lunes, 14 de noviembre de 2016

Trump y la Caperucita Roja

http://larepublica.pe/impresa/opinion/820422-trump-y-la-caperucita-roja
La República
La mitadmasuno
11 de noviembre de 2016
Juan De la Puente
El triunfo de Donald Trump ha provocado más confusiones en las filas democráticas que en la extrema derecha de A. Latina, que ha recibido al ganador como lo que siempre fue, uno de los suyos. En el liberalismo y en la izquierda se intentan buscar razones para el triunfo de Trump, obviando a Trump. De pronto, son menos responsables él y sus votantes –esa idea de adular a los electores que Alemania reparó solo 50 años después de la caída del nazismo– y más los migrantes que se orinan en las calles de EEUU, su elite política y el gobierno de Obama, reconocido una semana por encima del promedio.
La discusión se parece situar entre las ideas de Trump y el Gobierno de Trump. Una decena de artículos publicados estos días en tono de ruego pronostican que el candidato ultra abandonará de pronto su discurso violento y excluyente contra la otra mitad de su país y contra A. Latina, y se convertirá a la democracia. No niego esa posibilidad, pero no puede hacerse un borrón del impacto que tendrá en la región su victoria. Esos efectos están en camino.
El primero. Más allá de las ideologías, su victoria legitima un movimiento populista y antiglobalizador expuesto claramente en un tono regresivo. Mientras Caperucita Roja le pregunta al Lobo Feroz porque tiene las manos tan grandes, olvida que Trump ha negado los principales hechos de la globalización: el primero, el cambio climático; el segundo, la universalización de TODOS los derechos y libertades; el tercero, la migración; y el cuarto, la disolución de las fronteras para el comercio internacional.
Segundo. Esto sí en el territorio de las ideas, la acción política antinorteamericana recibe un impulso decisivo aunque su programa será innovado con nuevas demandas, contra el muro mexicano, la deportación u hostigamiento de migrantes latinos, la extensión de la pena de muerte y la negación del cambio climático. Trump es una ofrenda al progresismo de la región y un presente griego a los grupos políticos de derecha a los que les iba tan bien luego de la caída de Dilma Rousseff, la derrota del kirchnerismo y el desastre madurista.
Es conveniente decir que este efecto será matizado; más que volcar a la región hacia un nuevo antimperialismo, que será obviamente el más vigente desde la invasión a Panamá en 1989, partirá A. Latina entre seguidores y detractores. Su discurso lo estaban esperando millones de latinoamericanos. El populismo tiene varias caras.
Esto nos lleva al tercer efecto. El trumpismo no será rechazado por todos. Al contrario, brotarán pequeños trumpistas en A. Latina. Son los otros indignados y no me refiero a los partidarios de siempre de la extrema derecha sino al impacto social de su discurso. En cada corazón de la derecha de la región hay un pequeño Trump que se agita y que ahora puede salir del clóset, dividiendo incluso las filas conservadoras. Preparémonos, porque aparecerán figuras hilarantes y surrealistas, pero serán. Si el populismo de izquierda pudo parir a Chávez, Maduro y Cristina Kirchner ¿por qué Trump no podrá alumbrar personajes curiosos que ganen adeptos?
La ultraderecha regional no había tenido una figura descollante desde los años 70 porque ni Reagan asumió el discurso del tono de Trump. Su última bandera fue Pinochet. La derecha peruana, por ejemplo, ya se ubica en modo Trump. Me quito el sombrero por la audacia. Ahora resulta que es correcto el triunfo de un outsider, antisistema y anti élite; claro que en las últimas elecciones peruanas, ese mismo sector político demonizó a los candidatos outsider, antisistema y contrarios a la élite.
En todos los países del mundo, los políticos hacen campaña en verso y gobiernan en prosa y no existe uno –incluso más en EEUU y aún más en EEUU– que cumpla sus promesas por el esquema de pesos, contrapesos y vetos entre los poderes. Pero no se puede desconocer en nombre de lo políticamente correcto que millones de votantes en EEUU han creído y empoderado el mensaje de Trump.

