago churchiliano de “sangre, sudor y lágrimas” como la única alternativa para derrotar al fascismo.
Las lecciones de ese momento de la historia son variadas. Desde el marxismo y otras doctrinas se ha sistematizado sus tácticas y estrategias. Uno de los estudios más recurrentes es el de la naturaleza de los períodos críticos y los cambios de estrategia, porque no todo polvorín social termina en una revolución.
La figura de Lenin en la Revolución Rusa ha sido alabada pero menos estudiada que la del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (bolchevique). Desde su muerte en 1924 se cuentan más hagiográficas que biografías. Una de estas es la del marxista inglés Gerard Walter que nos descubre un Lenin hombre más que mito, cuyo valor histórico reside en la combinación de carisma y programa capaz de transformar un momento de convulsión en una deslumbrante creación de poder.

La tierra es plana

http://larepublica.pe/impresa/opinion/855119-la-tierra-es-plana
La República
La mitadmasuno
10 de marzo de 2017
Juan De la Puente
La reciente marcha Con mis hijos no te metas ha dado lugar al nacimiento de un movimiento social conservador de cara a la política, liderado por algunas de las grandes iglesias urbanas evangélicas. Lo nuevo de esta emergencia es su radicalismo y su esencia popular, dos dimensiones que unidas a la reivindicación de valores tradicionales ofrecen la posibilidad de refundación de la derecha peruana sobre nuevas bases sociales. Aunque el discurso sea viejo.
Este movimiento proclama en pleno Siglo XXI ideas que a muchos nos parece la afirmación de que la tierra es plana, una referencia surrealista respecto de la identidad que han logrado las iglesias pentecostales y neopentecostales en los sectores populares del país, cambiando radicalmente la visión andina y popular de un segmento importante de la migración interna. Lo que ha salido a las calles hace pocos días es una nueva cultura política afirmada desde una visión completa y sin fisuras de la vida cotidiana, de la sociedad y de la familia.
Si recusábamos a los soldados de las clases medias y altas que habían sido reclutados con malas artes por movimientos radicales católicos totalizantes como el Sodalicio de Vida Cristiana, lo que ahora se tiene al frente es un ejército con miles de reclutas, más compacto y decidido, donde son sus iglesias las que dirigen la vida de los fieles/soldados. Es parte de un nuevo rostro; es la otra cholificación, desde la fe.
Los grupos evangélicos empezaron a hacer política partidaria de modo orgánico desde 1990 cuando varios de sus líderes y pastores se unieron a Alberto Fujimori eligiendo ese año 19 legisladores, entre diputados y senadores; y aunque en 1995 varios grupos se unieron a diversas candidaturas con escasos resultados persistieron en la búsqueda de la representación política en los procesos electorales siguientes, hasta que en las elecciones del año 2006 un partido evangélico, Restauración Nacional, liderado por Humberto Lay –pastor primero de la Alianza Cristiana y Misionera y luego de la Iglesia Bíblica Emmanuel–, obtuvo el 4,3% de los votos y dos legisladores.
Este es otro momento. Los evangélicos han tenido cierto éxito en penetrar a los partidos nacionales y en las dos últimas elecciones han elegido a varios legisladores, desarrollando un activismo eficaz como freno al reconocimiento de derechos y libertades más que como tendencia proactiva. Han sabido encontrar batallas que librar, primero contra la Unión Civil, luego contra el aborto por violación y ahora contra el Currículo Nacional de Educación.
La fuerza adquirida no es desdeñable y han desarrollado una capacidad de alianzas. Su presencia fue decisiva, por ejemplo, para que Keiko Fujimori desandara el año pasado su apoyo a la Unión Civil como paso previo para recibir el respaldo de la Coordinadora Cívica Cristiana Pro Valores.
Será el futuro el que resuelva la interrogante sobre si este movimiento social que camina hacia la política sea autónomo de los actuales partidos de la derecha. Este desenlace se complejiza por varios factores, el primero de ellos los conflictos entre las grandes iglesias que en el pasado ya operó contra sus objetivos electorales. El segundo es su capacidad de pacto con los programas de la derecha debido a varias de sus posturas radicales irreductibles que sirven para armar pero quizás no para ganar grandes adhesiones. Lo sucedido con el pastor que llama a matar a las lesbianas es una prueba de ello.
Este movimiento evangélico es por ahora el aspecto más activo de la crisis de la política. El lento tránsito al poder desde las confesiones evangélicas será un fast track so pena de muerte, favorecidos por el fin del sistema de partidos y el vacío dejado por las otras derechas que han muerto, invernan o se han liberalizado, un poscolapso que ha traído figuras inéditas como la de varios ex dirigentes del PPC arrastrados como huérfanos a la reciente marcha evangélica.