Todos cumplimos 100 días

http://larepublica.pe/impresa/opinion/818221-todos-cumplimos-100-días
La República
La mitadmasuno
4 de noviembre de 2016
Juan De la Puente
El gobierno de PPK cumple 100 días en funciones y el balance es profuso en números, críticas y reconocimientos. El interés es tal que el Gobierno publicó un resumen de los 100 días a los 90, en tanto que la prensa ha “matriciado” sectores y actores, buenos y malos. Si se añade a los opositores y defensores con argumentos básicos, ya tenemos el balance del primer tramo del Gobierno.
Las cosas no parecen ser tan fáciles esta vez. Algunos análisis planos dibujan un escenario convencional que obvia el carácter excepcional de nuestra gobernabilidad desde el 28 de julio, preñado de una dualidad que asoma. Estos análisis incurren a mi juicio en por los menos tres errores: 1) pretenden segmentar la opinión pública asumiendo que sucesos importantes –como los casos Moreno o Vilcatoma, por citar dos ejemplos– impactan solo en un sector político o institución; 2) asumen un escenario tradicional de la competencia política donde la desafección al poder es una cuenta nueva, sin pasado (“Que cosa fuera la maza sin cantera, un servidor del pasado en copa nueva”/La Maza, 1979), explicado solo por los errores o incumplimiento de ofertas electorales; y 3) establecen patrones “anti” para guiar los resultados: todo sucede porque PPK se “fujimorizó”, el fujimorismo no cambió, el gobierno se corrió a la derecha, o fue abandonado por los “caviares” que lo respaldaron en la segunda vuelta.
Quizás por ello, este balance prefijado obvie el reconocimiento del primer y principal fenómeno de los 100 días, la gobernabilidad compartida entre el Gobierno y el Congreso, trabajosa y contradictoria, cuyos aciertos incuban no obstante sombras para el sistema. En lo positivo, esta gobernabilidad ha impedido una colisión de poderes y ha moderado a ambos, permitiendo el voto de confianza al Gabinete Zavala y la delegación de facultades.
No estaba en las previsiones la irrupción temprana de eventos críticos como el caso Moreno, los problemas de los grupos parlamentarios y la designación de dos miembros del BCR, respondidos por la sociedad desde la calle. Los poderes han encontrado que el límite a su moderación lo colocan los mismos ciudadanos que les impusieron la cooperación. Las crisis surgidas trasvasan sus efectos y ese contagio lo ponen en blanco y negro las dos últimas encuestas, IPSOS y GfK.
El análisis plano se invalida por un hecho simple: siendo el Gobierno el principal objeto del balance –y en realidad debe serlo– los ciudadanos castigan con la desafección a todos. Esto demuestra que la memoria electoral no se ha disipado, que el país no ha terminado de voltear la página como varios lo creíamos y que por encima de las buenas cosas que se han hecho en estos 100 días, y que son más que los errores de ambos poderes, reemerge el rechazo a la política y su signo central, la desconfianza. Ese es el segundo elemento de los 100 días, la desconfianza.
Todos cumplimos 100 días. Al terminar la instalación del nuevo poder se abre un diálogo tenso entre gobernabilidad y desconfianza. El primero de estos elementos es contestado por la sociedad en su atisbo de moderación.
Las Bambas (Apurímac) y Saramurillo (Loreto), y las decisiones públicas como la designación de Carlos Moreno o de Chimpler/Rey, o la liberación de las bandas criminales, entran a un solo saco y la reacción natural de los poderes es salir de la moderación para evitar el contagio. Así se entiende la renuencia del Congreso a asistir al llamado de PPK al Consejo de Estado.
El principal error de los 100 días y que ignora el balance convencional de crítica/apoyo al Gobierno, no es la moderación sino la subestimación de la sociedad en la mesa de la gobernabilidad a la que ha sido llamada pocas veces y solo cuando bloquea carreteras y ríos.
La dualidad de poderes que se abre paso, con un Congreso que profundiza el control de un Gobierno que se debilita, no parece ser la única solución a este diálogo tenso entre la gobernabilidad y la desconfianza. La salvación no depende de la confrontación de poderes que empujan la opción “anti” sino de tomar en cuenta a la tercera mitad, la sociedad.

Habla líder, ahora

http://larepublica.pe/impresa/opinion/816055-habla-lider-ahora
La República
La mitadmasuno
28 de octubre de 2016
Juan De la Puente
Extraña la actual crisis de nuestro sistema político que tiene a la mayoría de autoridades, líderes y partidos casi en silencio. Si la pregunta es quién le está hablando al país, se encuentra que salvo muy escasas figuras del Gobierno y del Congreso la falta de posiciones sustentadas, más allá de la frase o consigna, es general.
Lo que tenemos a cambio de visiones de conjunto son pequeñas incursiones públicas de quienes deberían hacer la agenda pública. Son incursiones específicas, sobre detalles, la mayoría de ellas a través del Twitter. Nunca como ahora es cierta la frase de que la política peruana cabe en 140 caracteres, y a veces sobra. Revisamos las redes sociales –ya no los diarios y la TV– y concluimos que el liderazgo del país se ha escondido y no comunica. La campaña “Habla Castañeda”, dirigida al alcalde de Lima, debería convertirse en “Habla líder”.
Los titulares del Poder Judicial, el Ministerio Público y el Tribunal Constitucional, por citar un ejemplo, no se sienten llamados a exponer sus opiniones sobre los graves problemas de la seguridad, la justicia y la corrupción, en conjunto. Los líderes máximos de 9 de los 10 partidos que compitieron en la primera vuelta electoral tampoco sienten la obligación de fijar una posición sustentada sobre esos problemas y sobre otros delicados asuntos como la reforma política y electoral, los conflictos sociales, la violencia cotidiana, la reactivación de la economía, la prestación de servicios, la descentralización, la diversificación productiva y los grandes proyectos de inversión, entre otros. Ni siquiera hablaron durante el debate de la delegación de facultades, una discusión hegemonizada por los medios y los ciudadanos.
El argumento de la “cura de silencio” de los que perdieron la elección respecto al nuevo Gobierno no impidió en otros momentos que instituciones y líderes expongan su visión de país al país, especialmente en circunstancias cruciales. La principal explicación parece ser otra: que este es un escenario paradójico de grandes problemas sin grandes ideas. Para ser más específico, la batalla de las ideas parece haberla perdido la política.
Desde el giro del gobierno de Humala a la derecha, el Perú carece de un consenso sobre el cambio político. También ha perdido el consenso sobre el crecimiento luego de que las agencias públicas y privadas debieron reajustar por tres años seguidos (2012-2014) sus previsiones triunfalistas sobre la evolución de la economía.
Quedan muy pocos que creen que todo está discutido sobre cambio político y economía, pero esencialmente ni antes ni después de las elecciones el liderazgo peruano ha recuperado estos consensos o puesto en blanco y negro los disensos. Lo que se denomina “agenda país” o “carta de navegación” no resume la clásica polarización derecha/izquierda (política) u ortodoxia/heterodoxia (económica), sino la fragmentación de visiones y opciones. Una revisión de los 412 proyectos de ley presentados desde el 28 de julio puede brindar una idea exacta de esa fragmentación y en buena parte al desgaire.
Una competencia política sin política y sin ideología es muy reveladora. No hablarle al país sobre la agenda pública es ante todo la falta de una narrativa política y económica y la carencia de una oferta. Dicho esto, no solo es la palabra sino también la acción: casi todos los partidos han cerrado sus puertas para discutir sus problemas internos y en algunos casos tirarse los muebles. En tanto, la mayoría de instituciones, salvo las obligadas por circunstancias extremas, trabaja a puerta cerrada respecto a la sociedad.
No se podría decir que este fenómeno extraño en que la política le vuelve las espaldas a la sociedad, sea inédito. Lo nuevo es el contexto de un país que ha obtenido resultados económicos y sociales sugerentes en 15 años de democracia y que ha acumulado problemas complejos, a los que sin embargo sus líderes se resisten a hablarle. De esta preocupante despolitización de la democracia solo puede surgir el populismo, de derecha o de izquierda.