viernes, 10 de marzo de 2017

Que se vayan todos en código pasivo

http://larepublica.pe/impresa/opinion/853230-que-se-vayan-todos-en-codigo-pasivo
La República
3 de narzo de 2017
La mitadmasuno
Juan De la Puente
Las dos encuestas publicadas recientemente (IPSOS Perú y GfK Perú) revelan que las facturas de la crisis del Lava Jato peruano han empezado a ser giradas al sistema, con las cuentas más cargadas a unos que a otros. La tendencia más importante que dibujan los sondeos es la aparición de un “que se vayan todos”, débil todavía pero consistente, un fenómeno a la espera de liderazgos y de movimiento.
Fuera de la caída de la aprobación presidencial de varios puntos en dos meses, los datos indican la pérdida de la posición personal del presidente en percepciones cruciales como la confianza y liderazgo, una aguda individualización de su papel en esta crisis. La aprobación/desaprobación de PPK se ha transformado en una discusión alrededor de PPK, fortaleciendo los dilemas de la oposición acerca de la intensidad de la crítica al gobierno en esta hora.
Si se pasa al detalle de las expectativas, las demandas se refieren a un abanico de problemas donde la corrupción es solo un dato, un cuadro amplio en el que se exige con igual o mayor intensidad seguridad, atención a los desastres naturales y reactivación de la economía. Esta diversidad contrasta con la percepción de la elite peruana enfocada en abordar la corrupción, de modo que se produce una politización de la crisis del Lava Jato arriba y una despolitización abajo. Por ahora no veo a nadie intentando resolver esa brecha.
Esta despolitización es compleja por donde se le mire; su principal elemento consiste en que para la mayoría, la corrupción no tiene ni modelo económico ni ideología. Es cierto que más personas están informadas sobre los escándalos de la corrupción brasileña, aunque las conclusiones de este conocimiento son la convicción de que todos son corruptos y que la solución es un gobierno de “mano dura”, el código social que identifica a un poder que no se detiene en las formas. Del populismo político hemos pasado al populismo penal y de allí al populismo anti corrupción que es igualmente político, en clave recargada.
Es cierto que ante a los casos denunciados el sistema está funcionando –en un desempeño relativo, caótico y fragmentado–, lo que es advertido por una opinión pública que no parece estar sedienta de sangre pero sí de resultados tangibles. El único desempeño estatal aprobado y de modo ligero es el de la fiscalía, con un registro inferior al de la prensa, señal inequívoca del predominio del juicio mediático que a diferencia de Brasil, no ha sido todavía superado por las indagaciones del Estado.
Estos datos indican que el juicio público se ha independizado del juicio mediático. No obstante, ¿Por cuánto tiempo más el consumo de imágenes y de datos atajará la exigencia de resultados? Difícil estimarlo en un país donde casi todos creen que la mayoría o todos los políticos son corruptos y, al mismo tiempo, que los peruanos son igualmente corruptos (IPSOS).
En la idea de “tu corrupción es mi corrupción” puede residir en parte la explicación de un “que se vayan todos” todavía pasivo y poco callejero; al fin y al cabo, más allá de la disposición de la gran mayoría de salir a las calles para exigir castigo a los responsables (GfK), otra mayoría también piensa en que no vale la pena denunciar un acto de corrupción porque “igual no pasa nada”, o que denunciar un acto de corrupción es peligroso porque “después se la agarran contigo” (GFK).
El “que se vayan todos” peruano no tiene todavía representación política; es un instante revolucionario sin revolucionarios, una crisis sin liderazgos que fuercen los cambios, y una tendencia con poco movimiento. Alberto Adrianzén llama a esto una crisis sin actores, es decir, un extraño momento donde las fuerzas parecen libradas a su suerte. En algún momento me ha parecido que los protagonistas de este período y las tendencias que encarnan, a pesar de la virulencia con la que se expresan en las redes sociales y en los medios, y del modo en que anatemizan a sus adversarios, vagan en un drama a la espera de un guion que no aparece.