Manual para no hacer nada

http://larepublica.pe/impresa/opinion/813945-manual-para-no-hacer-nada
La República
La mitadmasuno
21 de octubre de 2016
Juan De la Puente
Por segunda vez en los últimos años, el Perú tiene la oportunidad de encarar la corrupción como un grave problema nacional. La primera vez, el año 2014, cuando el asesinato de Ezequiel Nolasco por la mafia que operaba en Áncash, perdimos esa oportunidad. Para ser más precisos, fueron los políticos y los medios los que dejaron pasar ese valioso momento sin hacer nada.
Como hace tres años, las reacciones al caso Moreno se parecen bastante. El manual empieza a desarrollarse: harta indignación pública, investigaciones de la prensa sobre el modus operandi delictivo, políticos asqueados con lo sucedido, la fiscalía y los procuradores tomando el caso con ahínco e investigaciones parlamentarias en camino.
No sostengo que esa indignación y avocación no sean necesarias. Al contrario, la prensa fue eficaz en desentrañar las interioridades de la corrupción en Áncash, Tumbes, Cajamarca, Pasco, Huánuco, Loreto y en otras regiones y ciudades, así como los procuradores y fiscales realizaron con solvencia su trabajo enfrentándose al poder de turno, inclusive.
Sucede que ese episodio no pudo transformarse en un movimiento nacional contra la corrupción para forzar a su paso normas y arreglos institucionales y derribar los muros que colocan los intereses políticos y económicos que se resisten a que el Estado sea una pecera, transparente.
La mayoría de las normas planteadas en ese momento fueron congeladas en el Parlamento o, en una consecuencia derivada, los políticos de entonces creían que su función en este asunto se reducía a presentar leyes. Al mismo tiempo, cuando la indignación cedió no hicieron caso por ejemplo al pedido de más recursos de la Contraloría en un país en que más de S/ 40.000 millones del gasto público están fuera del ámbito de control, a decir del entonces Contralor Fuad Khoury.
En aquel tiempo la prensa insistió en los corruptos, pero no en la corrupción como redes, cultura y organización. La mayoría de medios escondió a los corruptores y a los sistemas de corrupción instalados en las empresas y en el Estado. Nos contentamos esa vez con las imágenes y los símbolos y en pocos meses tuvimos juicios mediáticos que condenaron a los corruptos, pero dejaron sin tocar a los sistemas y a los poderes que corrompen. En un país donde la indignación es de corto plazo y la corrupción y el lobby ilegal son de largo plazo, dejamos de pasar la oportunidad. Ganaron ellos.
Ahora podría pasar lo mismo y por esa razón habría que preocuparse porque la indignación está cediendo y otros temas ocupan la agenda pública. Por eso, creo que de las medidas planteadas por el Presidente Pedro Pablo Kuczynski (PPK) dos son básicas para el propósito de politizar la lucha contra la corrupción en el mejor sentido del término, la convocatoria al Consejo de Estado y la creación de la Oficina Presidencial de Integridad.
Ambas iniciativas nos remiten a la carencia de una agenda anticorrupción, porque lo que tenemos a la vista son medidas saludables desconectadas entre sí. El país tampoco tiene un sistema anticorrupción con responsabilidades del Estado, de los ciudadanos y de las empresas. Otros países de la región en cambio, como lo del ingreso reciente a la OCDE, se dotan de sistemas de prevención además de las sanciones; es el caso de Colombia que ha aprobado un Estatuto Anticorrupción.
Finalmente, junto con las medidas penales situemos el debate en las medidas políticas (¿Suena otra vez las palabras reforma electoral?), administrativas, educativas y preventivas. Y si se trata de leyes, vayamos en serio; habría que recordar que en algunos países las empresas desarrollan hace años códigos contra el soborno certificadas por el Estado y se avienen con gusto a los cambios normativos para permitir la colaboración anticipada para los ejecutivos que denuncien sobornos, o la responsabilidad penal de las personas jurídicas, resistida en el Perú por una alianza entre ciertos medios y grandes estudios de abogados.

jueves, 10 de noviembre de 2016

Trump, more dangerous today than yesterday

By Juan De la Puente.
November 9, 2016
When Hitler lost 2 million of votes in the elections in November 1932 and passed from 230 to 196 seats in the Reichstag, the fashion guru in Europa, the English Harold Laski, proclaimed that Nazism was already an exhausted force and that Hitler would spend his days on the terrace of a Bavarian bar recalling how he had been about to rule Germany. Two months later Hitler was appointed chancellor by the aged President Hindenburg after effectively conspired to divide the ranks of the conservatives Nazis.
Most analyses after Hitler's rise to power changed after his appointment as chancellor. Germany's problem was no longer Hitler and his brown shirts but the "other" and the "others”. And so, a list of fatalities of Germany was elaborated that instead of explaining Hitler, justified him: The Treaty of Versailles, the Great Depression of the 29, the loss of the colonies, the unemployment, the communists, the unions, the Social-democrats, and especially the Republic of Weimar and its liberal constitution, allegedly attacked for expressing the old of politics. And of course, the Jews, very similar in today's xenophobic language to Latinos in the US.
I am not among those who "already knew" that Donald Trump would win the US election. I believed that the battle for freedom in that country would not have that end. Trump always seemed to me a 21st-century fascist who manipulated-I now see effectively-the emotions of a nation susceptible to the rhetoric of manifest destiny and conservative philosophy toward the rest of the world and its neighbours.
Now he looks more dangerous than yesterday. That's why I'm not among those who start diving to find reasons for Trump's triumph other than Trump, that is, the usual list: Hillary Clinton is hated, Latinos piss on the streets and steal jobs from Americans or US has shielded against Islamist terrorism. Trump's triumph without Trump can not be explained. The indirect explanations that are made direct ones to avoid pointing out the political meaning of a fatal act, was already tried in the thirties in Germany to justify the rise of fascism. From that explanation Trump is less Trump. I believe instead that what has happened in the US is the victory of the populist and dangerously nationalist wing of a conservative nation. Twelve years ago, John Micklethwait and Adrian Wooldridge, two journalists from The Economist, published a revealing text of that conservatism in progress. (The Right Nation, Penguin Press 2004). The text mentioned that 41% of Americans considered themselves conservative, compared to 19% considered liberal. The authors already spoke 12 years ago of an ongoing conservative revolution that has operated since the end of the Second World War. That revolution seems to have matured this year. We have an extremely idealized idea of US development, to the point when we deny its high rate of inequality when compared to the European average, an example of which is its health system that has problems to become universal, as Europe did 30 or more years ago. It is also a historically armed country, which has more than 2 million prisoners, the highest rate of incarceration in the world, with 756 people per 100,000 population; which does not sign treaties; which practices the death penalty in several states; and uses force to resolve their conflicts.
This conservative nation is fought house by house from liberalism and in that way, the warnings about Trump have not been scarce. On that route, the system not only produced Obama eight years ago, but also Bernie Sanders - the clearest anti-Trump - who with his strong liberal social rhetoric won 13 million votes in the Democratic primaries and more than 1,800 delegates at the Democratic Convention.
It was not enough. The campaign against Trump failed to impact the social, racial, and territorial gaps of the United States. The polls conducted by Edison Research for several US media reveals that fewer black people than 2012 voted now for Democrats, and that more blacks, Latinos and Asians voted for Republicans this time. In the case of the Latino vote while in 2012, 71% voted for Obama, 65% now voted for Clinton, and similarly, more young and poor people voted for the Democrats 4 years ago than now.
If you should blame someone for Trump's triumph, it's not the ones who fought him but those who did not fight him, especially his own party, the Republican, which has accepted the historical substitution of the right-wing by a far-right, misogynist, isolationist, nationalist, warmongering and violent ideology.
Trump is not Hitler because the US is not Germany, 2016 is not the same as 1933, nor democracy in this century has the standards of 80 years ago. But let us not underestimate him; a non-democratic president cannot make a democratic government, and even if he succeeded big messes are not discarded.
(Translation: Micaela De la Puente)