Crisis y correlación de fuerzas

http://larepublica.pe/impresa/opinion/847139-crisis-y-correlacion-de-fuerzas
La República
La mitadmasuno
10 de febrero de 2017
Juan De la Puente
Existen pocos consensos respecto a la naturaleza del escenario general que proyectan los casos de la gran corrupción de la política peruana; acaso los dos únicos registrados son: 1) que la crisis será sistémica y larga; y 2) que pone en tela de juicio el ciclo democrático iniciado el año 2000. Para M. Lauer (La República) ha entrado en crisis el antifujimorismo, una posición compartida por VA. Ponce (El Montonero).
De allí, todo son divergencias. Un sector del análisis cree que esta crisis alude básicamente al núcleo económico del modelo neoliberal (M. Tanaka y A. Zapata en La República) y otro considera que lo que se ha desfondado es la parte política de ese mismo modelo (C. Meléndez y F. Vivas en El Comercio), en tanto que una tercera visión sostiene que la crisis se debe a que el modelo no ha sido suficientemente liberal, desde una perspectiva institucionalista (J. de Althaus y F, Guiffra en El Comercio y M. Lauer en La República).
Estas radiografías colocan énfasis distintos a fenómenos que ya habían sido tratados con una matriz parecida en los últimos 15 años, tanto desde la idea del “piloto automático” (qué importa la mala política si tenemos es una buena economía), como desde la opinión de que no eran necesarias las reformas institucionales, sea porque el sistema ya estaba muy abierto o porque la crisis del sistema de partidos era irreversible.
El debate es nuevo como la misma crisis de la corrupción. No obstante, sin relativizar la afectación del modelo económico por este vendaval –tenemos 15 años de “viejos” conflictos por causas económicas a los que se agregan los nuevos conflictos de consumo como el del peaje de Puente Piedra– el factor hegemónico de ella es la política, es decir, el agotamiento de la capacidad de reproducción del sistema, para concretar respuestas desde la democracia a las demandas de recambio, una crisis del “gran Estado” a decir de Gramsci, incluyendo en esta dimensión de las cosas a las relaciones económicas, el diálogo entre política y economía, entre Estado y economía y, por supuesto, las relaciones de arriba/abajo.
Es imposible estimar la dirección final del barco en plena borrasca. En la etapa inicial de la crisis, lo que se abre a partir de las primeras revelaciones con nombre y apellido es la disputa por el desenlace, la clásica correlación de fuerzas en pugna directa. En ese contexto, se advierte que el juicio mediático pierde hegemonía porque el juicio público de la calle abre su camino propio.
Ese es el sentido de la marcha del 16 de febrero. Al otro lado, el tercer actor, los poderes y partidos apuestan por reducir este proceso a los asuntos estrictamente procesales con escaso diálogo con los medios y los ciudadanos, con el riesgo de ser desbordados por estos. Mientras que los medios y la calle tejen alianzas y lanzan opciones, el gobierno y el Congreso juegan camotito con tendencias que asoman fuertes.
No habrá salida exitosa al mediano plazo si el juzgamiento judicial no va acompañado de reformas muy fuertes. Un antecedente: nunca como en el año 2014 Áncash fue escenario de una intensa movilización anticorrupción de la sociedad y del sistema político. A pesar de ello, en las elecciones de ese año fue elegido gobernador Waldo Ríos, un ex convicto por corrupción, reincidente en actos ilegales y ahora detenido.
Una nota final. En este punto, es incompleto el argumento escuchado estos días de indignación y sensación de traición ante las revelaciones sobre A. Toledo. De estos sentimientos no puede excluirse las responsabilidades políticas, incluso de quienes no participaron en decisiones vinculadas a obras públicas. Por esa razón, a pesar de que hace más de 10 años por decisión propia no existe una relación personal y política con Toledo, y de que conservamos una vida profesional pública limpia, debemos asumir una responsabilidad política aún a costa del detrimento de nuestro predicamento personal. Es lo que corresponde en un país en el que escasea la autocrítica y es más fácil repartir culpas sin mirarse al espejo.