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Trump, más peligroso hoy que ayer

Por Juan De la Puente
Cuando en las elecciones de noviembre del año 1932, Hitler perdió 2 millones de votos y pasó de 230 a 196 escaños en el Reichstag, el gurú de moda en Europa, el inglés Harold Laski, proclamó que el nazismo ya era una fuerza agotada y que Hitler pasaría sus días en la terraza de un bar bávaro rememorando cómo había estado a punto de gobernar Alemania. Dos meses después Hitler era nombrado canciller por el anciano Presidente Hindenburg luego de haber conspirado eficazmente para dividir las filas de los conservadores no nazis.
La mayoría de análisis posteriores al ascenso de Hitler al poder cambiaron después de su nombramiento como canciller. El problema de Alemania ya no era Hitler y sus camisas pardas sino lo “otro” y los “otros”. Y así se elaboró un lista de fatalidades de Alemania que en lugar de explicar a Hitler lo justificaban: el Tratado de Versalles, la Gran Depresión del 29, la pérdida de las colonias, el desempleo, los comunistas, los sindicatos, los socialdemócratas, y especialmente la República de Weimar su constitución liberal, atacada supuestamente por expresar lo viejo de la política. Y claro, y los judíos, muy parecidos en el lenguaje xenófobo actual a los latinos en EEUU.
No me encuentro entre los que “ya sabían” que Donald Trump ganaría las elecciones de EEUU. Creía que la batalla por las libertades en ese país no tendría ese final. Trump siempre me pareció un fascista del Siglo XXI que manipulaba –ahora veo eficazmente- las emociones de una nación susceptible a la retórica del destino manifiesto y la filosofía conservadora respecto del resto del mundo y de sus vecinos.
Ahora parece que es más peligroso que ayer. Por eso tampoco estoy entre los que empiezan a bucear para encontrar razones para el triunfo de Trump que no sea Trump, es decir, la lista consabida: que Hillary Clinton es odiada, que los latinos se orinan en las calles y se roban los empleos de los norteamericanos, o que EEUU se ha blindado frente al terrorismo islamista.
No se puede explicar el triunfo de Trump sin Trump. Las explicaciones indirectas que se hacen directas para evitar señalar el sentido político de un acto fatal, ya fue ensayado en los años treinta en Alemania para justificar el auge del fascismo. Desde esa explicación Trump es menos Trump.
Creo en cambio que lo que ha sucedido en EEUU es la victoria del ala populista y peligrosamente nacionalista de una nación conservadora. Hace 12 años, Jhon Micklethwait y Adrian Wolddridge, ambos periodistas de The Economist, publicaron un texto revelador de ese conservadurismo en progreso (The Right Nation, Penguin Press 2004). En el texto se daba cuanta que el 41% de los norteamericanos se consideraba conservador frente al 19% que se consideraba liberal. Los autores ya hablaban hace 12 años de una revolución conservadora en curso que ha operado desde el fin de la segunda guerra mundial. Esa revolución parece haber madurado este año.
Tenemos una idea extremadamente idealizada del desarrollo de EEUU el punto en que negamos su alta tasa de desigualdad si la comparamos con la media europea, de lo que es un ejemplo su sistema de salud que tiene problemas para universalizarse, como sí lo hizo Europa hace 30 años o más. Es además un país históricamente armado, que cuenta con más de 2 millones de presos, el más alto índice de encarcelación del mundo, con 756 personas por cada 100,000 habitantes; que no suscribe tratados; que practica la pena de muerte en varios de sus estados; y que usa la fuerza para resolver sus conflictos.
Esta nación conservadora es combatida desde el liberalismo casa por casa y en ese camino las alertas sobre Trump no han sido escasas. En esa ruta el sistema no solo produjo a Obama hace 8 años y a Clinton sino a Bernie Sanders –el más nítido anti Trump- que con su retórica social liberal firme conquistó 13 millones de votos en las primarias demócratas y más de 1,800 delegados en la Convención Demócrata.
No fue suficiente. La campaña contra Trump no pudo impactar en las brechas sociales, raciales y territoriales de EEUU. La encuesta a boca de urna realizada por Edison Research para varios medios norteamericanos revela que menos negros que el año 2012 votaron ahora por los demócratas, y que más negros, latinos y asiáticos votaron por los republicanos esta vez. En el caso del voto latino mientras el 2012 el 71% votó por Obama el 65% votó ahora por Clinton, y del mismo modo,  más jóvenes y pobres votaron por los demócratas hace 4 años que ahora.
Si hay que culpar a alguien del triunfo de Trump no es a los que se enfrentaron a él sino a los que no lo combatieron, especialmente a su propio partido, el Republicano, que ha aceptado la sustitución histórica de la derecha por una ideología violenta ultraderechista, misógina, aislacionista, guerrerista y nacionalista.
Trump no es Hitler porque EEUU no es Alemania, 2016 no es lo mismo que 1933, ni la democracia de este siglo tiene los estándares de hace 80 años. Pero no lo subestimemos; un presidente no democrático no puede hacer un gobierno democrático y aun si lo lograra no se descarta grandes estropicios.

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Los 100 días de PPK; o porqué sufren los poderes

Por Juan De la Puente
La reciente encuesta de GFK (30 de octubre) como la anterior de IPSOS (16 de octubre) revela la caída de la aprobación de los políticos en el poder o fuera de él  y de las instituciones. Por esa razón no se puede analizar los 100 días de PPK olvidando las cifras y reiterando las visiones de un escenario convencional, olvidando la excepcionalidad de la actual gobernabilidad peruana. Aquí algunas reflexiones
 
1.-  El escenario que dibujan las encuestas no es plano. Algunos análisis muy básicos leídos estos días incurren a mi juicio en por lo menos tres errores: 1) en el balance de los 100 días pretenden segmentar la opinión pública asumiendo que determinados fenómenos (como el caso Moreno o el caso Vilcatoma, por citar dos ejemplos) impactan solo en un sector político o institución; 2) asumen que se ha formado el escenario tradicional peruano de caída de la aprobación del poder, explicado solo por los errores cometidos y por el incumplimiento de las ofertas electorales; y 3) establecen patrones ideológicos “anti” para explicar los resultados, sea porque PPK se “fujimorizó”, porque el fujimorismo no cambió, porque el gobierno se ha corrido a la derecha, o porque fue abandonado por los caviares que lo respaldaron en la segunda vuelta.
2.- Por fortuna, el escenario es menos plano que nunca. En la encuesta de GFK se confirma que la aceptación del gobierno reproduce las brechas sociales y territoriales ya conocidas y se expresa a través de mayores grados de tolerancia o desconfianza ciudadana. PPK ha caído a una aprobación de 52% pero mantiene el 70% en los sectores A/B y cae aún más en  los sectores D/E a 48%. Esta aprobación es mayor en el centro y oriente del Perú, de 61% y 63% respectivamente, y el mismo tiempo, Lima refleja un clima político especial, donde la aprobación es menor (47%) y la desaprobación es mayor (35%). Allí se condensa la desconfianza.
3.- No hemos olvidado las elecciones. Por otro lado, a pesar de que los ciudadanos demandan la unidad y el cese de las disputas partidarias, las tensiones electorales parecen no haberse diluido. Los votantes de Keiko Fujimori perdieron la paciencia con PPK y por esta razón solo el 32% lo aprueba y el 52% lo desaprueba. En cambio, los votantes de  PPK resisten: lo aprueba el 77% y solo el 12% lo desaprueba.
Si nos atenemos a las encuestas de julio, agosto y setiembre parecía que el país había pasado la página en tanto que los ciudadanos premiaban a todos por su moderación y cooperación. Este temperamento se evidencia precario como el de los políticos y solo se puede explicar por la re-emergencia de la desconfianza o las expectativas urgentes que no han recibido una inyección de optimismo.
4.- Todos bajan. En efecto, el Poder Judicial es solo de 13% y su desaprobación se acerca al 70%. El Congreso pierde 12 puntos de respaldo (de 39% a 27%.)  y su presidenta, Luz Salgado, baja ocho puntos, (de 44% a 36%). En otros sondeos, como el de IPSOS de octubre, se advierte que también el descenso de la aprobación del Poder Judicial y de Keiko Fujimori.
5.- Vuelve la desconfianza. A los 100 días del inicio del gobierno de PPK ha retornado la desconfianza en el sistema político. Los datos que muestran un deterioro inicial de las percepciones sobre el gobierno y que revelan una crisis abierta por los casos Moreno y Las Bambas y este dato cambia esencialmente el balance de los 100 días de PPK, no para negar lo evidente sino para obligarnos a pasar de la epidermis. Los 100 días de PPK son los 100 del Congreso y del Perú pos electoral. Al fin y al cabo, son los 100 de todos, aunque duela.
6.- El principal logro de los 100 días es el logro de un esquema de gobernabilidad compartida con el Congreso. Esta una suerte de consenso a palos que a pesar de las tensiones diluye por ahora la posibilidad de un escenario de bloqueo y de vetos del Parlamento al Gobierno. El que ha ganado más con este esquema es el Gobierno pero el fujimorismo, aunque en menor medida no deja de ganar porque aparte del camino escogido no tenía otro. Asumir las otras opciones habría sido un suicidio aunque este esquema se dirija luego del caso Moreno a una dualidad que varios relativizábamos hace cuatro meses.
Esta gobernabilidad compartida no tiene la misma recepción en la sociedad. Desde el inicio del gobierno se aprecia una narrativa unitarista de los ciudadanos que se volcaron en absoluta mayoría a favor de que el Congreso le otorgue el voto de confianza al Gabinete Zavala y le otorgue las facultades legislativas. No hay duda que en poco o mucho, el incremento de la aprobación del Congreso y de su presidenta está relacionada a la respuesta positiva ante este reclamo.
El cuestionamiento de ese consenso tácito tiene en la narrativa empresarial más exigente, el pedido de convertirse en un pacto de cogobierno, aunque es criticado también por una parte de la élite, con el argumento de que el gobierno está entregando demasiado o que una probable alianza le hace perder al Gobierno perfil y perspectiva. Esta percepción se ve impulsada por decisiones como la designación de José Chlimper y de Rafael Rey al Congreso, u otras anteriores. En una parte del establishment no existe esa narrativa unitarista.
7.- Por lo señalado, un balance de los 100 días de PPK no puede basarse en la separación al gobierno de la oposición parlamentaria, o en el análisis de los sectores para determinar aciertos y errores. No cabe duda que el Gobierno ha hecho algunas cosas bien y otras mal, al igual que el Congreso, pero el saldo del balance no puede ser la mirada convencional de un escenario que no existe.
La narrativa unitarista está llegando a su fin, La desconfianza se está convirtiendo en el signo dominante de la política. Los técnicos de PPK sufren de un déficit de política y los políticos del Parlamento. El país ya no quiere los pactos para conservar sino para cambiar. Es la otra cara de la gobernabilidad compartida.